En Costa Rica no resulta surreal encariñarse con algún tepezcuintle cruzando la calle, un mono acechando comida en o una ballena asomándose entre las olas frente a una lancha. La fauna silvestre despierta orgullo y alegría, sin duda, pero rara vez se discute el peso del daño que arrastra en silencio; las huellas del sufrimiento provocadas por la imprudencia humana.
En la clínica veterinaria del Centro de Rescate y Rehabilitación de Vida Silvestre Alturas, ubicada en la Península de Osa, la medicina encontró una forma de dar voz a esa nebulosa con la colección de radiografías El interior de la conservación.
El enfoque de las postales, coloradas en blanco y negro, evitan la crudeza visual, pero no omiten el dolor: evocan el malestar de un pelícano con un anzuelo incrustado en una de sus patas, o uno de los tantos monos fracturados tras caer al asfalto electrocutados.
La radiografía de una boa enroscada, que a simple vista podría parecer serena, oculta una historia de maltrato. Llegó al santuario con heridas de machete, mientras que sus congéneres han aparecido con quemaduras, producto de haberse refugiado en el motor de un automóvil.
LEA MÁS: Un llamado a saber coexistir con nuestros vecinos silvestres

Los más indefensos también padecen. Le pasó a un bebé perezoso, que apenas contaba con el húmero, ese hueso largo y fundamental para el movimiento del brazo. Los especialistas sospechan que fue víctima de contaminación por pesticidas, debido a que su madre habitaba una zona dominada por cultivos de palma africana, donde frecuentan las fumigaciones.
Dichosamente, las radiografías también han dado paso a historias esperanzadoras. A una serpiente plato negro —especie endémica de la zona de Osa— se le implantó un microchip que permite monitorear sus desplazamientos. Gracias al dispositivo, se ha logrado conocer más sobre el comportamiento, hábitat y ciclo de vida de una especie escurridiza y poco documentada.
Resultados como este aspiran en el centro de rescate. Su propósito es que cada animal regrese a la naturaleza y no sufra la lesión más grave —y a menudo irreversible— del comportamiento, la cual impide su reinserción por haber sido domesticado.
LEA MÁS: Cambio climático pondría en jaque supervivencia de perezoso de dos dedos en Costa Rica

Por lo demás, en el santuario se trabaja para atender cada lesión física. Colocan platinas, pines y otros implementos ortopédicos. “Casi todo lo que se hace para un humano, un perro o un gato, lo aplicamos en la vida silvestre”, explicó Sandy Quiros Beita, médica veterinaria a cargo de la clínica en Alturas.
Para quienes se sienten atraídos por los reptiles, el centro de rescate alberga un cocodrilo que puede observarse durante las visitas guiadas, de martes a domingo. Los amantes de las aves hallarán un tucán, dos lapas, loras y pericos. Monos titís, carablanca y caraña, junto con una osa perezosa y un ocelote, también forman parte del recorrido, que detalla tanto la biología de cada especie como la historia natural de la región.
Por ahora, El interior de la conservación puede apreciarse en las paredes de Alturas, mientras sus creadores buscan una galería que permita exponerla. Entretanto, siguen cuestionando: si nosotros no protegemos a la vida silvestre, ¿quién lo hará?
“Nosotros no disfrutamos ver animales en jaulas, es superdifícil que el bienestar sea el adecuado. La idea es tratar de liberarlos y siempre se intenta”.
— Sandy Quiros Beita, médica veterinaria dedicada a la conservación de la vida silvestre





