Costa Rica está arraigada a su fauna y sus habitantes se enorgullecen de las preciadas especies.... pero cuando un animal fallece o no puede ser liberado en la naturaleza, son rápidos en culpabilizar a los centros de rescate. Por las decisiones que toman para protegerlos, ya es normal que los veterinarios y biólogos de vida silvestre sufran acoso cibernético.
Pese a que atienden a monos con el rostro atravesado por la electricidad, venados atropellados con los huesos expuestos y pelícanos con las patas incrustada en anzuelos –todos víctimas de atropellos, electrocutaciones y agresiones–, les critican por todo: por dejarlos en cautiverio, por sedarlos, por eutanasiarlos, por no salvarlos.
En redes sociales, les reclaman que “no aman lo suficiente” a los animales, sin considerar el bagaje técnico y emocional que implica operar a un tucán disparado con un rifle de copas, por ejemplo. Además de arrebatarles el sueño, estas situaciones los colocan en la palestra del escrutinio público, sin quererlo.
Sobre la eutanasia, una de las medidas que más les critican, sostienen que la aplican solo para liberar a los animales de su malestar. “La mayoría de veterinarios no disfrutamos para nada la eutanasia, porque la idea de uno siempre es salvar”, afirma Martha Cordero, veterinaria de Las Pumas, en Cañas, Guanacaste.
“La eutanasia es un acto de compasión. No es una salida fácil, pero es pensando siempre en el animal”, secunda Isabel Haugner, veterinaria del Rescate Wildlife Rescue Center, antes Zooave, el mayor refugio de vida silvestre en el país.
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Parte del desconocimiento ambiental por parte de la población también se refleja en los santuarios, donde habitan los animales silvestres que, de otra manera, no podrían sobrevivir en libertad. Allí reciben cuidados hasta sus últimos respiros, pero a menudo son vistos como una atracción.
Tomemos el caso de los capibaras, esos roedores semejantes a las guatusas (propias de Costa Rica, pero de menor tamaño). Cuando la Fuerza Pública decomisó cinco ejemplares, víctimas del tráfico de especies, el país se envolvió en un frenesí. Ya eran el animal más popular del entorno digital, y su llegada provocó extensas filas para entrar al santuario y verlos.
Los veterinarios habrían supuesto que su trabajo consistiría en vigilar la adaptación de los capibaras al entorno, pero también debieron prestarle atención a los humanos: les lanzaban comida, objetos como paraguas, y se brincaban las barandas para acariciarlos.
Encima, debían lidiar con los señalamientos en redes sociales digitales, donde se les reprochaba por no haberlos liberado, pese a que esto habría representado una amenaza para el ecosistema porque no son una especie nativa de Costa Rica.
“Tenemos bastante rotulación de las especies que tenemos, de cuáles son las historias, por qué están acá y por qué esto es un santuario, no un zoológico. Nosotros no nos los dejamos porque los queremos dejar, no mandamos a traer a los animales. Todos, en realidad, tienen una historia muy triste. El tráfico de animales silvestres es cruel", añadió la veterinaria Haugner.
Ante el persistente acoso cibernético, algunos especialistas de vida silvestre han optado por abandonar las plataformas digitales; otros persisten, convencidos de que deben enseñarle a la población cuáles son los daños que acechan a la fauna, aunque eso signifique soportar los ataques.
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