Desarrollar un proyecto con el paisaje como protagonista nunca es tarea fácil. Es un tema siempre vigente y con múltiples perspectivas. Cualquiera que sea el lugar desde donde el artífice lo haga, tiene a su disposición, un enorme depósito histórico al que puede recurrir. Sin embargo, en este universo, eventualmente puede perderse y caer en la trampa de repetir estilos. No obstante, muchos artistas han logrado crear a lo largo de los años, diversas miradas personales para interpretarlo y comunicar sus variados mensajes.

Así lo evidencian, la gran cantidad de piezas en diferentes colecciones, galerías y museos nacionales. La Galería ConArte no es la excepción. Su acopio resguarda obras representativas del paisaje costarricense de diferentes épocas y variados estilos. Exponer esta selección en particular, obliga a la reflexión y sobre todo a perpetuar la idea del paisaje y su construcción histórica, como lo anota muy acertadamente Raffaele Milani en su libro El arte del paisaje, al decir: “El paisaje es una forma espiritual que funde visión y creatividad; porque cada mirada crea un paisaje ideal (…). Cuando vemos un paisaje, estamos ante una obra de arte en el momento de su nacimiento".
Como expresión humana, el paisaje no solo es pictórico, también lo es literario, geográfico e incluso fantástico, así a cada escritor o pintor le corresponde un paisaje: a Robert Louis Stevenson (1850 – 1894) los mares del Sur; a Joseph Conrad (1857 – 1924) el Congo; a Paul Gauguin (1848-1903) Tahití; a Herman Melville (1819-1891) el océano, a Paul Cézanne (1839-1906) Aix-en-Provence, a José Eustasio Rivera Salas (1888-1928) la selva amazónica y a Carlos Salazar Herrera (1906 – 1980) el paisaje costarricense.

En Costa Rica en particular, el paisaje surge como una necesidad del arte, de “crear” un tema nacional. Fue el argumento ideal que calzaba perfectamente en el pensamiento de la época. Eugenia Zavaleta, en su publicación, “La patria en el paisaje costarricense”, propone como punto de partida este tema, a finales del siglo XIX, con la literatura principalmente. Figuras como Manuel González Zeledón (Cuentos de Magón, 1896-1933) y Aquileo J. Echeverría (Concherías, 1905), “buscaron inspirarse en lo costarricense, en lo autóctono, más que había una gran ignorancia con respecto al propio entorno y a la propia historia”, escribe Eugenia Zavaleta.
Es gracias a las Exposiciones de Artes Plásticas, que se realizaron en el Teatro Nacional entre 1928 - 1937, que el paisaje empezó a tomar fuerza y la casa de adobes protagonismo en la pintura. El ambiente que las envolvía se tornó utópico: las casitas, “lucen como construcciones recién edificadas que solo unos días atrás fueron pintadas. La naturaleza las rodea, pero correctamente dispuesta. Además, está plasmada con exaltada exuberancia; árboles, vegetación y montañas protagonizan vivacidad, plenitud e imponencia, bajo un límpido cielo (…). La quietud y la paz imperan”, menciona Zavaleta.

Esta idea de construcción de nación, reconcilió el paisaje en utopía, la utopía en un sueño. “En una variación sobre un presente ideal, un pasado ideal y un futuro ideal (…). Cada uno de ellos puede ser mítico o imaginario, o tener una base real en la historia”. (Claeys, 2011.). Y de ahí, que estos paisajes se ajusten perfectamente a este concepto de utopía, que se convierte en copartícipe del reconocimiento político de la época. Donde no obstante no todo es paz, no todo es sosiego.
Hoy ante el desmesurado desarrollo de las ciudades, la ciudad misma se trasforma en paisaje. Convirtiéndose en retratos únicos de las realidades de cada lugar. Los protagonistas ya no son las montañas, los ríos o los bosques, ahora toman relevancia los edificios, los barrios y sus parques, los vehículos y los transeúntes, “el mito del paisaje”, como lo llama el historiador británico Simon Schama desaparece y, de pronto, muchos espectadores se ven reflejados en un paisaje urbano desbordado en el que se reconocen. En la ciudad el paisaje se convierte en “una actitud” como lo anota la arquitecta paisajista, Jimena Martignoni.

“Los habitantes somos parte del paisaje como el paisaje lo es de nosotros mismos. Un paisaje siempre está cargado de almas”, escribe la filósofa Dorelia Barahona. El caos de ciudades como las latinoamericanas y la costarricense en particular, agregan energía a los dibujantes y artistas urbanos. Así la arcadia rural da paso al caos urbano, sin embargo “la relación arte-ciudad no es una, no se puede plantear en singular. Varía en el espacio y en el tiempo, y abarca creaciones en la que converge algo de la visión de mundo de la época; con las condiciones materiales y sociales del espacio urbano”, anota María José Monge.
Y lo que parecía imposible, la impronta de la casa de adobes empieza a borrarse, no del imaginario colectivo, pero si del pensamiento del artista y así, poco a poco, los artistas contemporáneos se van sumergiendo en procesos de investigación que los acercan a temas relacionados con el cambio climático, con las migraciones, con problemas sobre el agua, dejando de lado ese paisaje idílico.
El paisaje se convierte en barrios (Emilio Willie), en recuerdos urbanos (Francisco Amighetti), en tugurios (Rafael, Felo García y Rudy Espinoza), en realismo mágico (Isidro Con Wong), en volcanes (Luis Chacón), en síntesis (Carlos Poveda), en grupo (Bocaracá) o en basura (Tomas Sánchez). La colección que resguarda ConArte es prueba de ello: los trabajos elaborados por diversos artistas muestran las múltiples miradas que puede representar el paisaje.
Conarte Galería se ubica en Montelimar de Calle Blancos. La exposición se puede visitar de lunes a viernes de 10 a. m. a 4 p. m. hasta el 23 de mayo. El 7 de mayo a las 7 p. m., Eugenia Zavaleta ofrecerá una charla. WhatsApp 8766-6547.
