Hacia arriba, los árboles acarician el cielo, las hojas caen al compás de la lluvia y el viento impregna un bochorno en la piel. Hacia abajo, las botas se empozan, los pantalones revelan nuevos desgarrones y un walkie-talkie tiembla. Sobre los casquillos en el suelo, Mateo piensa que cualquier recorrido podría ser el último.
Con la bandera de Costa Rica bordada en la manga, se dirige a su hamaca: vencida por el tiempo y sostenida unos metros por encima del matorral. Pasa su vecina, la serpiente terciopelo, y desaparece en la lona, único escudo ante la lluvia.
Para un país que presume sus bellezas naturales, los encargados de resguardarlas están descuidados. Mateo -nombre ficticio de un guardaparques en zona montañosa- es prueba de las condiciones de trabajo tremebundas. También lo son Carlos, Alberto y Julián, funcionarios encargados de proteger las riquezas de Costa Rica que conversaron bajo anonimato con Revista Dominical.

La rutina de un guardaparques desamparado
Alberto, funcionario en un Área Silvestre Protegida (ASP), carga a la espalda todo lo necesario para permanecer en la montaña. El trayecto serpentea entre el lodo y las cuestas, hasta que alcanza el centro de control, el cual funge como punto de partida para los patrullajes. Vive diez días en el bosque y disfruta cinco de descanso.
Esté o no el sol sobre sus hombros, permanece alerta. Si detecta un ingreso clandestino, un cazador, un talador o un narcotraficante, debe actuar en el mismo sigilo. ¿El principal obstáculo? No tiene radio para comunicarse con sus otros compañeros.
La situación se repite en Corcovado. Óscar Beita, guardaparques con más de siete años de experiencia, regresa al centro operativo Los Patos cuando culmina sus operativos. Aunque llega exhausto y sediento, no puede tomar agua del tubo, pues alega que no es potable y solo cuentan con un pozo. Se resigna a filtrarla o recurrir a las botellas compradas de su bolsillo.
Así como habitan dantas, monos y lapas en el paraíso que custodia, también hay plagas: hormigas, cucarachas, murciélagos y serpientes invaden la estructura de madera donde descansa. Ver un partido de la Selección Nacional es un lujo; la cobertura es nula, el internet inexistente.
“Casi todos los equipos que tenemos son por donaciones”, introduce Julián, quien labora en un área de conservación y tiene que comprarse sus propios pantalones. No recuerda la última vez en que recibió uniforme nuevo.
Allí no terminan las carencias. Algunos disponen de un solo vehículo, otros no tienen motores para patrullar el mar. Tampoco existen las horas extra. No pueden permitirse esperar al amanecer si un saqueo estalla en la oscuridad. Deben levantarse y responder, sin importar lo que marque el reloj.
“Cada funcionario hace su propio equipo: lámparas, jackets, capas, botas. Cada quien ve cómo se cuida”
— Julián, guardaparques en un área de conservación

Bosque y bodega de drogas
En algunos rincones del país, los bosques ahora resguardan bodegas de droga. El Parque Nacional Corcovado, en la Península de Osa, se transformó en uno de los blancos preferidos por los narcos. Las lanchas cruzan las costas cargadas de droga o pichingas de gasolina. A veces las encuentran repletas, a veces vacías, con restos del líquido esparcido sobre el mar.
No es una situación nueva. En 2020, un informe confidencial de la Administración para el Control de Drogas (DEA) y la Agencia Central de Inteligencia (CIA) reveló que, en un solo año, 500 toneladas de cocaína y otras 600 de marihuana ingresaron al país por el sector de Drake-Sierpe, una de las rutas hacia Corcovado.
Las huellas en la arena delatan su paso por las áreas protegidas. Aunque son contratados para resguardar la flora y fauna nacional, a los funcionarios les toca lidiar con estructuras criminales.
La misma ventura corre por Mateo, guardaparques en una zona de humedales con más de una década de experiencia. Cuando las lanchas se desplazan a gran velocidad y no puede distinguir si transporta pescadores o turistas, debe aproximarse para verificar. En más de una ocasión, ha recibido disparos como respuesta.
“¿Cómo nos sentimos? Que en cualquier momento puede ser nuestro último recorrido. No solo tenemos ese peligro (narcotráfico). Con una mordedura de serpiente no tendríamos chance de avisar a nadie”
— Óscar Beita, guardaparques en Corcovado

A mayor presencia del narcotráfico, mayor pérdida de cobertura boscosa. Una de las estrategias más utilizadas para legitimar capitales consiste en comprar o robar ganado, introducirlo en terrenos ubicados dentro de áreas protegidas —previamente deforestadas ilegalmente— y venderlo. Lo logran con facilidad porque no hay suficientes ojos para vigilar cada hectárea. “Ya no es lucha solo contra el narcotráfico organizado, sino contra el narcotráfico de oportunidad o de menudeo”, advirtió Mateo.
Esta realidad complica aún más la atención de las alertas por delitos ambientales, que no se detienen. Solo entre el 12 y el 20 de abril, el Ministerio Público recibió 48 denuncias por este tipo de infracciones.
A pesar de ello, el trabajo de los guardaparques persiste. En esos ocho días, ejecutaron 2.491 acciones de control en áreas protegidas, como patrullajes terrestres, retenes en carretera y recorridos acuáticos.
“Las personas que viven alrededor desconocen cuáles son las regulaciones. La falta de recursos para la difusión de los mensajes de educación ha hecho que las personas sean menos conscientes. Esto afecta mucho el desarrollo de la protección de los recursos naturales”, añadió Mateo.
Por su parte, Cristian Brenes Jiménez, secretario general del sindicato Sitraminae, subrayó que el delito al ambiente cambió de rostró; ya no es un cazador con carabina que se lleva un tepezcuintle para comérselo, ahora enfrentan una “mafia organizada a nivel nacional e internacional”. Para hacerle frente, afirmó que se necesita profesionalizar y dotar de herramientas a los guardaparques.
LEA MÁS: Estas son las principales rutas de ingreso de droga a Costa Rica

Guardaparques están ‘a la voluntad de Dios’
Dentro de aquellos senderos donde todo es verde y más verde, entre zumbidos de mosquitos, Óscar observó vastas cantidades de tierra descendiendo frente a sus ojos. Una de ellas impactó a su compañero de patrullaje y le destrozó los ligamentos. Cuatro guardaparques se turnaron durante 14 horas para evacuarlo. No lograron enlazar una llamada con el 911. “Lo que nos pase allá dentro es a la voluntad de Dios”, apuntó.
Como si no bastaran los peligros terrestres, están las aguas. Aunque los funcionarios naveguen en embarcaciones adecuadas, las condiciones climáticas provocan oleajes intensos. No debe de ser agradable caer en un río donde reinan los cocodrilos.
Los guardaparques asignados a volcanes activos, aunque respeten las alertas y regulaciones, han atendido emergencias bajo los peores escenarios. Así lo experimentó Julián, quien ascendió un coloso en erupción para rescatar a personas extraviadas. “Si no le ponemos atención a la información que recibimos, podemos morir fácilmente”, relató.
En caso de toparse con un cazador o visitante clandestino, los encargados están avalados a utilizar armas. Claro, la mayoría no reciben mantenimiento y están en mal estado. Quedan todavía más desprotegidos, pues pocos cuentan con chaleco de balas y, si los tienen, están vencidos.
En el área donde labora Alberto, solo el jefe tiene un chaleco antibalas. Fue una donación y ya superó con creces su vida útil de dos años. “Hay riesgo de morir. Vemos que hay mucha desprotección del sistema hacia nosotros. No tenemos cuestiones básicas, que pueden salvarnos la vida, porque no hay dinero”, comentó.
“Los proyectos para adquirir nuevo equipo generalmente son redactados o diseñados desde la parte alta y no desde las áreas protegidas. Cuando se trata de incorporar los criterios de las áreas protegidas, no son tomados en consideración”, agregó Mateo.
LEA MÁS: La empresa privada y su papel clave en evitar la pérdida de biodiversidad
Los guardaparques: una especie en peligro de extinción
Prevención, protección y control: la filosofía de quienes custodian los parques nacionales. Al menos, esa solía ser. Carlos, quien labora en un cerro desde hace 15 años, ahora compara su trabajo con el de un secretario.
La mayor parte de su día transcurre frente a una computadora. Revisa bibliografías para informes, redacta oficios, liquida viáticos y combustibles y realiza términos de referencia para contrataciones administrativas. Eso sí, hace años no observa un contrato para nuevos guardaparques.
Por la escasez de personal en su parque, y ante las obligaciones administrativas, ha dejado de atender denuncias por tala o cacería. No es por gusto. Funcionarios en Guanacaste, Puntarenas, Limón y áreas protegidas de la Gran Área Metropolitana (GAM) coinciden en el diagnóstico.
“A nosotros, que es lo más preocupante, nos exigen más papel que acción. A los guardaparques, tras de que a algunos les cuesta utilizar la computadora, tienen que estar liquidando combustible y viáticos”.
— Carlos, guardaparques en un sitio con cerros.
Costa Rica protege 13.031,87 km² de territorio terrestre y 165.022,21 km² de su área marina. Sin embargo, el reto es gigantesco: con apenas unos 400 guardaparques en todo el país, cada funcionario tendría que resguardar, en promedio, 3.257 hectáreas.
Tomando en cuenta que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) recomienda que un guardaparques resguarde 500 hectáreas, la cifra en Costa Rica es abrumadora.
Aunque los funcionarios quisieran abarcar todas sus funciones -prevención, protección, control, educación ambiental, investigación, monitoreo, integridad biológica y gestión comunitaria- no les alcanzan ni las manos ni la plata.
En octubre de 2024, durante la presentación del plan de fortalecimiento del Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac), el entonces director interino, David Chavarría Morales, indicó que entre 2019 y 2020 se perdieron cerca de 100 plazas debido a la entrada en vigencia de la Ley Marco de Empleo Público.
En ese entonces, Chavarría reconoció que la institución necesita más de 1.000 puestos adicionales para alcanzar un nivel óptimo de operación. Si quisieran cubrir todas las áreas de conservación, se requeriría una planilla de salarios de ¢26.000 millones, muy por encima de los ¢18.000 millones con los que contaron en 2024.
“Los compañeros se pensionan y la plaza se elimina con ellos. Algunas se pueden modificar y rescatarse, otras simplemente se pierden”.
— Julián, guardaparques en un área de conservación.
Entretanto, los guardianes de la naturaleza coinciden e insisten en la necesidad de más prespuesto para contratar personal y mejorar la infraestructura. “El ministro (Franz Tattenbach, de Ambiente y Energía) nos dice que hay plata y plazas disponibles para contratar gente, pero que el problema es de la parte ejecutiva del Sinac, que no puede o no tiene la capacidad para hacer las contrataciones en el tiempo que se tienen que dar”, relató Carlos, quien también ha laborado como administrador en parques nacionales.
Revista Dominical solicitó una entrevista con David Chavarría, director del Sinac, así como con el ministro Tattenbach, pero al cierre de edición no se había fijado una fecha.
Desde el 15 de abril, también se enviaron consultas al Sinac sobre la planilla, el presupuesto designado a guardaparques, los ingresos por la visitación en los parques nacionales y las medidas que implementa la institución para proteger a los funcionarios en situaciones de riesgo. No se obtuvo respuesta.
En paralelo, Costa Rica pierde el atractivo como destino vacacional. Entre setiembre de 2024 y marzo 2025, acumuló una reducción del 13,8% en la llegada de turistas extranjeros.
“Todos los días se quiere instalar mayor cobertura de territorio protegido. Cada vez hay menos funcionarios para que lo protejan. El guardaparque es una especie en vía extinción. Los delitos que se dan se vuelven mucho más complejos”, añadió Brenes, secretario del Sitraminae.
LEA MÁS: Turistas expresan inquietud de venir a Costa Rica por percepción de inseguridad
Como los árboles, los guardaparques mueren de pie
¿Por qué, si el trabajo es riesgoso y extenuante, los guardaparques siguen asistiendo a sus guardias? Para ellos, es como en la historia: los árboles mueren de pie.
Los guardaparques se pierden cumpleaños, Navidades, graduaciones e infinitas festividades. Aun así, su vocación altruista les deja la satisfacción de preservar la naturaleza para las futuras generaciones.
Muchos están cautivados por la biodiversidad costarricense, que justifica cualquier problema. Otros nacieron en estas zonas y mueren con las botas puestas. En el medio están quienes reconocen que “la cosa está fea y no se va a poner bonita”.
Aunque ingresaron al trabajo con motivación y cariño por el ambiente, los años los desgastan. Para entonces, la pasión se vuelve una obligación.
“A Costa Rica la vendemos a nivel internacional como un tesoro verde. Y es cierto, pero ¿qué le invertimos? ¿Qué se retribuye al cuido, a la protección del medio ambiente?”, sentenció el secretario de Sitraminae.