“Huelga escolar por el clima”, decía el cartel que Greta Thunberg sostenía cada viernes frente al Parlamento sueco, donde exigía decisiones políticas urgentes contra el cambio climático. Antes de alcanzar la edad para votar, ya se había convertido en un emblema del despertar juvenil ante el colapso ambiental; hoy, su nombre provoca ardor por su postura frente al genocidio en Palestina.
Hablar de justicia climática implica referirse a los derechos humanos. Así lo ha dicho Thunberg, quien no se limitó a exigir un alto al fuego mediante sus plataformas digitales: el 1.º de junio se embarcó en una flotilla cargada de alimentos y medicinas para llevarle asistencia al pueblo palestino, hasta que fue interceptada por fuerzas israelíes en aguas internacionales.
Antes de zarpar a bordo del Madleen, junto con otros 11 activistas de la organización Coalición de la Flotilla de la Libertad (FFC), la joven sueca había dejado varios mensajes en video, listos para difundirse en caso de ser detenida. Las imágenes, en las que aparecía con algunos mechones rubios escapando del peinado, no tardaron en viralizarse cuando se publicaron en Instagram la tarde del 8 de junio. Dos días después, Greta aceptó ser deportada desde Tel Aviv, la ciudad más grande de Israel, y aterrizó en París, Francia.
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Este reciente activismo incomodó a diversos sectores: desde la ultraderecha, como el presidente argentino Javier Milei, hasta voces vinculadas a corrientes liberales y progresistas que la acusan de haber desviado el foco de su causa climática.
Pero esta “mocosa” -término con el que la han descalificado por interpelar a políticos que triplican su edad-, insiste en lo que considera irrenunciable: denunciar el genocidio del pueblo palestino como una “cuestión de humanidad básica”.
Como ella misma escribió en The Guardian en 2023, su organización Fridays for Future -nacida de sus protestas escolares en Suecia- “no se ha radicalizado ni se ha politizado”. Por el contrario, defendió que la lucha por la justicia climática nace de la preocupación por las personas: cuando sufren, cuando se ven forzadas a huir de sus hogares o cuando son asesinadas, sin importar la causa.
Además, asumió como un deber moral alzar la voz, al considerar que la cooperación militar de Suecia con empresas armamentísticas israelíes convierte a su país en “cómplice de la ocupación y las matanzas masivas perpetradas por Israel”.
Cuando Thunberg necesita cruzar de Europa a América y viceversa, lo hace en veleros para no generar emisiones de carbono. Bajo esa misma premisa intentó romper el bloqueo naval e ingresar a Gaza, territorio en conflicto desde octubre de 2023, tras el ataque del movimiento islamista palestino Hamás. Claro, no lo hizo sin consecuencias. Al ser detenida, el gobierno israelí le prohibió la entrada al país por los próximos cien años.
Puede que Thunberg no lograra ingresar a Gaza, pero cumplió su objetivo mayor: generar revuelo y redirigir la atención internacional hacia el genocidio perpetrado por Israel. Para la joven sueca, luchar por el clima es luchar por la humanidad.
“No nos detendremos. Seguiremos haciendo todo lo que podamos, porque es la promesa que hicimos a los palestinos”, declaró desde el aeropuerto en París. Queda estar al pendiente de su próximo paso.

