Donde los costarricenses marcharon y combatieron hace 169 años en defensa del territorio nacional, hoy se levanta el Parque Nacional Santa Rosa. Pero no es solo el legado de la batalla contra los filibusteros lo que resguarda la casona; como hablamos de Guanacaste, aquí los vecinos son venados, halcones, iguanas y monos cariblancos.
Vale la pena adentrarse en este bosque tropical seco, asentado sobre algunas de las tierras más antiguas del país, emergidas del mar hace más de 85 millones de años. No conviene pasar por alto playa Naranjo, donde, con algo de suerte, es posible avistar tortugas lora y jaguares. Aunque sí es preferible andar con precaución, pues el oleaje es bravo y, mientras las mariposas revolotean por en el aire, una serpiente cascabel puede descansar en los senderos.
Eso sí, antes de visitar la zona, se debe asumir una mentalidad de conservación: se prohíben fogatas, el ingreso de mascotas para no alterar el ecosistema, la pesca en áreas protegidas y la extracción de animales y plantas. Coloque sus desechos en los basureros, porque cuidar este lugar es honrar nuestra herencia histórica y natural.
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