Si se encuentra con un adulto mayor en la calle, o habla con alguno de sus abuelos y de repente le dice que anda muy catrineada, o que por el contrario, luce un poco escarmenado y usted no entiende de que le hablan, no se sienta mal: no va a ser el único.
Con el pasar de los años, muchas de las palabras que nuestros abuelos usaban diariamente para referirse a diferentes cosas o situaciones se han ido perdiendo y le han dado paso a nuevas expresiones y términos que no se parecen en nada a lo que en algún momento ellos utilizaban como parte de la cotidianidad... ¡Achará!
Sin embargo, la cultura siempre caracterizará a un pueblo o a una nación, por ello a continuación encontrará algunas de esas palabras que hace varias generaciones atrás se usaban con la misma frecuencia con que hoy se utilizan palabras como ‘mae’.
“Siempre es muy rico recordarlas porque nos reflejan épocas, relaciones sociales, relaciones de familia y de repente nos hacen ver el presente con ojos del pasado”, afirma el historiador Vladimir de la Cruz.
Eso sí, si de entrada usted conoce o identifica alguno de los vocablos, no se sorprenda, pues varios de los términos se siguen utilizando pero con una menor frecuencia y no son ya tan comunes como algunos costarriqueñismos.
Además, es importante que en este punto tome en cuenta que no todas estas palabras están aceptadas por la Real Academia Española (RAE), ya que se trata de vocablos muy criollos.
“Cada lengua, cada lenguaje tiene su propio ingenio, su propia imaginación popular que la enriquece y esto hace que exista esa imaginación a nivel nacional como lo puede haber a nivel local. Hay dichos y palabras que pueden ser nacionales o bien, regionales, es decir de una parte del país y entonces esto se enriquece todavía más cuando hay ese vínculo y ese contacto con esa forma de expresar. La riqueza de la lengua tiene que ver también con el ingenio popular que lo caracteriza”, explica de la Cruz.
Antes de empezar y para que no se quede con la duda: escarmenado, se refiere a alguien despeinado o con el cabello alborotado. Mientras que catrinear, por el contrario, hace referencia a una persona bien arreglada, o que está presentable.
Pero vayamos en orden.
Acuantá se utilizaba para referirse a la expresión “hace un rato”; aporrear se le decía al lugar en el que se golpeaba la ropa después de lavarla para poder a secarla; y arrempujar se usaba cuando se golpeaba y se empujaba algo al mismo tiempo... ¿Lo sabía?
“Hay varias causas por las que las palabras van desapareciendo. Una de las principales tiene que ver con palabras que nombran cosas que podamos ver, hacer y constatar y que llamamos referentes. Entonces, cuando un referente deja de existir o se vuelve marginal, va desapareciendo la necesidad nombrar esa realidad, que puede ser una cosa o un concepto. Puede ser que no haya necesidad de hablar de alguna cosa que ha desaparecido, pero en general, la palabra va quedando en la memoria de las personas que la usaban”, explica Mario Hernández, lexicógrafo en el programa de Lexicografía de la Universidad de Costa Rica (UCR).
¿A quién no lo ha dejado la cazadora cuando más le urge? Sí, el bus no espera a nadie y más de una persona ha tenido que correr para alcanzarlo. En ese momento, es importante tener buenos caites, o más bien, zapatos cómodos que le ayuden a correr más rápido para no perder el autobús.
Aunque en realidad, para las viejas generaciones, el término hacía referencia a las sandalias de cuero que usaban los campesinos, principalmente los hombres de zonas rurales.
Y hablando de los pueblos rurales, en estos lugares era muy común que sus habitantes se echaran pacholí, una colonia barata que les permitía mantenerse perfumados todo el día. Esta la usaban principalmente en sus días libres, cuando se chaineaban.
Porque hay que decirlo: durante los fines de semana y en los días libres, en las reuniones con amigos, todos se catrineaban. Por ejemplo, las mujeres se emperifollaban o mejor dicho, se maquillaban, y sacaban su tiempo para peinarse: unas preferían utilizar un buen copete y otras apostaban por usar un atado o un moño sobre la nuca.
También estaban las que usaban cotona, una blusa que generalmente era de mangas largas y cuello alto y, por el otro lado, estaban las chingoletas que preferían la ropa muy descubierta: era cuestión de gustos. Lo cierto es que eran muy culindingas o coquetas.
En el caso de los hombres, nunca faltaba el que se empavonaba, se ponía sus mejores trajes y andaba siempre creído. También estaba el faruscas, que alardeaba de lo que no era.
Y aunque hablamos en pasado, son términos que se adaptan perfectamente a la actualidad.
Por ejemplo, en un grupo de amigos siempre están los que les encanta la prángana, la fiesta y que no pierden oportunidad para clavarse o emborracharse. Muchos son de esos que después de unos cuantos tragos quiere miche y buscan pelea con quien se les atraviese y terminan con un coscorrón, o mejor dicho, un golpe. Aunque en ocasiones, más bien es una cateada, que es una buena golpiza.
También está el guarusa o bien, el borracho que es un naguas, que prefiere no meterse en problema aunque le llamen cobarde.
Muchas de estas palabras son muy ticas y surgieron por la necesidad que tenían los costarricenses por darle un nombre a una cosa o situación que no sabían cómo llamar, es decir, se originan en un momento de creatividad.
“Las palabras nacen por alguna una necesidad, hablamos de la creación léxica. Una palabra surge cuando se requiere darle una palabra a algo a una realidad, a un concepto, a algo en concreto”, comenta el lexicógrafo.
Unas son más regionales que otras, pero lo más importante es que son palabras que sí existieron.
Y es que los abuelos le tenían nombre a todo, por ejemplo a la ardilla le llamaban chiza; cuando el café no les gustaba decían que era un cafesucho; a una persona nostálgica se le decía que estaba acabangada; y cuando escuchaban a alguien diciendo palabras en inglés decían que era una persona agringada, ya que a diferencia de ahora, antes no era común los términos en otros idiomas.
Lo que no ha cambiado es que desde siempre han existido las personas pipas, o inteligentes y los guanabas, es decir los no muy inteligentes. También están los manganzones, que son los holgazanes y tampoco faltan los chambones, que hacen las cosas descuidadamente.
“El hecho de que la palabra no se use de forma activa, ya es un primer paso para la obsolescencia. Aún así, si todavía hay gente que recuerda la palabra podemos decir que el grado de obsolescencia es intermedio, porque todavía se sabe el significado de la palabra, porque la obsolescencia no se da de un día para otro ni de un año para otro, se mide en décadas, en generaciones e incluso más allá de varias generaciones.
LEA MÁS: De La Mierda a Jeta Tuerta: Un recorrido por los pueblos con nombres más extraños de Costa Rica
“Son palabras que van desapareciendo no solo en el uso de las personas, sino que también del recuerdo entonces cada vez hay menos personas que la comprendan hasta llegar al punto que ni se usa, ni se comprende por casi nadie”, explica el lexicógrafo.
Una tradición
De acuerdo con el historiador Vladimir de la Cruz, el desuso de las palabras también tiene mucho que ver con las nuevas formas de integración familiar que existe en la actualidad, pues la tecnología y los aparatos electrónicos han irrumpido en las reuniones familiares.
Además, tener acceso a dispositivos como el celular, han conducido a que se reduzcan los conceptos y las palabras y provocado que ahora se hable con menos signos. “Entonces poco a poco se pierde la riqueza del vocabulario, de ese acervo cultural que de una u otra manera contenían una gran cantidad de datos en sí mismos”, explica De la Cruz.
“Las lenguas se enriquecen cuando se conversa, cuando se escribe y cuando se lee, es decir, una persona que no lee no desarrolla vocablos y generalmente las reuniones de familiares eran las que enriquecían mucho la experiencia lingüística y de trasmitir a base de esas experiencias propias de las familias las expresiones que, de una u otra manera y de forma muy criolla y particular, se decían de las cosas o con las cosas que la gente se relacionaba y de los sucesos que se producían.
“Eran vocablos generales, porque se compartían también por la generalidad. Hoy es diferente, estamos más encerrados, más aislados socialmente, ya no se hacen este tipo de prácticas de conversación de familia que antes se hacía generalmente alrededor de la mesa en el desayuno, o en el café de la tarde, eso se ha diluido más y cada uno tiene menos integración familiar lingüística”, asevera.
El historiador agrega que ahora se habla de una forma más sencilla y directa: ya no hay refranes, no se practican las retahílas como antes, los dichos se han perdido.
“Hay una gran cantidad de elementos de las expresiones lingüísticas tanto de nivel familiar como de nivel personal que se van a perdiendo con las nuevas formas de relación”, detalla.
Volvamos a las palabras de antes.
Hablemos ahora de los que les gusta atorugarse, o en palabras más sencillas: meterse toda la comida que se pueda en la boca y comer mucho. Para ellos, existe un dicho que dice que “a como come el mulo...” (posiblemente unos años atrás este dicho podía completarlo con un cuitea el fondillo o también obra el fondillo).
E incluso, puede pasar que por comer sin tener conciencia, la comida le caiga mal y tenga que salir espantado porque le dio corrida, o mejor dicho, diarrea.
"Estas formas de manifestar o de decir, reflejan la tradición oral y la memoria histórica de que así se hablaba. Las expresiones generalmente son frescas, sabrosas, son frases oportunas que tienen un contenido pleno y preciso de la forma en que se usan. Tal vez hoy nos pueden parecer un poco desubicadas, pero si uno se coloca en el tiempo o en la forma de decirlas, calzan perfectamente y tienen esa riqueza de expresar lo maravilloso y el mecanismo que le da vida al habla popular al que generalmente estamos vinculados”, añade de la Cruz.
Chafa se utilizaba para referirse a alguien molesto o impertinente; palanganas al que promete y no cumple; chompolón se le llamaba a las personas más grandes y gruesas; y tataretas hacía referencia a un tartamudo.
Vigencia
Aunque muchas de las palabras han quedado en desuso, hay otras que sí han logrado mantenerse hasta la actualidad.
“Sobreviven por más tiempo por la universalidad con las que se les trata. Es decir, esto tiene que ver con el impacto de las palabras que de una u otra manera calan y se mantienen por muchas de decenas de años, o por el contrario, a veces por poco periodo histórico. Pero en general tiene que ver con la frecuencia de su uso y el impacto que tenga en la cotidianidad”, explica de la Cruz.
Según explica el lexicógrafo Mario Hernández, los vocablos van desapareciendo por un proceso que se llama obsolescencia léxica y que ocurre con el pasar de los años.
“Es un proceso gradual, es decir, hablamos de grados de obsolescencia: hay palabras más obsoletas que otras, que están en el límite de muerte y de decadencia orgánica y en ese sentido hablamos de mortandad léxica. Las causas pueden ser diversas y no hay una sola pero en términos generales una palabra es vigente, tiene vida y vitalidad en la medida en que sirve para la comunicación efectiva, para comunicar cosas”, asegura.
Pueden ser adjetivos, sustantivos o cualquier otra categoría que permita comunicar cosas o situaciones, y cuando ya no es necesaria, comienza su proceso de obsolescencia.
LEA MÁS: La “CH”: tan peculiar
“Lo que manda para que una palabra subsista o desaparezca es el uso, es la necesidad de usarla para algo. Cuando desaparece la necesidad de usarla para algo, no tiene sentido que la palabra se mantenga vigente; eso no quita que las palabras queden registradas en obras literarias, en diccionarios”, añade Hernández.
Pese a que no se utilizan con frecuencia, son vocablos que las nuevas generaciones han escuchado en al menos una ocasión. Se trata de términos que se pueden adaptar a situaciones comunes y cotidianas de los costarricenses.
Por ejemplo, en una fiesta nunca falta el buchón, ese que quiere dejarse todo y que aprovecha cualquier descuido para ir adueñándose de la comida y hasta de los arreglos. Aunque también está el que se atipa y come hasta ya no aguantar más.
Y es que una fiesta siempre está llena de personajes. Por un lado, está el que se descochera o se vuelve loco al ritmo de la música y no para de bailar de forma muy animada. También está el confisgado, ese que es travieso, que pasa haciendo bromas y que siempre se sale con la suya; y no puede faltar el más animado, al que gusta chirotear, alborotar, jugar y brincar.
“Lo más importante es que el idioma es dinámico, tiene vida propia entonces se va enriqueciendo frecuentemente con vocablos, nuevas palabras y tiene que ver, también, con la realidad social en la que estamos. Entonces, se van desusando algunas palabras y se van introduciendo otras, es decir, algunas van tomando una prioridad mientras van desplazando a otras con contenidos similares”, agrega de la Cruz.
Recordando situaciones por las que a más de uno le tocó pasar está una típica y con la que muchos se sentirán identificados: la del novio que le correspondió compartir una cita con su novia... y un chaperón. Sí, esa persona que los padres de la joven enviaban para vigilar a la pareja.
La misión era impedir las muestras de cariño entre los novios y generalmente era encomendada al chacalín, o al cumiche de la casa, es decir, la labor de espía quedaba a cargo del niño de la familia. Ese que si hacía travesuras lo fueteaban o lo cinchoneaban, o mejor dicho, le pegaban con una faja como forma de castigo por portarse mal.
Otros términos que con el paso de los años se han dejado usar se son palabras como bayunco, en relación a una persona uraña, intratable y grosera; también chumino como se le decía a las monedas; y embejucada, que se utilizaba para referirse a algo muy enredado.
Lo cierto es que existen un tanate o un cachimbal de términos más, o mejor dicho, muchos otros vocablos muy ticos que podrían mencionarse y que poco a poco van quedando en el olvido para darle paso a nuevas expresiones.
Lo importante es recordar que son palabras que forman parte de la cultura costarricense y son un legado más de los abuelos.