‘Legionarios’ es una nueva serie de Revista Dominical, en la que le ofreceremos historias de costarricenses que destacan como profesionales, emprendedores y/o líderes en el extranjero. Si conoce de un caso que le gustaría sugerirnos, por favor escríbanos a revistadominical@nacion.com
En un remoto rincón de Puntarenas, donde las olas del Pacífico acarician la costa, un niño de mirada curiosa le habló a su madre con la certeza que solo los visionarios conocen. “Mamá, estoy seguro que cuando sea grande voy a vivir fuera del país”, pronunció Carlos Mondragón, apenas un chiquillo lleno de presentimientos.
Hoy, a sus 48 años, su vida se despliega en Islandia, una tierra que parece extraída de mitos nórdicos, donde el frío escarcha la piel y, paradójicamente, Carlos halló el calor de su destino.
En 1994, por caprichos del azar, él aterrizó en la isla del hielo y el fuego. No por una decisión premeditada, sino como una jugada inesperada del destino.
Desde entonces, su travesía ha sido tan extraordinaria como las luces danzantes que pueblan los cielos islandeses en las noches polares. Sus vivencias se entretejen con una historia que lo llevó desde el trópico de Costa Rica hasta el sur del Círculo Polar Ártico. ¿Cómo un chico de la costa acabó siendo cazador de auroras boreales en aquellas lejanas tierras del norte? La respuesta, como la aurora misma, se despliega en una paleta de colores inimaginable.
El comienzo de un gran viaje
A los cinco años, la vida de Carlos Mondragón lo ubicó en las vastas llanuras de Guanacaste, región seca y cálida que lo acogió como a un hijo propio. Aunque nació en Puntarenas, ese puerto quedó atrás pues su madre consiguió un trabajo en esta otra provincia.
Fue en las tierras guanacastecas donde floreció la semilla de su curiosidad por el mundo. Carlos observaba con fascinación la llegada de visitantes extranjeros a esa zona. En medio del polvo que levantaban las huellas de los turistas, surgía su interés por entender lo que movía a aquellos viajantes.
“Recuerdo esos días en Cañas como si fueran la antesala de lo que vendría después. Veía a esos extranjeros con sus mochilas y sus cámaras, tratando de comunicarse en español. A veces se les notaba la curiosidad, querían aprender algo más que solo ‘hola’ y ‘adiós’. Especialmente veía a los de Estados Unidos y me interesaba mucho aprender el idioma. Yo les hablaba para tratar de entender algunas palabras y frases, y eso me hacía pensar en lo grande que debía ser el mundo más allá de nuestras fronteras”, comparte Carlos con una mezcla de nostalgia y asombro.
Desde joven, Carlos sintió un llamado hacia lo desconocido, una certeza de que su destino estaba más allá de las fronteras de su país natal. “Mi madre, luchadora incansable en una familia humilde, siempre apoyó mis sueños, aunque parecieran tan lejanos. Yo tenía muchas ganas de conocer el mundo y pensé que un segundo idioma sería el inicio”, recuerda.
Su fascinación por el inglés encontró sus primeros destellos en las letras de las canciones de Bob Marley. “Traducía cada palabra, construyendo mi vocabulario y forjando un camino que, años más tarde, me abriría puertas inimaginables”, recuerda. Mientras el baloncesto llenaba sus días durante la secundaria, en su corazón albergaba un sueño peculiar: ser montador de toros. “Hoy todos esos sueños no son más que una anécdota. Nunca llegué ni a jugar profesionalmente ni mucho menos montar”, dice entre risas.
La oportunidad de cambiar radicalmente su vida se presentó en 1994, cuando decidió embarcarse en un programa de intercambio en Islandia. Para aquel momento, le había puesto mucho esfuerzo a sus clases de inglés en secundaria, así como a libros de texto que le fueron prestando conocidos para depurar el idioma. Así fue como se animó a salir del país.
Aunque originalmente anhelaba las bulliciosas calles de Nueva York (ese era el intercambio que le había prometido un programa que conoció en Guanacaste), el destino le reservaba un camino diferente hacia las gélidas tierras nórdicas de Islandia.
“Era lo que el destino me tenía. Llegué un 19 de febrero, en pleno invierno, a un mundo donde el sol parecía esconderse, marcando mis primeros pasos en una cultura fascinantemente distinta”.
Adaptándose a ‘otro mundo’
La adaptación de Carlos Mondragón a Islandia fue un viaje “de otro planeta”, como dice él mismo. “Para mí era como una aventura de la Guerra de las Galaxias... Llegar a otro mundo, con otra cultura”, rememora.
El tico cuenta que adaptarse fue complejo pues, a pesar de que hablaba inglés, muchos de los locales consideraban irrespetuoso que no se comunicara en el idioma del país. “En Islandia, pronto aprendí a apreciar y valorar la importancia del nacionalismo que ellos tienen y, sobre todo, el respeto por su idioma, el islandés”, cuenta el tico.
Al finalizar su programa de intercambio, el cual consistía sobre todo en aprender del modo vida de estas comunidades durante poco más de un año, Carlos tomó una decisión trascendental que definiría su vida: quedarse en Islandia. “Fue una decisión arriesgada, pero sentía que había más para descubrir y aprender en esta tierra de contrastes”, dice Mondragón.
Decidido a integrarse completamente, se sumergió en el aprendizaje del islandés, un idioma complejo con ecos de antiguos vikingos. “Fue un desafío, pero quería conectarme con la esencia misma de esta cultura”.
Por supuesto, Carlos necesitaba una forma de sostener su estadía, así que comenzó a laborar en todo lo que saliera. Sus primeros trabajos en tierras islandesas abarcaron desde limpiar ventanas y librerías hasta la pesca de bacalao. “Aprendí que la diversidad de experiencias es fundamental para crecer como individuo. Desde trabajos más sencillos hasta desafíos más grandes, cada experiencia contribuyó a mi comprensión de la vida en Islandia”, reflexiona.
Con el tiempo, su sed de conocimiento lo impulsó a estudiar Ingeniería en Sistemas. “Había un gran nivel de académicos ahí y siempre me había gustado la computación, entonces era la excusa perfecta para seguir aquí”, recuerda.
Un aspecto curioso de su experiencia es que, aunque mejoró su inglés significativamente, desarrolló una habilidad sorprendente para hablar islandés. “Fue un proceso interesante. Aunque mi inglés mejoró, me encontré hablando mejor el islandés. Es un reflejo de cómo la inmersión total en una cultura puede moldear la forma en que nos comunicamos”.
Aunque todo iba bien, habría un pequeño giro en sus días. A comienzos de los años 2000, la vida lo llevó de vuelta a Costa Rica por un tiempo, atraído por las oportunidades laborales en el campo de la informática. “Regresé porque mi familia me contó que se estaban abriendo muchos puestos para informáticos en Costa Rica, así que trabajé en empresas como Intel y HP. Sin embargo, Islandia seguía llamándome. Estaba enamorado de ese país y sentía que aún tenía más que explorar y compartir”, revela Mondragón con un brillo en los ojos.
La decisión de regresar a Islandia resultó ser una encrucijada significativa en su vida. Un amigo de estudios en informática, llamado Trond Eiksund, le presentó un nuevo rumbo: el turismo. Inicialmente, la idea de alejarse de su zona de confort como ingeniero generó dudas en Carlos. No obstante, ser guía turístico logró cautivarlo de manera inesperada. “Fue un giro de carrera que nunca hubiera pensado, para nada, pero la guía turística me atrapó. Había obtenido un profundo conocimiento de la historia y geografía islandesa, así que pensé que no sería difícil adaptarme”, relata.
Su amor por las auroras boreales siempre estuvo presente, una pasión que floreció aún más en su regreso a Islandia. “Las auroras boreales son un fenómeno natural fascinante y, para mí, son la esencia de la magia que Islandia tiene para ofrecer. Fue un regreso a mis raíces y una conexión más profunda con la tierra que ahora considero mi hogar”, dice.
Una explicación de por medio
Naturalmente, conviene hacer una pausa en la historia de Carlos para explicar el fenómeno de las auroras boreales.
Las auroras boreales son un fenómeno natural fascinante que ocurre cerca de los polos, en regiones frías del planeta. Estas luces en el cielo se presentan cuando partículas cargadas del viento solar chocan con átomos y moléculas en la atmósfera de la Tierra, creando un espectáculo luminoso.
Las auroras boreales son más comunes en el Círculo Polar Ártico, que incluye regiones de Islandia, Noruega, Suecia, Finlandia, Rusia, Estados Unidos y Canadá. Su contraparte en el hemisferio sur se llama auroras australes y se observa cerca del Círculo Polar Antártico.
Estas luces se presentan en diversos colores, siendo el verde el más común, aunque también pueden incluir tonos de rosa, púrpura y azul. La fascinación por las auroras boreales ha llevado a un aumento en el turismo en estas áreas. Según el Icelandic Tourist Board, Islandia ha experimentado un crecimiento significativo en la llegada de visitantes impulsados por la observación de estos fenómenos.
Los turistas buscan experiencias únicas y la posibilidad de presenciar este espectáculo natural ha convertido a destinos como Islandia en puntos de interés durante las temporadas en las que las auroras son más visibles. Es importante mencionar que la visita para observar auroras boreales suele requerir condiciones específicas, como cielos oscuros y despejados, así como épocas del año determinadas.
El turismo de auroras no solo beneficia a la industria turística de estas regiones, sino que también ha despertado un interés renovado en la investigación científica y la preservación del medio ambiente, ya que la conservación de cielos oscuros es esencial para la observación de este fenómeno celestial.
Los cazadores de auroras boreales, como el caso de Carlos, desempeñan un papel fundamental en la experiencia de los turistas. Estos expertos no solo tienen conocimientos sobre la ciencia detrás de las auroras, sino que también poseen habilidades prácticas para llevar a los visitantes a los mejores lugares y momentos para presenciar este espectáculo.
En primer lugar, los cazadores de auroras monitorean constantemente las condiciones meteorológicas y las actividades solares, aspectos cruciales para determinar la probabilidad de avistamientos exitosos. Para esto utilizan herramientas y recursos en línea, como aplicaciones meteorológicas y mapas de predicción de auroras, y así evaluar las condiciones en tiempo real y planificar las salidas
Estos guías turísticos conocen a la perfección los mejores lugares de observación, lejos de las luces urbanas y con cielos oscuros. Muchas veces, se aventuran a ubicaciones remotas y estratégicas que ofrecen condiciones óptimas para la visualización de auroras.
Además, utilizan técnicas fotográficas avanzadas para capturar las auroras en todo su esplendor, lo que agrega un valor adicional a la experiencia de los visitantes. Esto incluye configuraciones de cámara específicas, con largas exposiciones y ajustes de ISO, para captar los colores y movimientos de las luces del norte.
Los guías turísticos también desempeñan un papel educativo, compartiendo conocimientos sobre la ciencia detrás de las auroras, sus mitos culturales y características únicas. Proporcionan contextos históricos y culturales que enriquecen la experiencia, convirtiéndola en algo más que un simple avistamiento.
En resumen, los cazadores de auroras no solo guían a los turistas hacia la observación de este fenómeno natural, sino que también enriquecen la experiencia con su conocimiento, habilidades técnicas y aprecio por la belleza única de las auroras boreales.
Carlos Mondragón emerge entonces como un maestro en el arte de descifrar estos misterios del firmamento. Con sus tres décadas en la gélida tierra de Islandia, ha perfeccionado la habilidad de anticipar y rastrear las auroras boreales, convirtiéndose en uno de los guías turísticos más destacados de la región, pues incluso recibió reconocimientos en el 2022 y 2023 por parte del portal Get Your Guide.
Para Carlos, la búsqueda de las auroras va más allá de la ciencia y se adentra en un terreno casi místico. Su conexión con la naturaleza y el cielo nocturno se forjó durante incontables noches dedicadas a aprender a leer el cielo. “Hoy, algunos me consideran entre los mejores guías de Islandia. Yo me veo como un instrumento en manos de Dios, guiando a otros a experiencias inolvidables”, comparte, contando que él ha tenido un 98% de éxito en sus expediciones.
Cazar auroras boreales no es simplemente observar un fenómeno natural; es abrazar un desafío que demanda paciencia y resiliencia, dice el tico. Las luces del norte son esquivas, caprichosas y su aparición no puede garantizarse.
Mondragón también detalla que el proceso de cazar auroras no solo implica la mera observación, sino que también enseña lecciones profundas de humildad y perseverancia. Carlos destaca que esta experiencia va más allá de disfrutar de un fenómeno natural; es una lección de paciencia, esperar en la oscuridad y aprender a apreciar momentos de belleza efímera.
“La espera enseña paciencia y la eventual aparición de las auroras refuerza la resiliencia, recordándonos que algunas de las cosas más bellas de la vida requieren esfuerzo y dedicación”, reflexiona.
Su caza de auroras también tiene un aspecto profundamente personal. Cada expedición no solo es una búsqueda para él mismo, sino un compromiso de cumplir los sueños de otros. Ver la alegría y emoción en los rostros de las personas, a menudo experimentando este espectáculo por primera vez, es una fuente de profunda gratificación. “Ayudo a que los sueños de las personas se hagan realidad, y eso en sí mismo es una recompensa inmensa. Siempre hay gente abrazándose, llorando, conmovida. Es algo invaluable vivir de esto”, dice con orgullo.
Aunque las herramientas tecnológicas han facilitado la predicción de las auroras, el tico valora la intuición y el instinto desarrollados a lo largo de los años. Su perspectiva trasciende lo puramente científico y se sumerge en la admiración y respeto hacia este fenómeno natural. “Cada aurora es un amor a primera vista, un espectáculo divino que toca el cielo nocturno. Para mí, ver una aurora es presenciar el dedo de Dios”, finaliza.
Puede seguir el día a día de Carlos Montenegro en su cuenta de Instagram @blackicetraveliceland.