
Mirada nicaragüense - Julián Navarrete Silva:
Antes de que el árbitro diera el pitazo inicial, sentí que ya íbamos abajo en el marcador. Era mi primera vez en el Estadio Nacional de Costa Rica, después de más de un año de haber llegado desde Nicaragua con mi familia: mi esposa y mi hijo de cinco años. La noche del 13 de octubre fui con ellos a ver el partido crucial entre Nicaragua y Costa Rica, con la curiosidad normal de conocer un estadio –de verdad– profesional que, por ejemplo, tiene todas las butacas numeradas; en Nicaragua solo el de Estelí funciona de esa manera.
Cantar el himno en minoría
Entramos al coloso repleto, con capacidad para albergar a más de 35 mil personas eufóricas por ver a 22 hombres disputándose un balón. Fue en ese momento que llegaron las emociones encontradas. Para empezar, por primera vez viví el himno nacional de Nicaragua en inferioridad numérica: una marea de camisetas rojiazules de la selección de Costa Rica, apenas salpicada con unas manchas azuliblancas dispersas pero bulliciosas en las gradas.
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En la zona oeste, donde nos sentamos, repleta de costarricenses, las notas solemnes eran interrumpidas por gritos y alguna que otra ofensa al dictador nicaragüense: “¡(Daniel) Ortega hijuep…!”, seguido de risas y abucheos. En esas estaba cuando caí en cuenta de que mi esposa y yo cantábamos con los ojos cargados de nostalgia. Era ver a esos once hombres, en pantalones cortos, que nos recordaban los colores del triángulo, ubicado en el corazón de Centroamérica, donde nacimos.
Entre la nostalgia y el orgullo ajeno
Segundos después empezó a sonar el himno de Costa Rica. Inmediatamente, mi hijo me jaló la mano y dijo: “Ese es el que me enseñan en la escuela”. De modo que lo vi acompañando con su tarareo (aún le cuesta pronunciar la “r” y la “c”) la letra que rugía antes de las 8:00 p.m. en La Sabana. Sentí una suerte de orgullo ajeno al ver cómo miles, al unísono, alentaban con el canto nacional a sus once elegidos para disputar la batalla sobre el rectángulo de césped natural.
El momento culminante –puede que para usted, que está leyendo esto, sea de lo más natural– fue cuando vi a mi niño hacer una leve pausa, apenas perceptible, como para coger impulso y soltar, a gritos, el último verso: “¡Viva siempre el trabajo y la paz!”.
El estadio parecía erupcionar mientras estallaban los fuegos artificiales que se difuminaban en un cielo empañado por la neblina.
El partido, como era de esperarse, se decantó por errores del portero nicaragüense, muy bien aprovechados por los delanteros costarricenses.
No obstante, el desorden de la selección de Nicaragua se mostró incluso una hora antes de que iniciara el encuentro. Oficiales de la Fuerza Pública irrumpieron en los vestidores nicas para buscar a uno de los jugadores que había sido demandado por pensión alimenticia. El futbolista, cuyo nombre aún se desconoce, acordó pagar la deuda para que lo dejaran jugar. El fútbol nos sigue sorprendiendo: a veces es un medio para responsabilizarse.
Un partido es más que fútbol
Debo confesar que el partido contra Costa Rica, por su dominio futbolístico histórico, significa algo más que un juego para los nicaragüenses. Esto trasciende la simple posibilidad de ir al Mundial. Basta con recordar la celebración desaforada que hubo en las calles de Managua el pasado cinco de setiembre, cuando sacamos un empate 1-1 con un jugador menos frente al combinado costarricense. De hecho, la ilusión nica y la breve crisis tica crecieron de la mano de ese resultado.
Por eso, el único gol de Nicaragua fue un desahogo cargado de ilusión. Los mejores momentos de Costa Rica ya habían pasado; tocaban el balón con precisión, y de pronto nos vimos –nos quedamos viendo– creyendo que era posible. Dos minutos después llegó el gol que puso al frente a los ticos. Entonces recordé que los sueños de los nicaragüenses, la mayoría de las veces, se rompen por nuestros propios errores.
Si algo podemos decir que ganamos fue la posesión de balón: ya saben que algo tenemos que ganar entre tantas batallas perdidas. Con ventaja de dos goles, Costa Rica decidió poner a casi todos sus jugadores a defender. Al hilo de la democracia más sólida de la región, los once futbolistas costarricenses rápidamente se pusieron de acuerdo en que esa era la mejor manera de llegar a la victoria.
Luego de que el árbitro, el personaje más insultado de la cancha, pitó los tres silbidos finales, caminé con mi familia hacia la salida del estadio, en medio de un puñado de fanáticos costarricenses que iban contentos, pero no eufóricos.
Minutos después, ya dentro del taxi, escuché que el director técnico de Nicaragua, Marco Antonio “Fantasma” Figueroa, culpaba exclusivamente al portero por la derrota. “Los cuatro goles fueron errores del portero”, dijo Figueroa.
Como buen representante del país que ha sido tomado por una de las dictaduras más virulentas de la región, el director técnico de Nicaragua culpó a uno de los suyos por la derrota.
Mirada costarricense - Roger Bolaños Vargas:
Como diría un personaje de Chespirito: “No nos hagamos tarugos”. Este que escribe fue el tico que se sentó en la butaca contigua a la del nicaragüense que usted acaba de leer, al que se le hizo un nostálgico revoltijo en el estómago mientras escuchaba los himnos. Aunque el marcador favoreció al lado tricolor, fue imposible no tragar amargo antes, durante y después del encuentro. Nuevamente, no nos hagamos tarugos, hay mucho qué analizar y cuestionar, y no solo respecto a lo que ocurrió en la alfombra verde.
No nos hagamos tarugos
Sabíamos que habría una importante cantidad de aficionados nicaragüenses, y este redactor sabía que junto a él habrían al menos tres, entre ellos, un niño. En la previa, quien escribe tenía una angustia real de que los típicos comentarios xenofóbicos nos sonrojaran. Seamos sinceros, si hay un ambiente en el que la xenofobia suscita a la mínima es en un estadio de fútbol.
Y ocurrió. Afortunadamente no hubo violencia física de ningún tipo, pero los clásicos comentarios furtivos no faltaron. Casi parecía que algunos aficionados tenían las frases atravesadas en la boca, estorbándoles, a la espera de que algún fallo arbitral o acción pinolera “justificara” el grito (absurdo en un país definido por el mestizaje).
Por ejemplo, usted leyó que durante la entonación del himno nacional nicaragüense hubo silbidos, pero también hubo gritos de “¡(Daniel) Ortega hijuep…!”, seguidos de risas y carcajadas. No nos hagamos tarugos, no era un sincero reclamo contra el dictador, más se acercaba a un chascarrillo, un chiste, una burla.
Esto era un ligero presagio de los gritos —estos sí abiertamente xenofóbicos— que suscitaron cuando el nicaragüense Cristian Reyes golpeó —con fuerza desmedida— al herediano Aarón Murillo, y lo obligó a salir de cambio.
El fútbol como espejo de la sociedad
Ya lo dijo el escritor mexicano Juan Villoro: “Ningún partido se juega en Marte y si se jugara, representaría la identidad de sus microbios. Los hooligans (en Inglaterra) no nacieron dentro de un estadio, eran el resultado de la descomposición de la sociedad inglesa. El fútbol es un espejo acrecentado de la sociedad. Lo que fuera del estadio es una chispa, ahí puede ser una hoguera".
Pocos minutos después cayó el 1-1 de Junior Arteaga, que enmudeció a los miles de costarricenses presentes, y dio paso a algún otro comentario fuera de lugar.
Cuando un niño celebra todos los goles
Quizás en esto también deberíamos aprender un poco de los niños: mientras el colega a mi izquierda celebró el gol nica, y yo festejé las anotaciones ticas, su hijo —nicaragüense de cinco años con más de un año de vivir en Costa Rica— celebró todos los goles y, por tanto, celebró más que él y yo.
Lo cierto es que ganamos, Costa Rica se impuso, pero nadie salió eufórico. El aficionado entiende que los errores del dubitativo portero nicaragüense allanaron un camino que lucía espinoso. Sí, sonroja decirlo, pero la verdad es que hoy Haití y Honduras nos meten miedo, y quizás no porque sean grandes selecciones, sino porque tememos que el combinado patrio sea un error a punto de ocurrir. Nicaragua nos trajo malos recuerdos cuando empató.
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Ganamos pero no convencimos
Como si no fuera suficiente pasar angustias antes del partido, la sensación a posteriori también es agridulce. Ganamos, ¿pero a qué costo? ¿Cediendo el 65% de posesión a un rival claramente inferior? ¿Permitiendo que hicieran el doble de pases? Según la estadística avanzada de goles esperados (o expected goals, en inglés) Costa Rica debió ganar apenas por 2-1.
Anteriormente le mencioné que los cuestionamientos no se limitan a lo que ocurre en la alfombra verde, porque las luces rojas permanecen encendidas aún cuando se apagan los focos del Estadio Nacional.
Después del silbatazo, las mismas preguntas
En conferencia de prensa, el técnico mexicano Miguel Herrera nos recordó esa costumbre que tienen las personas con poder de culpar a la prensa por hacer preguntas sobre su mal rendimiento.
“Ustedes (los periodistas) son los que han creado el ambiente”, respondió el azteca cuando le consultaron si la goleada ayudaría a alivianar las críticas. Pero Herrera debe recordar que este es el primer triunfo en cuatro partidos de la cuadrangular final.
“No nos hagamos tarugos”, diría Chespirito, y esto no aplica solo para el fútbol.

