“Voy a intentar contar todo, pero la sensación de estar en un país en guerra, todavía no la puedo expresar bien. Es muy duro y muy extraño. Muy extraño”, dice el mago costarricense Diego Vargas.
Han pasado dos años desde que Rusia invadió Ucrania y, aunque muchas personas huyeron de su país buscando protegerse de la guerra, hubo quienes se negaron a dejar su tierra.
La ciudad ucraniana de Lviv está más cerca de Cracovia (Polonia), que de Kiev, la capital ucraniana y uno de los sitios que ha sufrido mayores ataques armados; sin embargo, en esta zona fronteriza, donde muchos ucranianos se sienten un poco más seguros, también han caído misiles y diariamente suenan sirenas antiaéreas varias veces al día.
Diego y su amigo Israel Solís, fotógrafo y documentalista, tomaron la decisión de ingresar a territorio ucraniano para compartir su talento con niños, jóvenes y adultos (mujeres, en su gran mayoría) que decidieron quedarse en su tierra.
Este era un viaje que habían planeado por meses y lograron concretar a mediados de setiembre de este 2023. Era un viaje que Diego había planificado con Magos sin Fronteras, que financió parte de su travesía.
Su idea inicial era entrar a Ucrania en un tren que salía desde Polonia el 16 de setiembre y quedarse por 10 días; es decir, abandonarían el territorio el 26 de ese mes. Sin embargo, en un país en guerra, nunca se sabe.
“El país no está hecho para que nadie entre porque puede tratarse de un espía; entonces, el ingreso es excesivamente delicado, o sea, cualquier persona puede ser un peligro real para el país. Ese día nos dijeron que nos faltaban unos papeles; entonces, ese día (sábado 16) nos encerraron en un cuarto mientras nos devolvían a Polonia. Era un lugar en el que dejan a las personas que van a deportar y, mientras tanto, nos vigilaban dos soldados”
— Diego Vargas, mago
“Nos rechazaron la entrada. El país no está hecho para que nadie entre porque puede tratarse de un espía; entonces, el ingreso es excesivamente delicado, o sea, cualquier persona puede ser un peligro real para el país. Ese día nos dijeron que nos faltaban unos papeles; entonces, ese día (sábado 16) nos encerraron en un cuarto mientras nos devolvían a Polonia. Era un lugar en el que dejan a las personas que van a deportar y, mientras tanto, nos vigilaban dos soldados”, detalla Diego.
Los escoltaban al baño y los mantenían vigilados. Para el mago, los soldados (una mujer y un hombre) se dieron cuenta rápido que ni él ni Israel eran un problema.
Israel reconoce que sintió temor mientras estuvo detenido, no tanto por la deportación como tal, sino “por el hecho de que nunca había estado tan cerca de soldados que vienen de una guerra y porque, además, estábamos encerrados e incomunicados”.
Cuando llegó la noche, Diego pensó quiso hacer una pequeña demostración de magia improvisada para ellos, de todas formas él ya les había explicado que su intención en Ucrania era precisamente ofrecer algunos shows de este tipo.
“La soldado se empezó a reír, pero llorando y eso solo lo había visto en los campos de refugiados, o sea, es gente que se ríe y luego llora, como si fuera algo muy liberador. Es decir, esa soldado también ha sufrido las consecuencias de la guerra. Después de eso cambiaron un montón y terminamos en una mesa comiendo porque nos dejaron ir al supermercado a comprar algo; además, les dimos una clase de magia, se reían. Luego, el soldado nos contó que tenía 23 años, estudió informática y hace dos años tenía una vida normal; ahora, yo no sé si ya le tocó matar a alguien”, cuenta el mago.
“La soldado se empezó a reír, pero llorando y eso solo lo había visto en los campos de refugiados, o sea, es gente que se ríe y luego llora, como si fuera algo muy liberador. Es decir, esa soldado también ha sufrido las consecuencias de la guerra”
— Diego Vargas, mago
Por su parte, Israel les tomó fotos a los soldados mientras ellos posaban.
Luego de 20 horas encerrados, los dos amigos regresaron a Polonia y comenzaron a realizar desde allí los trámites para poder regresar a Ucrania con una visa, la cual tiene una vigencia de un mes. La embajada de Ucrania en México (en Costa Rica no hay) era la encargada de ayudarlos con el trámite: la contactaron y, entre llamadas y correos electrónicos, les explicaron su propósito y les mostraron fotos visitando campos de refugiados en Cracovia.
Su solicitud fue aprobada y el 22 de setiembre les entregaron la visa en el consulado de Ucrania en Polonia. Ese mismo día intentaron nuevamente ingresar a ese país en guerra, tomaron un bus hasta Lviv y esta vez no tuvieron problema para ingresar al país en guerra.
¿Ciudad en guerra?
Luego de varias horas, Diego e Israel llegaron a Lviv en la noche; de inmediato fueron al hotel que habían reservado. Por seguridad, Israel esperaba que su habitación estuviera en el primer piso y no tuviera una ventana cerca; sin embargo, los enviaron al quinto piso y sí había ventanal.
Desde ese momento, ambos se dieron cuenta que estaban en una ciudad donde se respiraba una normalidad muy extraña.
Incluso elegir el hotel fue todo un tema: “Uno normalmente busca quedarse en un lugar bonito, se guía por los comentarios de limpieza y cosas de ese tipo, pero aquí teníamos que buscar un hotel que estuviera en una zona muy concurrida, que no hubiera instalaciones militares cerca... ¡Qué loco tener que buscar hotel en las zonas que es menos posible que ataquen!”, contó el ilusionista.
“Cuando llegamos al hotel, lo primero que nos dijeron fue que el refugio de bombas estaba en el sótano, en la sala de conferencias. También que había toque de queda a medianoche. En ese momento me pregunté por qué en Lviv hay toque de queda si es una ciudad que está muy lejos del conflicto y aún no hay peleas territoriales, pero luego nos explicaron que en las noches hay más ataques de los rusos; entonces si necesitan mover baterías antiaéreas o equipo necesitan tener las calles libres porque obviamente no quieren que haya ojos viendo, porque en serio no confían ni en ellos mismos”, siguió contando.
La “normalidad extrañísima” apenas estaba comenzando y lo confirmaron cuando amaneció al día siguiente. Si bien Lviv no ha sido tan atacada como otras ciudades en Ucrania, allí han caído misiles y sí hay destrucción, pero no demasiada.
De hecho, ambos definen Lviv como “una ciudad normal”.
“No me imaginaba Ucrania, para nada. Obviamente, uno desde aquí escucha de una zona de guerra, entonces se imagina como el caos, como todo bastante destruido, como con gente vuelta loca y no, todo es perfecto, es hermoso, pero hay una situación que se está dando y es lo de normalizar la guerra. Creo que es porque no puede vivir uno con pánico eterno”.
— Israel Solís, fotógrafo
“No me imaginaba Ucrania, para nada. Obviamente, uno desde aquí escucha de una zona de guerra, entonces se imagina como el caos, como todo bastante destruido, como con gente vuelta loca y no, todo es perfecto, es hermoso, pero hay una situación que se está dando y es lo de normalizar la guerra. Creo que es porque no puede vivir uno con pánico eterno”, dice Israel.
Mientras Diego añade: “Puedes pedir un Uber para ir de un lugar a otro, hay restaurantes, las calles están llenas de gente, los parques están llenos de niños y gente jugando; pero si pones atención, solo hay mujeres y niños. Luego, por allá, ves que va caminando un soldado sin pierna o sin manos... Es una realidad y una normalidad que existe ahí, porque no hay de otra, porque como seres humanos normalizamos todo, pero que no debería ser normal”.
Y esa normalidad alterada la terminaron de confirmar el día en el que ambos estaban tomando un café en un restaurante y empezó a sonar la sirena ante el riesgo de ataque.
Cuando sonó la sirena, “nosotros nos pusimos atentos a ver qué pasaba, estábamos cautelosos, pero luego todo mundo nos decía que no hiciéramos nada porque eran unas sirenas que sonaban en todo Ucrania y que a como podría ser que cayera (el ataque), podría ser que no. Entonces era como que nos decían: ‘No se estrese’. Y uno salía y veía la gente caminando como si nada pasara, o sea como si fuera escuchar el semáforo en verde. Es muy loco ver la normalidad con la que ven la sirena”.
— Israel Solís, fotógrafo
“Nosotros nos pusimos atentos a ver qué pasaba, estábamos cautelosos, pero luego todo mundo nos decía que no hiciéramos nada porque eran unas sirenas que sonaban en todo Ucrania y que a como podría ser que cayera (el ataque), podría ser que no. Entonces era como que nos decían: ‘No se estrese’. Y uno salía y veía la gente caminando como si nada pasara, o sea como si fuera escuchar el semáforo en verde. Es muy loco ver la normalidad con la que ven la sirena”, asegura Israel.
Sin embargo, estas situaciones también los hicieron reflexionar. Mientras estaban en Ucrania cayeron cinco misiles y uno impactó en un almacén de granos y murió un señor que acaba de terminar su servicio militar, es decir, que ya no tenía que volver a pelear en la guerra.
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“Son noticias que suenan como surreales, pero allá pasan mucho. Mientras estaba allá no sentía miedo por un tema de asociación social, porque la gente estaba tranquila, pero si la gente hubiera empezado a gritar, yo empiezo a gritar. Pero también sé que hay peligro porque se ven demasiadas personas sin piernas y sin manos, se ven soldados por todas partes y eso era extraño. Por ejemplo, pensar que una conversación podía ser detenida por una bomba que tiró otro ser humano calculando las coordenadas para cometer un asesinato premeditado y planeado, es muy fuerte”, asevera Diego.
A pesar de su situación actual, los amigos afirman que en el país se sigue promoviendo el turismo, sin embargo, allí lo que menos se ve son turistas. “Todo es tan surreal, tanto que parecía como estar dentro de un videojuego de guerra”, afirma.
Corazón lleno
Mientras Diego e Israel batallaban con esa tensa calma de la normalidad ucraniana, se preparaban para ir a dar shows. Es importante resaltar que ni Israel ni Diego saben hablar ucraniano y allí prácticamente solo se habla ese idioma, por lo que el inglés y el español eran prácticamente inútiles.
Entonces aprendieron palabras básicas en ucraniano como: “hola”, “buenos días”, “gracias” y algunos números para poder comunicarse, pues el idioma es “dificilísimo” y necesitaban que les entendieran tanto en los shows como en la ciudad.
Con ese poco conocimiento del ucraniano se fueron a dar los espectáculos. En total, fueron dos clases de magia con niños y un show en un hospital pediátrico. La idea era que los pequeños que recibieran la clase fueran con ellos al centro médico a poner en práctica lo que habían aprendido.
“Fuimos cuarto por cuarto a decirle a los niños y a las niñas que íbamos a hacer un show. Había una niña que cuando vio que me iba acercando me empezó a cerrar la puerta. Creo que a veces el ser humano romantiza un poco a los niños en el hospital, pero los niños en un hospital necesitan el mismo nivel de dignidad que un adulto, porque ellos también se sienten mal y no quieren que lo vean.
“Ella estaba en el área de oncología y yo pensé: ‘Tengo pocos segundos para convencerla, ¿qué hago?’. Resulta que no me dio chance y me cerró la puerta. No tuve chance de hacerle ningún truco ni nada; me quedé con esa sensación y yo dije: ‘voy a respetar su privacidad’. Iba con un doctor, pero él no vio esto y solo abrió la puerta. De repente estábamos ahí con las niña y con la mamá, yo lo que pensé fue hacerle magia a la mamá y veía que ella estaba con una sonrisita chiquitita, pero como con el pulgar arriba, como aprobando.
“Esas son cosas que yo nunca contemplé. Ella es una niña que tiene cáncer, que sabe que no le queda mucho, que no puede estar con su papá y su papá no puede estar con ella. Al final, esa niña terminó haciendo magia y esta fue una situación que sobrepasa. Emocionalmente, este fue un viaje muy complejo. Yo tengo esta regla de que no puedo llorar independiente del lugar en el que esté presentando un show y no me cuesta tanto, pero esta vez sí me costó mucho”, reconoce Diego.
“Ella es una niña que tiene cáncer, que sabe que no le queda mucho, que no puede estar con su papá y su papá no puede estar con ella. Al final, esa niña terminó haciendo magia y esta fue una situación que sobrepasa. Emocionalmente, este fue un viaje muy complejo. Yo tengo esta regla de que no puedo llorar independiente del lugar en el que esté presentando un show y no me cuesta tanto, pero esta vez sí me costó mucho”.
— Diego Vargas, mago
Israel iba a acompañar a Diego con la intención de poder hacer un documental de lo que se vive en Ucrania y de cómo la magia saca sonrisas a pesar de la adversidad. Sin embargo, al final, él también terminó dando clases con su cámara.
“Al final de la de la primera clase le di mi cámara a una de las niñas, para que se tomara fotos y para mí ese momento fue muy impactante. Me decían: ‘¿puedo tomarle una foto a mi amiga?’; luego, ‘¿puedo tomar una foto de todos saltando?’. Le di la cámara instantánea a una mamá para que le tomara fotos a su bebé. Fue muy especial para mí.
“Es que yo pensaba: toda esta gente tenía su vida, sus propiedades, sus trabajos... tenían todo, pero de repente ya no tienen nada. Viven por donaciones de la gente, de lo que los voluntarios pueden conseguir y ver esa realidad es muy duro. A pesar de que los niños estaban riendo y estaban felices, esa era una alegría que duraba solo momentos, segundos, porque después volvían a estar tristes”.
— Israel Solís, fotógrafo
“Es que yo pensaba: toda esta gente tenía su vida, sus propiedades, sus trabajos... tenían todo, pero de repente ya no tienen nada. Viven por donaciones de la gente, de lo que los voluntarios pueden conseguir y ver esa realidad es muy duro. A pesar de que los niños estaban riendo y estaban felices, esa era una alegría que duraba solo momentos, segundos, porque después volvían a estar tristes”, asegura Israel.
Las experiencias que vivieron superaron a los dos amigos, quienes hoy agradecen como nunca vivir en un país en el que ni siquiera hay un ejército.
Diego e Israel salieron de Ucrania el 26 de setiembre. Aunque fueron pocos días, ambos confiesan que quedaron marcados de por vida.
Aun así los amigos están dispuestos a regresar; sin embargo, todavía es demasiado pronto para procesar lo que vivieron en ese país, en el que la guerra no da tregua.