Caía un atardecer teñido de rosado, pero Tania apenas lo notó. Rodeada de una muchedumbre que se desplazaba con la levedad del viento, pensaba en el número desconocido que le escribió “ando de negro”. Desconocía su contextura, su género, su nombre. Le quedaba sospechar hasta de las sombras.
Los hombres que duplicaban su tamaño, las miradas cargadas de morbo que la acechaban desde el costado del Teatro Nacional y aquellos que pisaban hacia su dirección, frente a la institución encargada de velar por la seguridad social. Sus manos dejaron de temblar cuando distinguió a una mujer. Llevaba jeans de un azul desvaído y lo prometido: una blusa propia de un funeral. Siguió su comando de avanzar a la mitad de la calle, para “disimular”.
La mensajera, cortante pero afable, aprovechó el instante en que Tania clavó su mirada en los billetes reposados en su cartera para escrutar, con sus avispados y delineados ojos, cada acera fatigada en San José. Era sobria, aunque apresurada.
Una conversación efímera, seguida de una abrupta transacción: efectivo a cambio de píldoras abortivas. Las manecillas del reloj no habían bailado por cinco minutos cuando todo concluyó. Tania examinó el reverso de los fármacos: proclamaban pertenecer a un lote de la marca Pfizer, producidos en República Dominicana. No quedaba más que abortar por lo clandestino.
El debate por la legalización del aborto ya trascendió en países como Estados Unidos o Francia, donde está regulado desde los años 70, pero en las naciones donde no se reconoce, muchas personas se ven empujadas hacia mercados furtivos. En Costa Rica, donde solo se permite el aborto terapéutico cuando la vida de la madre corre peligro, prolifera la venta y distribución de pastillas abortivas. Así ocurrió en esta compraventa verificada por Revista Dominical.
Papeleo para comprar pastillas abortivas
Cuando supo que estaba embarazada, Tania buscó alternativas para interrumpir la gestación. Encontró y escribió a la página misoprostolcostarica.com, dedicada a la venta ilegal de pastillas que, aunque fueron desarrolladas para tratar enfermedades gastrointestinales, pueden provocar contracciones en el útero e inducir a un aborto.
Los administradores del sitio –sobre el cual pesa una alerta sanitaria del Ministerio de Salud– no tardaron ni un minuto en contestar. Se mantuvieron en anonimato por WhatsApp y solicitaron la fecha exacta de la última menstruación, para así “calcular” las semanas de embarazo.
La sugerencia es ingerir una píldora adicional por semana de gestación. Si la mujer tiene entre 6 y 7 semanas, le corresponden 8 pastillas; si tiene entre 8 y 9, son 10 tabletas; y si tiene entre 10 y 12 semanas, la dosis asciende a 12 pastillas.
Tania necesitaría entre 10 y 14 píldoras para interrumpir el embarazo, según ese criterio. No le solicitaron una prueba para efectuar la compra, mas le advirtieron que cada pastilla tenía un costo de ¢10.000. Una suma superior al valor de mercado: en Estados Unidos, una dosis de Cytotec de 100 mcg cuesta aproximadamente $5 –unos ¢2.600 al tipo de cambio–, según el precio promedio al por mayor (AWP, por sus siglas en inglés).
Eso sí, para agendar su cita, Tania debía escoger un horario para retirar el producto: en el centro de San José durante la mañana, o en el centro comercial Multiplaza Curridabat por las tardes.
“Tenemos años de experiencia en el uso del medicamento. Es 100% original”, alega el sitio web misoprostolcostarica.com.
Una vez concretada la compra a la vista de la capital, atendieron sus consultas sobre el uso del medicamento. En paralelo, Tania debía adquirir Canesten V o clotrimazol en presentación vaginal. Aunque las cremas no servirían para la ocasión, sí lo harían sus tubos plásticos.
Ojalá tener en la mesa de noche acetaminofén o ponstan, así como gravol, metoclopramida y toallas femeninas nocturnas, pues el medicamento abortivo se administra vía oral y vaginal. Que las tabletas lleguen “lo más profundo posible hasta tocar el fondo”, decía la indicación.
¿Advertencias? El dolor y sangrado son comparables a los de la menstruación, pero con un “porcentaje más alto”. Estos llegarían entre 12 y 24 horas después de haber ingerido las píldoras, sumado a una de las secuelas más comunes: diarrea.
A Tania le recomendaron tomar las pastillas por la noche, mientras estuviera sola, y tomar acetaminofén para “disimular” el dolor. Suprimirlo por completo sería “como interrumpir el proceso”.
También le aclararon que todas las tabletas debían ingerirse en un mismo día y que, en general, no se presentarían complicaciones graves. Solo debía acudir al médico si el sangrado se extendía por más de un mes, en cuyo caso podría resolverse “sencillamente”.
Varios de estos “consejos” contrastan con las advertencias emitidas por los Colegios de Médicos y Farmecéuticos de Costa Rica. La principal discrepancia es la más obvia: nunca se recomienda el consumo de medicamentos sin receta ni supervisión profesional, especialmente en estos escenarios, donde resulta imposible verificar la autenticidad del producto.
“No se garantiza que haya una efectividad para expulsar el feto. Más bien puede morir el feto, sin expulsarlo, y provocarle problemas a la mujer”, indicó Luis Carlos Monge Bogantes, vocero del Colegio de Farmacéuticos.
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Secuencia de un aborto clandestino
Al igual que Tania, Eva compró pastillas para abortar, pero a solicitud de una amiga. Como no tenían pasaporte, la posibilidad de viajar a un país para hacerlo de manera legal estaba fuera de la ventana. La única alternativa eran las pastillas.
Con temor a ser víctima de estafa o asalto, Eva investigó sobre las instrucciones y riesgos de realizar un aborto clandestino. Su mayor aliado fue una red latinoamericana en Telegram que promueve la legalización del aborto en la región, junto al algoritmo de TikTok. Tenía claro cuándo debía pedir ayuda o, en el peor de los escenarios, acudir al hospital.
La odisea comenzó en un cuarto de habitación donde su amiga —llamémosla Alicia— llevaría a cabo el procedimiento. Durante las primeras horas no hubo señales de alarma. La vida transcurría con normalidad. Alicia decía sentirse bien.
El primer síntoma fue uno viejo conocido: ese que anuncia la regla. Luego aparecieron las náuseas, tal como le habían advertido, que se mantuvieron ininterrumpidas cuando comenzó el sangrado. Al principio fue leve, después abundante, preocupante.
“Es mucha incertidumbre porque se hace a ciegas. No hay acompañamiento, no se sabe qué hacer si algo sale mal, o a quién recurrir. Son muchas preguntas de todos los escenarios del mundo y la carga emocional después de hacerlo también pesa”.
Pasaron la noche en vela. El dolor aumentó. Confiaron en la recomendación de las internautas y tomó analgésicos —en este caso, Dorival—, pero el sangrado no cesó.
La hemorragia fue tal, que no recuerdan el momento exacto en que expulsó el feto. De lo que sí tienen certeza es que los coágulos permanecieron durante una semana y el dolor, aunque perenne, se volvió llevadero. “Es molesto tenerlo, sí, pero vivo con normalidad”, le había dicho Alicia a su amiga.
Su historia no es exclusiva. La investigación [Re]pensar el aborto: hablan las mujeres de la Universidad Nacional y la Universidad de Costa Rica, publicada en 2012, recoge los testimonios de ocho mujeres, de entre 29 y 58 años, que abortaron voluntariamente en la clandestinidad.
Según apuntó la investigadora Sylvia Mesa Peluffo, las mujeres suelen mostrar ambivalencia respecto a su decisión de abortar. Razonan a partir de sus realidades: las circunstancias propias y las de su pareja, sus planes a futuro y los recursos disponibles para criar a un hijo, entre otros factores.
En lugar de ser un proceso lleno de incertidumbre, muchas lo perciben como el camino a seguir. “Aun para las mujeres que se confiesan católicas, el aborto, más que un pecado o un delito, se ve como una salvación”, dice el estudio.
Claro, muchas mujeres prefieren ocultar la decisión de abortar a sus familias, ya sea por temor a que se los impidan o por la censura que podrían enfrentar. Las amigas se convierten en el único apoyo disponible, como lo fue Eva para Alicia.
RD solicitó entrevistas con la investigadora Mesa y la directora del Centro de Investigación en Estudios de la Mujer (CIEM), Carolina Rojas Madrigal, pero declinaron participar “debido a la coyuntura política del país y a lo sensible que es este tema”.
También se intentó gestionar una entrevista con el Instituto Nacional de las Mujeres (INAMU); sin embargo, su oficina de prensa sugirió trasladar la consulta al Ministerio de Salud.
“Sigue siendo algo vergonzoso, que no se habla (...). El significado social del aborto como lo inmoral, lo incorrecto, el crimen y a la vez la construcción social de la maternidad como destino, siguen permeando los sentimientos de las mujeres”.
— Investigación '(Re)pensar el aborto: hablan las mujeres'
Regulaciones sobre el aborto en Costa Rica
Para comprender cómo Tania y Eva obtuvieron las pastillas abortivas, es necesario explicar el porqué. En Costa Rica no existe una regulación que contemple la interrupción voluntaria del embarazo; por el contrario, el Código Penal establece seis delitos relacionados con el aborto, ubicados entre los capítulos de homicidio y lesiones gravísimas, aplicables a las mujeres que se someten al procedimiento y a los terceros que los asistan.
Incluso, el Poder Ejecutivo presentó un proyecto de ley en enero de 2025 para elevar las penas de cárcel hasta doce años para las mujeres que decidan abortar. Entretanto, en la última década se han emitido ocho condenas por delitos relacionados con aborto, según datos del Poder Judicial.
Lo más cercano a una legislación es la norma técnica del aborto terapéutico, que solo aplica cuando la vida de la madre corre peligro y no constituye, en ningún caso, una decisión voluntaria. Aunque su ejecución requiere el consentimiento de la paciente y la aprobación médica, ha sostenido un áspero debate político resistido por la Iglesia católica y los sectores conservadores. Tanto así, que el intento de la actual administración por reformarla encendió alertas en la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Encima, al carecer de registro sanitario en Costa Rica desde 2017, el misoprostol no puede ser comercializado en farmacias ni recetado por médicos u otros profesionales de la salud. La alternativa es la venta clandestina, a precios significativamente altos, sin que exista certeza sobre la composición, calidad, seguridad y eficacia de las pastillas. Tampoco hay garantía sobre las condiciones de fabricación, almacenamiento, transporte y manipulación. Las pastillas podrían estar deterioradas, adulteradas o falsificadas.
Para las mujeres, una sobredosis de misoprostol puede aumentar el riesgo de toxicidad y generar complicaciones graves como hemorragias, pérdida del útero, infecciones y, en casos extremos, la muerte.
RD consultó al Ministerio Público si, desde 2017, se ha tramitado alguna solicitud de registro sanitario para el misoprostol. Al cierre de esta edición, no se obtuvo respuesta.
“Más de 100 microgramos en una sola dosis ya conlleva riesgos a la vida o toxicidades a nivel gastrointestinal. La paciente puede experimentar diarrea severa y persistente, vómitos intensos, mucha deshidratación, y eso puede provocarle un desequilibrio electrolítico”.
— Luis Carlos Monge Bogantes, vocero del Colegio de Farmacéuticos de Costa Rica
Al respecto, el Colegio de Farmacéuticos interpuso tres denuncias en 2024 contra sitios web que venden las pastillas Cytotec. Un año antes, el Organismo de Investigación Judicial (OIJ) desmanteló dos grupos en Alajuelita, Grecia, La Unión y Curridabat señalados por vender presuntas pastillas abortivas en Internet.
Por su parte, Flory Morera González, vicepresidenta del Colegio de Médicos y Cirujanos, afirmó que la institución no ha recibido denuncias contra médicos por ofrecer o promover el consumo de misoprostol.
Empero, Valeria Marín, integrante del colectivo Aborto Legal Costa Rica, aseguró que a diario reciben mensajes de personas que buscan orientación para interrumpir un embarazo.
“Hemos visto casos en los que falló la anticoncepción, de mujeres que ya tienen hijos y no desean continuar, o que no cuentan con los recursos necesarios para hacerlo. También hemos conocido situaciones de abuso sexual o violación. Es una realidad nacional, que lastimosamente está permeada de prejuicios”, expresó Marín.
Aun así, no existen estadísticas oficiales que permitan esclarecer cuántas mujeres costarricenses abortan, dentro o fuera del país.
Para que Costa Rica avance en la despenalización del aborto, el debate debe comenzar por la conceptualización médica y ser tratado como un asunto de salud pública. Luego debería moverse a terreno político, como lo han hecho países como Colombia, México y Ecuador.
Así lo ha expresado la Organización Mundial de la Salud (OMS), que recomienda eliminar todos los obstáculos normativos y prácticos que impiden acceder al aborto: “Los datos demuestran que restringir el acceso al aborto no reduce el número de abortos. De hecho, es más probable que las restricciones empujen a las mujeres y niñas hacia procedimientos no seguros”.
Quienes se quedan atrás tienen nombre y rostro. Tania, quien partió de San José rumbo a un aborto silencioso. Alicia, quien conserva gratitud hacia Eva, su amiga y cómplice en aquel momento decisivo. Si en los años venideros volvieran a enfrentar un embarazo no deseado, serán sus cuerpos los que asuman el riesgo. Probablemente, habitarán la misma Costa Rica que las arrincona en la clandestinidad.