
Todos conocemos a una persona que no quiere tener hijos; a lo mejor, somos nosotros mismos. Y aunque la decisión resulte liberadora para algunos, o egoísta para otros, una incertidumbre nubla a Costa Rica: estamos envejeciendo más rápido que nunca, y ya no hay tantos bebés en cunas para relevarnos.
Para no dejar descendencia, las razones abundan. “No quiero tirarle a alguien las inseguridades que no he podido resolver solo por tener un legado”, dice Jimena, una diseñadora gráfica de 26 años. “Honestamente, criar sería un martirio”, añade Martín, un abogado de 28.
Algunos argumentos parten de la individualidad: personas que disfrutan su tiempo a solas y prefieren ahorrar su dinero antes que destinarlo, al menos por dos décadas, a alguien más. Otros se relacionan con la hosca coyuntura política y ambiental.
Para Ericka y Antonio, que recién llegaron al tercer piso y cumplieron 12 años de noviazgo, el principal motivo es la inseguridad que acecha cada esquina del país. No se imaginan llevando a un niño a la escuela por la mañana y recluyéndolo en la casa por las tardes, con temor a que le pase algo mientras juega en las calles.
“Se escucha que matan gente frente a las escuelas, que murió un niño por un balazo colateral mientras estaba dormido. Me da muchísimo miedo (...). ¿Por qué uno quisiera traer una criatura a un mundo tan lleno de inseguridades y tan violento como el de ahorita? Sería exponerlo. No siento que valga la pena”, abogó Antonio.
En esto coincide Aurora, analista comercial de 27 años. Considera injusto que un bebé deba atravesar los años venideros sin la certeza de poder “vivir plenamente”, en relación con la crisis ambiental.
Este razonamiento no es infundado. Según proyecciones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), a partir del 2030 el planeta podría enfrentar 560 desastres naturales cada año, es decir, uno por día. Miles de familias quedarían despojadas y se perderían incontables vidas.
“Económicamente, parece que vamos a una recesión. El calentamiento global no para y no hay nada que se está haciendo a nivel internacional para detenerlo. Los gobiernos cada vez van más al conservadurismo, y uno no tiene claro si los derechos humanos van a prosperar o no”.
— Martín, abogado de 28 años.
Qué pereza un embarazo
Más allá de que se derritan los glaciares -que ya es lo suficientemente preocupante-, Aurora ha atravesado diversas complicaciones de salud a lo largo de los años, por lo que considera que someter su cuerpo a un embarazo sería “demasiado”. Aplaude a quienes lo desean, pero implicaría meses de citas médicas, cuidados constantes y un parto extenuante… sin mencionar los devenires del posparto. Simplemente, no se le antoja.
Lo mismo opina Fernanda, nutricionista y entrenadora física de 29 años: “He visto lo que ha sufrido mi mamá, he visto lo que ha sufrido gente cercana, mis tías, amigas. Eso también influye y me hace más segura de que no quiero pasar por un embarazo (...). Todo su cuerpo cambia para generar un ser nuevo. A mí eso no me llama la atención".
Aunque su determinación es categórica, pues la sostienen desde la adolescencia, no logran desprenderse de los comentarios “majaderos”; siempre hay alguien que trata de convencerlas de tener hijos, no sin antes insistirles en que deben conseguir pareja y casarse primero.
“Ya dejé de ser sensible con la gente que hace este tipo de comentarios. Si alguien me pregunta cuándo voy a tener hijos, digo directo que nunca los voy a tener. Ya no tengo compasión, si sueno grosera. Es cansado tener que repetir. Ya estoy harta”, mencionó Fernanda.
Tampoco están dispuestas a convertirse en madres solo por complacer a una pareja amorosa. Fernanda, de hecho, lo manifiesta en las segundas o terceras citas. “Del todo, yo no voy a cambiar opinión y no quiero que él cambie por mí. Lo dejo en claro antes de que haya demasiados sentimientos”, señala.
“La presión siempre va a recaer en alguna mujer. Si no es la madre, es la abuela, la tía, la prima, la vecina (...). Criar a un hijo es muy complicado para la mujer, esté acompañada de su pareja o su familia, o no”.
— Fernanda, nutricionista de 29 años

Aun si cambiaran drásticamente y quisieran un embarazo, saben que las expectativas son muy distintas para una madre que para un padre, cuando se trata de la crianza. A ellas sí las juzgarían por perderse cualquier actividad del bebé, por descuidar la pulcritud del hogar o por aflojar el ritmo de las reuniones sociales.
La escena se complica si se recuerda que, en Costa Rica, las licencias de maternidad se extienden por cuatro meses, pero los padres disponen de unos cuantos días a la semana, por lo que estarían más tiempo a solas con el bebé. Claro, esto aplica para las familias heteronormativas; para el resto, es más complicado.
“Cuando hay posiciones machistas y patriarcales donde esas tareas (en los hogares y la crianza) no se ven con una corresponsabilidad y además hay comportamientos de violencia, ese no va a ser un entorno donde vaya a prosperar la expectativa reproductiva (...). Lo que corresponde es continuar los esfuerzos por promover masculinidades saludables”, explicó Juan Luis Bermúdez, jefe de oficina del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) en Costa Rica.
Decidir no tener hijos siendo mujer también conlleva un bagaje emocional. Aurora ha llegado a sentirse mal por no poseer ese instinto maternal que observa en otras personas de su edad. “Pienso que es lo normal, lo esperado, y uno se siente un poco sin corazón por no sentirlo, por no tener esos pensamientos, ese instinto. Pero a nivel realista, yo no me veo como mamá”.
“Siempre me han dicho que yo sería buena mamá. Creo que soy maternal con mis amigos y mi perro, pero me preocuparía mucho por un niño humano. No creo que sea adecuado, por mi sanidad y paz mental”, agrega.
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No alcanza para un coche
“No entiendo cómo hace la gente”, dice Martín sobre los costos de manutención de un hijo. Con su salario, afirma que apenas puede mantenerse y darse gusto con un par de viajes al año. Esos mismos ahorros no se ajustarían a una canasta llena de pañales, juguetes, fórmula y ropa.
“Al fin y al cabo yo creo que uno lleva un estilo de vida y quiere seguirlo manteniendo”, añade, pues planea inscribirse en una maestría y montar un negocio en los próximos años. Solo si se convirtiese en millonario contemplaría adoptar un niño.
Ya lo señala el Estado de la Población Mundial 2025 del UNFPA: entre los obstáculos económicos que limitan la libertad reproductiva, destacan la inseguridad del mercado laboral, el desempleo, los bajos sueldos, la falta de un salario mínimo vital y la inestabilidad económica en general.
“Muchas de las personas por situaciones de estabilidad en el empleo, de sus ingresos, de la precariedad laboral, toman la decisión de posponer o incluso al final no tener hijos, debido a la imposibilidad de garantizarse el sostenimiento de sus familias”, explicó el también economista, Juan Luis Bermúdez.
Por lo pronto, mientras se discute porqué la gente ya no quiere hijos (con la salvedad de quienes sí lo desean, pero afrontan infertilidad o inacceso a la salud), cada vez nacen menos bebés, y esa tendencia ya está transformando al país.
Costa Rica con bastón
A finales de los años 90, Costa Rica contaba con poco más de 3 millones de habitantes, cifra que ha ido ascendiendo a paso lento. Pero los datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) apuntan a que la población empezará a descender pronto, en 2044, después de alcanzar un pico de 5,4 millones.
Y seguiremos en caída, para devolvernos a 3,4 millones de ticos en 2100. Claro, la diferencia radica en que, para entonces, alrededor del 45% de la población será mayor de 60 años.
Además de afectar la disponibilidad de mano de obra, la disminución de nacimientos supone un riesgo para el financiamiento de hospitales, la contratación de docentes, la construcción de infraestructura y la sostenibilidad del sistema pensiones. Solo las reservas del Régimen de Invalidez, Vejez y Muerte (IVM), por ejemplo, se agotarán entre 2047 y 2050, según los estudios actuariales del sistema de jubilación.
Incluso, apenas en 2021 se emitió una Política Nacional de Cuidados y hasta 2022 se creó, por ley, el Sistema Nacional de Cuidados y Apoyos para Personas Adultas y Personas Adultas Mayores en Situación de Dependencia (SINCA).
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Sin embargo, ese futuro país, donde habitan muchos más adultos mayores que menores, no preocupa a Aurora. Prefiere vivir su día a día sin imaginarse como ciudadana de oro y se complace con los recursos económicos que hoy puede aprovechar para financiarse un hogar, en lugar de destinarlos a un hijo.
Fernanda, la entrenadora física, comparte la misma postura. Explica que su estilo de vida está enfocado en el movimiento, la salud, el ejercicio, la alimentación equilibrada y el bienestar personal para que, eventualmente, pueda seguir desarrollando cualquier actividad por su cuenta.
“Lo que yo diría que es un futuro saludable, es un futuro sano donde yo pueda seguir siendo yo, independiente, autosuficiente hasta el ahorro para tener mi jubilación”, señaló.
Lo que ha funcionado afuera… y lo que no
El envejecimiento poblacional es consecuencia de las inversiones que no se han realizado en servicios de salud, educación integral, sexualidad y en la posibilidad de brindar oportunidades a las personas para desarrollar un proyecto de vida familiar. Por eso, los expertos coinciden en que lo adecuado es implementar reformas fiscales y de seguridad social que permitan enfrentar los desafíos de la crisis de autonomía reproductiva.
“Los planes nacionales de desarrollo tienen que mirar un poco más hacia delante, de tal manera que traigan valor al presente. Deben tomar las medidas necesarias para que el país entienda que puede adaptarse y que hay medidas que pueden ser tomadas“, anotó el economista Bermúdez.
Aunque Costa Rica figura entre los cuatro países de Latinoamérica con menor tasa de fecundidad, puede inspirarse en las medidas exitosas aplicadas en otras latitudes. De paso, también podría aprender de los programas que no han funcionado… que casi siempre restringen la libertad de las mujeres para decidir sobre su cuerpo.
Tomemos el caso de Corea del Sur, donde buena parte de la población prefiere seguir la tendencia DINK (Dual Income, No Kids), término que alude a parejas o matrimonios con ingresos estables y sin hijos. Con una tasa promedio de 0,72 hijos por mujer en 2023, restablecer la natalidad se convirtió en una prioridad nacional.
Chile, Uruguay, Costa Rica y Cuba tienen las tasas de fecundidad más bajas en Latinoamérica, con un promedio de 1,5 hijos por mujer. Por lo general, se requiere de un promedio de 2,1 para mantener la estabilidad poblacional.
— UNFPA
Para intentar revertir este declive demográfico, el Gobierno surcoreano ha lanzado campañas que van desde generosos aportes económicos a parejas recién casadas, como préstamos de 100 millones de wones, hasta programas estatales de citas para quienes desean formar una familia.
Aun así, la tasa de fecundidad se mantiene en niveles mínimos. El país no ha logrado reducir la desigualdad de género -posee la mayor brecha salarial de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)-, y el descontento femenino crece: cada vez más mujeres se suman al movimiento 4B, que rechaza el matrimonio, las citas, el sexo y la maternidad.
Siguiendo con las medidas contraproducentes, algunos gobiernos insisten en recortar los servicios de salud sexual y reproductiva, de manera que las mujeres queden embarazadas. Así lo hizo Rumanía en 1966, al prohibir los métodos anticonceptivos, pero nunca alcanzó su meta demográfica de 30 millones de habitantes.
En pleno siglo XXI, en varios sitios el aborto continúa penalizado y el acceso a la planificación reproductiva sigue siendo limitado, lo que ha impulsado la creación de redes clandestinas en Internet. Costa Rica no se escapa de esa realidad.
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La prohibición del aborto, incluso, puede provocar el efecto contrario, ya que las personas deciden no reproducirse voluntariamente. Cuando entraron en vigor las restricciones en Estados Unidos entre 2022 y 2023, por ejemplo, aumentó la cantidad de jóvenes que solicitaron esterilizaciones permanentes, como ligaduras de trompas o vasectomías.
El punto en común de estas políticas restrictivas es rehuirle a las verdaderas causas del porqué las personas ya no quieren hijos: las barreras económicas para sostener a la familia, el acceso desigual a los servicios de salud, las expectativas de futuro y la relación de equidad en el cuido y crianza de los hijos.
Las sociedades que han dado un giro ultraconservador a dejar de hablar de igualdad de género y se muestran preocupadas por los bajos niveles de fecundidad, están realizando un abordaje muy contraproducente. No solamente afectan los derechos, sino que hacen inversiones no costoefectivas.
— Juan Luis Bermúdez, jefe de oficina de UNFPA Costa Rica
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De enfocarse en esos elementos, los países podrían generar incentivos para que las parejas tengan la certeza de que, si deciden formar una familia, contarán con garantías para la nutrición, estimulación y cuidado de sus hijos en un entorno seguro, sin renunciar a su desarrollo profesional.
Así ocurrió en Chile y Colombia, donde se implementaron subsidios nacionales que cubrían los costos de atención infantil y cuidadores domésticos. En otros países, como la India, se apostó por modelos cooperativos sin fines de lucro que permitieron una mayor participación de las mujeres en la fuerza laboral.
Claro, si Costa Rica desea atender el cambio demográfico, también debe garantizar un acceso amplio y efectivo a los servicios de salud, con una oferta diversa de métodos anticonceptivos que se ajusten a las necesidades de las mujeres y las familias. Naturalmente, esto requiere de una visión de Estado a largo plazo, como plantea el informe Estado Nación de 2023.
Esto incluye, además, la atención integral de la infertilidad. Actualmente, el protocolo de alta complejidad de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) incorpora los servicios de fertilización in vitro, pero sus parámetros son estrictos y dejan por fuera a parejas que deben recurrir a costosos tratamientos privados. Y si no los pueden costear, simplemente no se embarazan.
A ello se suma que la última Encuesta Nacional de Salud Sexual y Reproductiva (ENSAR) data del 2015 y desde entonces no se ha actualizado la fotografía, pese a que muchas políticas se transformaron después de la pandemia.
Allí yacen los retos para quien asuma en febrero próximo el diseño de políticas públicas: garantizar la conciliación de la vida familiar con el estudio y el trabajo de las personas jóvenes, en hogares donde no prevalezcan la violencia intrafamiliar ni las desigualdades de género.
Se podría empezar por lo básico: contar con información actualizada, encuestas, mediciones y censos que permitan comprender la realidad poblacional. Mientras no se solucione, jóvenes como Martín no se mortifican por la idea de envejecer sin hijos. “Uno no va a extrañar lo que uno nunca tuvo”, asegura.

