
El sol empieza a calentar el estero de Puntarenas a eso de las 7 de la mañana, mientras tres modestos botes flotan con cuerdas de pescar colgando suavemente hacia las aguas turbias y frías. De pronto, una cuerda registra un movimiento repentino y apenas perceptible. ¡A jalar la cuerda, que uno ya picó! Un hermoso y colorado pargo se asoma desde las profundidades, revolviendo las aguas enganchado por el anzuelo. Júbilo en el bote, los más pequeños tripulantes, menores de 10 años, celebran la captura: “¡El primero!“.
Esta escena se repitió con regularidad el viernes 1.° de agosto, mientras un grupo de niños, jóvenes y adultos oriundos de La Carpio, en San José, aprendían a pescar acompañados por voluntarios de la Fundación Humanitaria Costarricense (FHCR), una organización que opera formalmente en el país desde hace 28 años.
Se trata de personas en condiciones de vulnerabilidad, sea porque viven en pobreza, porque enfrentan un entorno violento o porque dejaron su país, Nicaragua o Venezuela, para huir de la violencia y refugiarse en este barrio considerado conflictivo en Costa Rica. Lo que en nuestro país significa “peligro”, para estos migrantes significa refugio.
Un verdadero refugio natural son los meandros que toma el estero de Puntarenas hasta más de un kilómetro tierra adentro, rodeados por manglares. Pese al sol abrazador y la penetrante humedad, estos habitantes de La Carpio sienten la paz en su propia piel, alejados del bullicio, más allá del chapoteo de algún pez que hace una pirueta al salir del agua por unos segundos.

La Fundación Humanitaria Costarricense financió esta visita al “Puerto”, alquiló los botes y contrató a tres pescadores para ofrecer un escape a los carpeños, que se levantaron a eso de las 3 de la madrugada para estar en Fray Casiano de Chacarita, en Puntarenas, minutos después de las 6 a. m.
Tras cargar algunas botellas de agua y bocadillos en las pangas, los pasajeros de la buseta se dividieron en tres grupos y abordaron las pequeñas embarcaciones. Camino al estero, los capitanes de cada bote pasaron a recoger la carnada: pequeños camarones capturados durante la noche anterior, aprovechando el cambio de marea alta a marea baja. Ahora sí, con todo listo, comienza la pesca.

Giselle Nystrom, directora ejecutiva y fundadora de la FHCR, explicó que desde 1997 trabajan en todo el país apoyando a diversas poblaciones en vulnerabilidad, desde jóvenes en pobreza hasta pueblos indígenas. Su objetivo es mejorar la calidad de vida de estas personas, evitar que caigan en “malos pasos” y, en el mejor de los casos, ayudarlos a huir de la problemática social que les acecha.
Ella llegó a Costa Rica en 1977, como parte del Cuerpo de Paz, una agencia federal de Estados Unidos que envía voluntarios a países extranjeros para ayudar con el desarrollo social y económico. Giselle lamenta que, en los últimos años, esta organización haya perdido protagonismo producto del desfinanciamiento estatal.
“El viaje a Puntarenas fue apenas un microcosmos de los que nosotros hacemos. Vemos a poblaciones que están en riesgo de meterse en temas de drogas, crimen organizado, pobreza, ser víctimas o provocadores de violencia doméstica. Esos muchachos que vio son apenas algunos de los que atendemos”, detalló Nystrom.

Ella, al igual que todos los integrantes de la fundación, trabajan ad honorem. Sus labores se financian con donaciones provenientes de Estados Unidos, Canadá y Europa. Además, reciben jóvenes que desean hacer voluntariado en Costa Rica.
Jake, también “gringo”, es uno de estos voluntarios. Él también viajó a Puntarenas y abordó una panga para buscar pargos, bonitos, corvinas, viejas o meros, especies de peces comestibles que se pueden capturar —y se capturaron― en el estero puntarenense. Cuando la suerte no favorece, el camarón de carnada es consumido por un pez no comestible, como los barbudos (catfish) o los peces globo.
La interacción de Jake con los demás jóvenes de La Carpio es interesante. Sobresale por su estatura y su piel más clara, su acento “gringo” no deja dudas de que no pertenece a ese ambiente. Sin embargo, ya se vislumbra una relación de amistad con los demás jóvenes, con quienes bromea mientras les enseña algunas palabras en inglés: “Playa se dice beach“, les dijo a propósito de la visita al puerto.

El líder de la expedición fue Howard Chudler, un psicólogo jubilado estadounidense de 74 años que, además, es amante de la pesca. Él es donante de la fundación, pero sobre todo es voluntario, y es el principal contacto con los pescadores de Puntarenas, con quienes mantiene una relación de respeto, admiración, colaboración y hermandad.
Chudler cree en la pesca no solo como ocio, sino como terapia. Por su formación como psicólogo, ha colaborado con la fundación para atender casos delicados y desarrollar nuevos programas.
Fue él quien contactó a Arnoldo Hernández, el pescador líder de la aventura. Hernández observa a Howard con una mezcla de admiración y respeto, no por su origen norteamericano, sino porque “don Howard”, por medio de la fundación, le ha ayudado a él y a su familia a salir de momentos difíciles.

A cambio, “Arnold” —como Chudler lo llama— realiza viajes de pesca gratuitos para niños y adultos mayores de Fray Casiano, comunidad puntarenense considerada insegura pero que, según Arnoldo, “no es tan así”.
Tras terminar la jornada de pesca, minutos antes de las 12 mediodía, la expedición completa invadió la casa de Arnoldo y su familia. Su esposa y suegra recibieron con la máxima hospitalidad a los miembros de la fundación, y alistaron sartenes y parrillas para cocinar el resultado de la faena.
Esta etapa del viaje se desarrolló en la parte trasera de su casa, que colinda directamente con el estero.

Anthony Rojas, un amigo de infancia de Arnoldo que se dedica a filetear y destripar pescados, los abrió en canal para limpiar las viseras y quitar las escamas. Marjorie Sánchez, esposa de Arnoldo, aliñó los ejemplares que se doraban a la parrilla.
Mientras tanto, Odilis Vargas, suegra de Arnoldo, se encargó de alimentar con leña el fuego que calentó la sartén con aceite burbujeante, donde dos hermosos pargos se cocinaron lentamente, colmando la paciencia de los hambrientos comensales.
Pese a estar acostumbrados al clima templado de la Gran Área Metropolitana (GAM), los vecinos de La Carpio no se amilanaron por el sol incandescente. Al contrario, los más jóvenes agarraron cuerda y anzuelos y se fueron a exprimir al máximo su suerte tratando de pescar algo más a la orilla del estero. No estaban dispuestos a desperdiciar un segundo de su aventura en Puntarenas.

Giselle Nystrom, directora ejecutiva de la fundación, explicó que la mayoría de sus donantes son extranjeros, ya que es difícil encontrar costarricenses dispuestos a colaborar, pese a ser una entidad establecida y con resultados comprobables. “Es delicado, la población prefiere donarle a Obras del Espíritu Santo o alguna organización más afín a sus creencias”, declaró.
Según Nystrom, algunas de las personas atendidas por su fundación son migrantes nicaragüenses que dejaron su país luego de la ola de violencia estatal de 2018. También hay una importante cantidad de venezolanos que rechazados por Estados Unidos.
“Están retornando de su sueño fracturado del ‘gran país de los Estados Unidos’, o sea, se fueron con garantías del gobierno estadounidense, y en la situación actual, esa garantía ya no vale. Los están regresando. En general, hicimos un trabajo muy enfocado en salud mentar, porque vinieron muy traumatizados, fue terrible", destacó la directora ejecutiva.

El nombre real de Giselle es Gail, sin embargo, adoptó el primero porque a los ticos se les complica la pronunciación del último. Antes de venirse para Costa Rica, estudió un máster en Educación Especial en la Universidad de Denver; quizás de ahí viene su empatía con poblaciones vulnerables.
“En nuestra población también tenemos muchas madres solteras, crían desde dos hasta seis o siete hijos ellas solas”, especificó Nystrom.
Para la directora, la gira realizada a Puntarenas es solo una pequeña muestra de los diferentes métodos que tienen para influir positivamente en la vida de miles de personas.
Otro ejemplo se realiza todos los días, gracias a una alianza con Automercado, que les provee $2.000 diarios en alimentos que no se despachan para la venta, pero que son perfectamente consumibles. Así alimentan a unas dos mil personas por semana.
Giselle afirmó que su fundación siempre ha estado con los que más la necesitan, y seguirá estando. “Cuando se muere alguien, ahí estamos, cuando hay cumpleaños, ahí estamos, cuando alguien no tiene comida, ahí estamos”. Y cuando hay que ir a pescar, también están.
