Observar una motocicleta parquear afuera de su casa fue suficiente para que Deykel Cornejo comenzara a gritar y a brincar de emoción.
La reacción podrá parecer extraña, pero tras varios meses de espera, el momento de su graduación como Bachiller en Economía, finalmente había llegado.
Sí, quien estaba esperándola era un cartero que llevaba dentro de una bolsa el título que acreditaba a la joven de 21 años como economista.
“Ese día yo le había escrito a la universidad porque veía que a todo el mundo le estaba llegando y a mí no; pero después, cuando estaba viendo las noticias y haciendo teletrabajo, escuché una moto y al principio no le tomé importancia, pero después caí en cuenta que era el del correo y empecé a gritar por toda la casa ‘mi título, mi título’”, relata la joven de San Carlos.
Eufórica y con lágrimas de alegría, la joven abrió la puerta y corrió hasta aquel motorizado, quien la esperaba con una gran sonrisa. Atrás de ella iba su mamá con un celular grabando el momento.
El cartero sabía que era portador de buenas noticias y tan pronto como se acercó, la felicitó por sus logros y la impulsó a seguir creciendo profesionalmente. Deykel estaba recibiendo el diploma por el que tanto tiempo se esforzó.
“Yo le dije a él que en este 2020 los héroes han sido los doctores y los carteros, porque de verdad están llevando mucha felicidad a todos los rincones de este país, están cumpliendo una labor importantísima y que tal vez uno no valoraba tanto. Ahora uno se da cuenta realmente de la importancia que ellos tienen”, resalta la joven.
Con la pandemia muchas cosas cambiaron y las graduaciones universitarias no fueron la excepción.
De repente el recorrido por un elegante escenario, al compás de la Gran marcha triunfal, se convirtió en un trayecto sin música de fondo entre el interior de la casa y la acera y con los otros integrantes de su “burbuja social” y uno que otro vecino como espectadores.
Los saludos y felicitaciones formales por parte de los jerarcas universitarios se transformaron en sencillas pero cálidas palabras de aliento para seguir adelante de un desconocido en motocicleta, con casco, guantes y mascarilla.
Los carteros son esas personas que se han encargado de llevar la alegría en medio de la pandemia a más de 3.500 estudiantes de la Universidad Nacional y la Universidad de Costa Rica, quienes no pudieron tener una graduación tradicional con toga y birrete.
Luis Arce fue ese cartero encargado de entregar el diploma a la joven economista sancarleña. Él trabaja desde hace seis años en Correos de Costa Rica, sin embargo, nunca imaginó que en junio del 2020 y en medio de una pandemia, él sería el portador de este tipo de buenas noticias.
Tampoco pensó estar en tantas publicaciones en redes sociales, ni mucho menos posar para una foto con desconocidos y entregarles un título universitario.
“La primera vez que entregué un título, yo la verdad no sabía lo que llevaba y que por toda la situación con la pandemia, ese acto simbólico era prácticamente la graduación; hasta que vi a todo el mundo contento esa vez, caí en cuenta de lo que pasaba y me puse feliz. Ya la segunda vez, yo llegué con un poquito más de carisma, porque con el primero yo ni sabía qué decir”, explica el joven cartero.
Desde el día que entregó el primer diploma, confiesa que sus jornadas de trabajo han sido más amenas. Ha visto diferentes reacciones, jóvenes en pijama, con traje de gala y familias celebrando como una verdadera graduación ese momento.
El cartero de 26 años asegura que en tan solo un mes, los jóvenes le dieron una razón más para querer entrar a la universidad. Un pendiente en su lista desde que salió del colegio.
“Ver su reacción a uno le da mucha alegría y en mi caso en particular me da impulso, porque yo siempre he querido estudiar, ser un profesional y por eso celebro los logros de la gente. Yo saqué mi bachillerato pero por cuestiones de la vida no he podido ir a la universidad, pero aún no me doy por vencido, no quiero decir que ya eso lo dejé, porque es un proyecto pendiente”, añade el cartero de Ciudad Quesada.
Con la pandemia los carteros han tomado conciencia de la importancia que continúan teniendo para la sociedad costarricense, a pesar de que lo que menos entregan ahora, son cartas.
Aunque en un principio estaban preocupados por su futuro al creer que se iban a reducir la cantidad de pedidos, en los últimos meses el volumen de trabajo en Correos de Costa Rica ha crecido considerablemente.
Por día, realizan hasta 90 entregas, incluso han hecho horas extra para poder salir con la tarea y que las personas puedan recibir sus paquetes a tiempo.
“Al principio se temía que el trabajo escaseara, pero más bien el trabajo se ha incrementado demasiado, seguro porque la gente no quiere salir de sus casas utilizan más el correo y que nosotros les llevemos las cositas”, afirma Arce.
Eso sí, confiesan que el temor por contagiarse siempre está presente, por lo que siempre tratan de cumplir con toda las medidas sanitarias para evitar el contagio, principalmente porque mantienen contacto directo con los usuarios de este servicio.
Llevan consigo alcohol en gel, utilizan mascarilla y usan guantes. Sin embargo, saben que no pueden evitar estar expuestos todos los días.
“Por más protección que nosotros tengamos, siempre se anda con miedo y eso lo pone a pensar mucho a uno; pero hay que hacer el trabajo, siempre tomando las medidas del caso aunque aún así uno no está tranquilo”, afirma Pablo Pérez, cartero de Nicoya.
Sin embargo, sienten que tienen un compromiso con las personas y por ello, se arriesgan todos los días. Aunque no todas las experiencias desde que comenzó la pandemia han sido tan buenas.
El cartero de Guadalupe, Guillermo Jiménez asegura que en ocasiones las personas lo han hecho sentir mal, pues prefieren ni siquiera salir a recibir el paquete.
“Hay mucha gente que ha notado la labor del cartero y que nos felicita porque andamos exponiéndonos y todo, aunque hay otros que lo ven feo. Yo digo que a uno lo ven con cara de coronavirus, porque la gente a veces le dice a uno ‘tireme el paquete’ o ‘déjelo ahí’ y es frustrante porque tal vez son clientes de hace muchos años”, relata.
Y pese a que por minutos se siente mal, después ve lo bueno de su trabajo y que tiene la oportunidad de servir a la comunidad y eso lo hace sentir mejor.
Adios al ‘glamour’
Con la “nueva normalidad”, atrás quedaron los trajes, los maquillajes y los peinados. Ahora para recibir el título, solo es necesario estar vestido y Melissa Cárdenas puede dar fe de eso.
El día que llegó el cartero con su título como Bachiller en Ingeniería en Bioprocesos Industriales, ella estaba en clases virtuales y su mamá fue la que la alertó de que el cartero estaba afuera.
De la emoción, Melissa se levantó y salió a recibir el título como andaba vestida, es decir, en pijama. En ese momento la ropa fue en lo que menos pensó: ella solo quería graduarse.
“Yo no estaba nada presentable y salí como andaba y mami salió atrás mío, porque quería tomarme la foto. Y a mí me dio vergüenza todo, más con el cartero, pero él estaba dispuesto a tomarse la foto conmigo, entonces la tomamos y ya después de todo yo decía ‘no salí tan mal’”, recuerda entre risas.
Desde que se acercaba el momento de concluir su carrera universitaria, la joven soñaba con publicar en redes sociales su primera foto como graduada, sin embargo, nunca imaginó que ese recuerdo sería en pijama, pero aún así se animó y la subió.
“Esta era mi graduación, con el señor del correo. Y a la gente le gustó mucho que saliera él, decían que se le veía la sonrisa en los ojos (andaba mascarilla). Y la verdad es que creo que tuve un momento más especial del que pude haber tenido en una graduación normal. Él hasta nos ayudó a abrir el paquete y fue súper amable”, comenta.
Y efectivamente, detrás de la mascarilla, el cartero sí estaba sonriendo para la foto y sí estaba muy feliz de entregarle el título a la vecina de Tibás.
Guillermo Jiménez fue esa persona que le entregó el diploma a Melissa y asegura que siempre sonríe para la foto, aunque no se le vea la boca.
“Yo nunca imaginé entregar títulos, no imagine que aparte de todo lo que hacemos, íbamos a hacer esto y hasta con foto incluida. Ha sido una experiencia agradable y satisfactoria, porque es muy diferente a entregar un paquete ordinario. Con solo ver la expresión y los rostros de las personas que esperan el paquete, irradia y contagia de alegría a todos los que están alrededor, ellos se ponen demasiado felices”, explica.
Hasta ahora ha posado para más de 15 fotografías de entrega y cuenta que trata de hacer hasta chistes para que los jóvenes disfruten más el momento.
“Uno tiene que estar anuente a las cosas que se dan, y cuando me piden una foto les digo que me voy a quitar el casco y me voy a peinar un poquito y es porque soy pelón, entonces se ríen”, añade.
Melissa relata que esta experiencia la ha puesto a pensar en muchas cosas. Por ejemplo, en la cantidad de personas que no pueden hacer teletrabajo, ni quedarse en la casa estudiando, como ella.
“Ellos se tienen que exponer al estar yendo de casa en casa y creo que eso también requiere mucha valentía porque no tienen opción, es su trabajo. La gente habla mucho de los médicos pero también hay muchísimas personas que tienen que jugársela en la calle y pienso que hay que agradecerles. Es un privilegio contar con los señores carteros”, afirma.
Actualmente Correos de Costa Rica cuenta con un total de 534 carteros, quienes se encargan de entregar paquetes en todo el país.
La mayoría andan en motocicleta, otros hacen las entregas en vehículo, pero también hay quienes hacen las entregas a pie o en bicicleta.
Incluso en zonas rurales hay algunos carteros que usan cuadraciclo y a más de uno le ha tocado subirse a una lancha para llevar paquetes a quienes habitan en las islas.
“Uno como cartero no se imagina lo que significa para la gente el trabajo que uno hace, que va desde llevar medicinas y pasaportes, hasta títulos universitarios”, afirma el cartero Arce, de Ciudad Quesada.
El joven incluso considera que el término cartero ya no debería utilizarse, pues lo que menos entregan son cartas.
El cartero Jiménez, coincide con su colega, ya que cuando él entró a trabajar allí, hace 17 años, ya se entregaban pocas cartas.
“En ese entonces, uno llevaba a lo mucho cuatro paquetes y lo que quedaba era estados de cuentas, cartas y recibos. Antes llegaban aproximadamente 300 cartas diarias, ahora si entregan 25 cartas por día, son muchas”, dice.
Curiosas celebraciones
Con la entrega de títulos los carteros también han sido testigos de la creatividad de los ticos para celebrar una graduación improvisada.
Al menos eso cuentan ellos, quienes este último mes han visto en primera fila múltiples escenas tan divertidas como emotivas, de las que han sido accidentales protagonistas.
Ese es el caso del cartero Alexander Chávez, quien quedó sorprendido al ver la reacción que tuvo un muchacho de Barranca, en Puntarenas, después de que le entregaran el título.
Cuando el joven se devolvía de la acera hacia su casa, empezó a entonar la Gran marcha triunfal, el conocido tema que suele acompañar las graduaciones.
“Me decía que hacía eso porque no iba a tener graduación por la pandemia, él estaba muy contento y la mamá lo estaba esperando en el corredor. Ese muchacho recibió el título de una forma tan explosiva, aunque no fue de la forma en la que él quería.
“Yo tengo 13 años de estar repartiendo paquetes y nadie había reaccionado así tan feliz como él, fue totalmente diferente. Yo lo felicité y me causó una sensación extraña, porque recibir un título en estas circunstancias es diferente y aún así él estaba contento”, relata Chávez.
Y si de celebraciones memorables se trata, el cartero Pablo Pérez tiene muchas anécdotas por contar. Él es un joven de 22 años, que desde hace dos recorre Nicoya entregando paquetes.
No está muy seguro de cuántos títulos ha entregado hasta ahora, pero estima que han sido cerca de 40, pues muchos de los graduados son de ese cantón guanacasteco.
Por ejemplo, aún recuerda cuando llegó a una casa a entregar el diploma y una joven y su familia salieron vestidos de gala, listos para la graduación.
“Uno no está acostumbrado a entregar esto y tenía la expectativa de cómo iban a reaccionar las personas, porque uno sabía que estaba llegando algo demasiado importante y quería ver la reacción de las personas y ese día fue muy alegre y emotivo, ellos agradeciéndole a uno por llevarles el título hasta la casa”, dice.
Otro día, cuando fue a darle el diploma a un muchacho, tenían preparada una pequeña celebración en una casa y hasta lo invitaron a comerse “un gallito”.
Le ofrecieron queque, picadillo de papa y refresco.
“En este trabajo uno se topa con personas muy conscientes, muy humanas y que entienden que uno anda bajo el sol, mojándose, o súper cansado y a veces uno agradece hasta un vasito con agua. Ellos se ofrecieron a darme un ‘gallito’ y es bonito porque uno nunca se espera eso de los clientes, porque generalmente hace la entrega y ya”, cuenta.
El joven, quien labora desde hace dos años en el correo, agradece cada día por su trabajo, pues además de darle buenos momentos, le ha permitido costear su carrera universitaria en Educación Musical.
Al otro extremo del país, en Limón, Romein Walters esperaba ansiosa su título. Con sus amigos de la universidad habían planeado tomarse una foto cada uno con el cartero que les entregara el anhelado diploma.
Ella le había comentado a su mamá, María Mais, que quería tener ese recuerdo, pues esa era la graduación que iba a tener de su postgrado en Bacterología Médica.
Sin embargo, el cartero llegó cuando ella estaba trabajando y su mamá, para no defraudarla, decidió posar ella para la foto, con la intención de enseñársela después a su hija.
“Mi mamá dice que cuando el muchacho le entregó el paquete estaba muy feliz porque sabía que era un título y cuando ella le pidió la foto él le dijo que claro, porque sabía que era muy importante”, relata.
Posted by Romein Walters Mais on Tuesday, May 12, 2020
Al ver que no tuvo la graduación que quiso con el cartero, sus padres le prepararon una ceremonia en casa. Se vistieron para la ocasión, decoraron con globos, su mamá consiguió un micrófono y con su celular puso la Gran marcha triunfal. Fue su maestra de ceremonias, mientras que su padre, Rolando Walters ,fue el encargado de entregarle, finalmente, el título. Todo quedó grabado en un video para el recuerdo.
Una situación similar le pasó a Tatiana Alvarado, quien se preparó desde primera hora para recibir su título. Ella añoraba una foto con el cartero y como siempre llega temprano, aguardaba el momento.
Sin embargo, esto no ocurrió. Ese día el motociclista se atrasó y ella tuvo que irse para su trabajo con la desilusión de no recibir su diploma de manos del funcionario de Correos de Costa Rica.
“El día que me di cuenta que venía el título, me empecé a alistar para recibirlo. Yo lo veía como un recuerdo aún más memorable y más chiva que el simple hecho de la ceremonia normal, pero fue una decepción más porque yo no lo pude recibir y cuando llegué a la casa, encontré el título ahí envuelto en esa bolsa de correos”, detalla la joven de 21 años, graduada de Ciencia en Educación Primaria con Concentración en Inglés.
Y aunque los carteros lo que más disfrutan es ver la cara de alegría de los jóvenes al recibir su título, comprenden que algunos no están en la casa para recibirlo y al igual que ellos, se desilusionan.
No obstante, se sienten afortunados de poder decir que son carteros, pues saben que es un trabajo que se hace desde hace muchísimos años atrás y pese a que no es lo mismo que antes, agradecen que los ticos confíen en ellos.
“Esta es una de las experiencias más bonitas que me ha tocado, porque uno aprende muchísimo y conoce mucha gente, pero es un trabajo de sol a sol, como dicen, entonces es un trabajo duro, que uno hace con muchísimo profesionalismo y amor”, resalta Fabián Durán, cartero de Desamparados.
El joven de 30 años asegura que ha sido tan agradable y tan especial entregar este tipo de paquetes en los últimos días, que ya decidió que quiere entrar a la universidad a estudiar inglés.
Momentos memorables
Cuando Henry Martínez y su familia entendieron que no iba a haber una graduación como ellos imaginaron, acordaron que harían de la entrega del título, un momento agradable aunque no sabían cuando iba a ser ese día.
“Uno siempre espera graduación con el título en la tarima y toda la ceremonia oficial, pero eso no iba a estar. Luego pensándolo un poco más me di cuenta la persona que me iba a entregar el título iba a ser una persona trabajadora, e iba a ser muy simbólico y bonito”, asegura el joven, de 24 años.
Martínez recuerda que cuando llegó el motorizado a su casa, no sabía que lo que le iba a entregar era el título que lo acreditaba como bachiller en Antropología, y tan pronto como él le contó, las felicitaciones y los buenos deseos se hicieron presentes.
“Fue una celebración muy poco convencional, porque seguro el cartero pensaba ‘¿quién será este loco que me está pidiendo una foto?’.
“Y tal vez ellos no se lo imaginan, pero están llevando grandes esperanzas. Además, son personas que están arriesgando su vida para que muchas cosas en el país puedan seguir funcionando y eso definitivamente hace la diferencia y yo estoy muy agradecido con el trabajo que hacen”, señala.
Henry es un muchacho con discapacidad visual y no podía dejar pasar el momento de su improvisada graduación para decirle a todas aquellas personas que tienen una discapacidad, que lo más importante es que los sueños sí se cumple y que es cuestión de ponerle mucho empeño para lograrlo.
Por razones como esta y muchas otras, es que los carteros se emocionan cuando llegan a trabajar y observan que les toca entregar un título. Eso les inyecta positivismo.
“Esto tiene un valor agregado y se han convertido en los preferidos de la ruta, porque uno sabe que lo esperan con muchas ansias. Es un título que los acredita por lo que han trabajado durante años, entonces no es lo mismo que entregar por ejemplo, unas tenis o algo que uno compra por internet y se las mandan por el correo. La euforia o la emoción de la persona que está esperando siempre lo motiva a uno”, dice Edwin García, cartero de Puntarenas.
El cartero trata de tener palabras de motivación, pues él entiende lo que significa “quemarse las pestañas” para obtener un diploma.
Él combina su trabajo con sus estudios universitarios en Educación de Primer y Segundo Ciclo y ha tenido que sacrificar horas de descanso, para poder cumplir su sueño.
“Entregar títulos tiene un valor especial para mí, porque me veo reflejado como estudiante en ellos, porque sé que es el sacrificio de muchos años de estudio y obviamente no es la forma en la que uno espera graduarse”, detalla el joven cartero de 26 años.
Al finalizar el día, tras una larga y extenuante jornada, cuando regresan al centro de carteros comentan y vacilan entre ellos sobre las anécdotas del día, que desde junio incluyen fotografías, efusividad y hasta “gallitos” de comida.
Ahora más que nunca, han comprendido que su labor en el país es fundamental y que son portadores de más alegría de la que alguna vez imaginaron.