
“Todo pueblo tiene necesidad de una bebida destilada o fermentada”, decía Julián Volio, exsecretario de Hacienda, durante el apogeo de las cervezas en Costa Rica, por allá de la década de 1860. Pasaron los siglos y esa convicción todavía resuena en los ticos, aunque ya no podrán comprarle el líquido dorado a una empresa nacional.
Con la venta de Florida Ice and Farm Company (Fifco) a Heineken, Costa Rica se quedó sin cervezas autóctonas. Pero mucho antes de la millonaria transacción, catalogada como la más grande del país, su gente tardó en acostumbrarse a la bebida cristalino. Y en medio de las aperturas y cierres de tantas cervecerías, casi siempre se involucraban manos extranjeras.
Costa Rica todavía era un joven país independiente en 1852, pero estaba sediento. Entonces el Estado comenzó a estimular la producción cervecera: por 50 pesos mensuales, cualquiera podía levantar una fábrica. Como el costo era caro, de ello se aprovecharon algunos europeos.
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Los sábados eran días de cantina. Los josefinos colmaban sus mesas con los productos de taberna alemana, los más novedosos de los pliegues publicitarios. Sabemos que el primer anuncio cervecero publicado en el país correspondió a la Cerveza de Torres, de la casa comercial alemana Joy & von Schröter, colgado en el Boletín Oficial. La oferta era tentadora: a razón de dos pesos se podía comprar la docena, o bien, por catorce reales y con la devolución de la botella, se obtenía una blanca de cebada, fresca y lupulada.
Más tarde, la misma empresa introdujo al país una cerveza oscura, pero parece que la receta se perdió, o alguien descuidó el proceso de elaboración, porque la fábrica cerró las puertas y de su historia no quedó rastro. Pero como la oferta nace de la demanda, le siguieron iniciativas semejantes.
Aunque San José fue la ciudad más cervecera e incluso recibió el encargo del gobierno para que el alemán Karl Johanning fundara una fábrica en 1868, como medida para “sustituir” el licor con cerveza y brindar un respiro ante la crisis cafetalera, fue Cartago la que dio la bienvenida a quien dejaría huella en las latas que hoy se encuentran en los supermercados.
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Para aquellos años llegó a la Vieja Metrópoli el alemán José Traube Tichy, quien fundó la Cervecería del Globo en 1888. Alcanzó tanto éxito con su cerveza, junto con otros refrescos, que le alcanzó para trasladarse a cuesta de Moras. Todavía hay quienes recuerdan la pendiente donde converge la calle central norte con el río Torres como “la cuesta de la Traube”.
De esas instalaciones, construidas con techos de zinc y decoradas con tapitas de latas por doquier, salieron las cervezas Pájaro Azul y Selecta. La más célebre de todas, por supuesto, fue la Pilsen.
No fue hasta que Traube se retiró y regresó a Alemania que una empresa costarricense, establecida en La Florida de Siquirres y originalmente dedicada a la agricultura y la producción de hielo, adquirió la cervecería: en 1912, Fifco compró Pilsen.
Un par de años después, esta empresa administrada por cuatro hermanos jamaiquinos siguió incorporando cervecerías a su patrimonio. Entre ellas la Ortega, fundada por una familia española, cuyas instalaciones en Santa Ana producían las cervezas Imperial y Bavaria.

Costa Rica albergó otras fábricas cerveceras a lo largo del siglo XX, como la Gambrinus y la Tropical, pero solo Fifco prosperó con las tres cervezas más populares del territorio nacional.
Por más de un siglo ofertó a Imperial como un símbolo de identidad; no hace mucho, incluso, sus anuncios en las carreteras apreciaban la manera en que los costarricenses pronuncian “birra”. Algunos hasta se atreverían a decir que la Imperial es folclore.
Bavaria, en cambio, apunta a ser la cerveza más premium. Cuánta mofa han recibido quienes prefieren esa lata verde. Y los fanáticos de la Pilsen, más bien, defienden en cada debate sobre la mejor cerveza tica que su malta, amarga, es la superior por ser la mayor.
La disputa sigue abierta, porque las cervezas no desaparecerán. Eso sí, por el tecnicismo de los propietarios, ahora solo las artesanales la pueden ganar... pero esa es otra historia.
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