
En el área de producción de Grupo Nación hay una especie de ruido blanco, como el que hace una radio o un televisor cuando no se logra sintonizar. Este sonido, constante y monótono, es interrumpido por varios pitazos agudos, estridentes, que anuncian cuando una nueva plancha es montada en una torre de impresión para plasmar en el papel la vida del periódico: notas, fotografías, anuncios, entre otras imágenes.
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La máquina es gigantesca: ocho torres de impresión que abarcan cuatro pisos de altura, con la capacidad para un tiraje de 75.000 ejemplares por hora. Un aparato de fabricación alemana, firma Koenig & Bauer, que llegó a Costa Rica en 2005 en un barco de Puerto Limón, en 64 contenedores de 20 toneladas cada uno. Se dice que para su traslado a San José se tuvo que pausar un poco el tránsito en la carretera.
“La conozco (la rotativa) desde que le quitamos el empaque (aislante impermeable) de burbujitas que traen los aparatos nuevos”, dice Juan Carlos Vindas, operario con más de 20 años de experiencia.
En Revista Dominical nos metimos una noche y media madrugada a la rotativa más grande del país para contar cómo y quiénes son las personas que hacen posible que La Nación siga llegando a sus manos, como ocurrió la primera vez hace 79 años.

Comienza la jornada
Para entender cómo se inicia el proceso, lo primero que hay que hacer es ir al área de “preprensa”. En este cuarto se recibe el material, en digital, de todos los periódicos. Además de La Nación, en esta rotativa se imprimen La Teja, El Financiero, Diario Extra, Semanario Universidad, entre otros periódicos o revistas locales.
Este martes 7 de octubre, a las 10 p. m., Asdrúbal Quirós, encargado de “preprensa” esta noche, supervisa que todo vaya bien con las páginas: color, diseño, colocación y compaginación de las páginas. “Si hay un problema con las fotografías o los textos, se llama a la redacción del periódico para que se solucione”, dice Quirós, de 51 años de edad.
Una vez todo se encuentra revisado, Quirós envía la orden para “quemar las planchas” en las máquinas CTP (Computer To Plate). Esto quiere decir que todo el material digital (el diseño de las páginas) es trasladado a unas planchas de impresión offset de aluminio por medio de un láser de alta precisión que graba directamente la imagen digital sobre la superficie.
Para una edición de La Nación se “queman” 32 planchas que corresponden al número de páginas del periódico. Cada una de las planchas pasa por una banda transportadora para que en otro proceso se “ponchen” (se les haga un hueco en la parte inferior del centro) y doble para que pueda montarse con facilidad a las torres de impresión.

Una vida entre papeles y tinta
En el recorrido por la rotativa me acompaña Mauricio Abarca, coordinador nocturno. Abarca, de 51 años, llegó a trabajar a este lugar cuando tenía 20 años. Entró al área de insertos, donde se le colocaba, de forma manual, cualquier tipo de suplemento (entre ellos pastillas para la resaca de año nuevo) al periódico.
“Entré en el puesto más bajo que había”, dice Abarca, quien cuenta que ganaba ¢0.60 por cada edición a la que insertaba suplementos.
Eran otros tiempos, en los que dominaban los periódicos de papel. La Nación llegó a tener un tiraje de más de 200.000 ejemplares y 168 páginas por edición. Solo en el área de insertos, donde trabajaba Abarca, había 100 trabajadores. Hoy se imprimen menos ejemplares, pero el trabajo es exigente. En el turno de esta noche, hay 12 trabajadores para sacar todos los periódicos contratados.
Abarca cuenta que la empresa le ayudó a sacar el bachillerato y su carrera de ingeniería industrial, además de otros cursos digitales y de recursos humanos, hasta ofrecerle el cargo de supervisor.
“Conozco todo el proceso de producción de la empresa”, dice este hombre que hace 30 años llegó solo con conocimientos en máquinas de coser ropa, y ahora es de los pocos que domina todos los procesos en la rotativa más grande del país.

Torres de impresión
Luego de que las planchas se “queman” son llevadas hasta el área de producción, donde se sugiere llevar protectores en los oídos por el caos de ruido. Pasadas las 11:00 p. m., el operario Juan Carlos Vindas sube y baja constantemente una angosta escalera para colocar las planchas.
A esta hora toca el cierre de La Nación y ya se encuentran “un poco apretados” para que comience a imprimir. “No se puede perder tiempo”, dice Vindas.
Entre las 10:00 p. m y las 10:30 p. m. La Teja y Diario Extra comienzan a imprimirse. La impresión de ambos demora entre 30 y 45 minutos, de manera que a las 11:00 p. m. tendría que empezar el proceso de La Nación para que quede todo listo a las 12:00 a. m., cuando empiezan a cargar los camiones que van con periódicos a Limón, Guanacaste, San Isidro, San Ramón y Turrialba.
Cualquier atraso en el proceso y existe el peligro de que no reciba a tiempo el periódico por la mañana.

Después de colocar las planchas, Vindas se dirige hacia el puesto de mando, donde se pone al frente de uno de los pupitres– un escritorio ancho similar a los controles de las naves espaciales en las películas– para programar los últimos retoques, sobre todo en cuanto al tono de los colores.
Vindas –tez blanca, cabello corto, barba color castaño– tiene más de veinte años de hacer este trabajo. Llegó cuando tenía veintipocos, y ahora hace todo el proceso casi de automático. A este hombre le basta con ver un ejemplar para saber si necesita más color, o por el contrario, si se tiene que bajar la intensidad de los tonos. De modo que ajusta todo con los mandos– color, doblez, tensión–, como un chef que ajusta los condimentos de su platillo.
Aprieta un botón y la máquina empieza a funcionar. Desde el piso de abajo sube el papel para que en la primera torre de impresión se le coloquen los colores cian y magenta, y un piso más arriba el negro y amarillo. El papel vuela hacia el tercer piso, donde pasa por un doblador y luego vuelve a descender para atravesar por un embudo, donde sale ya con todos los pliegos correctos.

Cada uno de los ejemplares es tomado por una de las más de 2.000 pinzas que tiene la máquina para que sea llevado, como una suerte de montaña rusa o juego mecánico, al área de insertos, donde, si corresponde (como en el caso de Revista Dominical), la máquina la coloca en medio del diario de forma automatizada.
Los ejemplares siguen su curso hasta llegar a la línea de despacho. Allí desciende a una máquina insertadora, donde caen en paquetes, pasan por control de calidad, y luego son amarrados por una cinta. A continuación, son montados a los camiones.
“Es un trabajo repetitivo, todos los días casi lo mismo”, dice Vindas, quien se ha acostumbrado a trabajar de noche, en el turno de 8:00 p. m. a 2:00 a. m. “Me gusta porque es más tranquilo de noche, y no tengo que lidiar con las presas para venir al trabajo”, añade.

Trabajo nocturno
El tiempo de trabajo son, en promedio, seis horas, pero la actividad es intensa: de pie, de un lado para el otro y sin parar. “Es todo un mundo este, de impresión y colores, que al final te atrapa”, dice Mauricio Abarca, el coordinador.
Mientras lo escucha, desde el puesto de mando, Juan Carlos Vindas dice que solo si te gusta el trabajo es que puedes pasar haciéndolo 30 años, como Mauricio Abarca y Asdrubal Quiroz. “Este es un trabajo estable, porque no hay muchos que lo sepan hacer”, dice Vindas. “Los que han renunciado es porque no quieren seguir trabajando de noche”, apunta .
Abarca dice que en los últimos años le está costando cada vez más el trabajo nocturno. “Todo es de acostumbrarse”, dice, mientras cuenta que no tiene problemas de sueño: si llega a la casa a las 2:30 a. m. se duerme a los 10 minutos.
Se levanta todos los días a las 9:00 a. m. y ya se ha acostumbrado a trabajar en Navidad, Año Nuevo, Semana Santa, entre otros días feriados. Miles lo leen, pero pocos conocen lo que se tiene que hacer de madrugada para que el periódico salga todos los días.


