Lo único que regresó a la Fuente de la Hispanidad este jueves por la tarde fue la presa. Después del gane del equipo alemán sobre la Sele, había más medios que aficionados en el tradicional lugar de celebración futbolera.
Por los costados del Mall San Pedro, un éxodo vestido de rojo regresaba a la casa en silencio: sin gritos, sin vítores y, mucho menos, el “¡oe, oe, oé, ticos!”. La remontada de Alemania sobre el conjunto costarricense apagó cualquier celebración.
Hay muchas formas de perder y, en este caso, los aficionados se fueron tranquilos porque vieron a la Selección pelear, atacar y proponer, a pesar del intenso asedio de los teutones, que concluyó con su victoria.
“Ojalá hubieran jugado así contra España”; “sabíamos que ganar era casi imposible”, “diay, esta derrota no me sabe tan mal”, decían los seguidores del conjunto nacional mientras el gentío reunido frente a una pantalla gigante dentro el Mall San Pedro se iba desgranando.
“Cómo nos fueron a ilusionar así”, decía una joven veinteañera a sus amigas mientras salían del centro comercial. “Creía que sí lo lograríamos”, le contestó una del grupo. Y ella representó el sentimiento de un país durante unos segundos memorables en el tiempo complementario, luego del 2 a 1 en que Costa Rica le estaba ganando a Alemania.
Muchos se veían celebrando en la Fuente de la Hispanidad, se veían corriendo con la bandera alrededor de la rotonda, se veían gritando hasta quedar afónicos. Incluso recordaron al “matagigantes” de Brasil 2014. Alemania se encargó de hacer añicos el sueño con tres tantos más en el segundo tiempo. ¡Qué efímera es la ilusión!
Subibaja de emociones
Antes del partido, solo ondeaban las banderas tricolores de los vendedores en las inmediaciones de la Fuente de la Hispanidad. Ellos soñaban con el triunfo de la Tricolor, que significaría una mina de oro en ese preciso lugar.
Sin embargo, apenas tenían esperanza. “La gente no está convencida de que gane la Sele. La gente está esperando. Nosotros somos los primeros que apoyamos a la Sele; nos sirve” contó entre risas Nixon Chaverri, quien además de banderas ofrecía vuvuzelas.
Adentro, el rojo corría por todos los rincones del Mall San Pedro desde el mediodía. La afición se congregó en pelota frente a todas y cada una de las pantallas disponibles en el centro comercial. Nada tontos, en el primer piso del lugar, había pantalla gigante, rifas y promociones comerciales.
Los pasillos parecían una exhibición de la historia de la Sele en camisetas. No importaba si era el nuevo diseño o uno viejísimo que había sobrevivido a varias eliminatorias y a las polillas, lo importante era apoyar al equipo de todos.
El tempranero primer gol alemán marcó el tono durante los primeros 45 minutos. Fue sufrir y aguantar. Sin embargo, la sufridera de aquel tiempo era algo presupuestado: si uno es fan de la Selección debe estar preparado para siempre estar al borde de un infarto, de comerse las uñas, de no saber por dónde salte la liebre.
El medio tiempo fue una pausa necesaria. Ver a la Tricolor luchando, con agallas, tenía a la gente con un decoroso optimismo.
El segundo tiempo fue una locura de cinco goles. Los dos goles de la Sele hicieron que la gente gritara, se abrazara y subiera los decibeles de sus cánticos y observaciones.
Había aplausos para una Selección Nacional defensiva y Yeltsin Tejeda levantó a la afición. El segundo gol fue una sorpresa. Nadie entendía quién anotó. “No sé quién lo hizo. ¡Qué importa! Yo solo vi patas”, dijo un fulano al lado.
La gritería y el salto fueron tales que casi matan de un susto a la periodista Djenane Villanueva, quien en ese momento transmitía en vivo para CNN en Español. Claro, fue el momento idóneo para el enlace en vivo.
Así aquel gentío que había sufrido, que estaba estresado, vivió unos segundos de profundo gozo. Luego, todo se esfumó con tres goles alemanes que acallaron la fiesta. Dura dosis de realidad.
Las camisas rojas se empezaron a desgranar; unos aún le rezaban a la Negrita o a cualquier santo disponible; no obstante, ya era demasiado tarde.
Afuera, solo los medios de comunicación aguardaban. La marea roja pasó de lejos, silenciosa. Un vendedor de banderas las dobló y las guardó en el maletín. “Se jugó bien. ¡Qué costaba aguantar!”, me dijo. Ya vendrán otros partidos de la Sele y, quizá, otras oportunidades.