¿Querían a Courtois, el gigantón microcéfalo con cuerpo de boliche? Pues ahí lo tienen: que con su pan se lo coman. Su endeblez técnica quedó expuesta en el reciente partido contra el París Saint-Germain. En el primer gol, descuida el palo por donde se enfilaba Di María y este logra meterle un gol por un intersticio que no habría permitido a un ratón infiltrarse en el marco. En el segundo, reacciona lentamente a un remate de Di María desde fuera del área. Idéntico disparo le detuvo a Gabriel Jesús en el dramático final del partido Brasil-Bélgica del Mundial de Rusia. Pero esta vez se lanzó “en cámara lenta”, y el balón entró sin pedirle permiso ni perdón. En el tercero, sale torpemente, sin convicción y sin fuerza, a achicar una llegada de Meunier, este se la pasa a un destapado Bernat que anota a marco desguarnecido. Entre los dos laterales del París Saint-Germain se lo bailaron como si fuese un porterito de patio de colegio.
El Real Madrid se ha comido 9 goles en 5 partidos, para un promedio de 1,8 por encuentro. A Courtois le hacen un gol cada 63 minutos. En 40 partidos ha digerido 57 goles. Su promedio de goles es de 1,47: el de Casillas era 1,03 y el de Keylor 0,97. Courtois ataja el 63,74 % de los disparos a marco. Casillas atajaba el 73,66 y Keylor el 73,74. Los números son inapelables, contundentes, y no admiten la menor especulación. El porcentaje de atrapadas no es el único parámetro valorable en un portero: hay también que dimensionar su capacidad de liderazgo, su astucia para alertar a su defensa, su lectura del partido desde que la jugada en contra comienza a gestarse. Pero Courtois tampoco ha sido sobresaliente en ninguna de estas variables.
El Real tenía un titán. Ahora tiene un pasable porterito provinciano. Obra enteramente impugnable al xenófobo, supremacista e ideático de Florentino Pérez. Un verdadero maestro en el arte de desmantelar y arruinar equipos.
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