Siempre admiré a Centeno como jugador. Su gestión técnica con el Saprissa fue, en cambio, una decepción. Ha sucedido con frecuencia, en la historia del fútbol. Klinsmann, Maradona, Platini, Leao, Falcao, Dunga, Van Basten, Gullit, Passarella, Matthäus, Bobby Charlton fueron fantásticos jugadores… y técnicos mediocres cuando no desastrosos.
En una semana, Saprissa perdió 2 partidos contra su némesis, tragándose 6 goles y anotando 3: un pecado de absolución papal. Pero entre ambas batallas hubo diferencias. En la primera Saprissa luchó. Fue uno de los mejores clásicos en años recientes. A la segunda llegó moralmente roto. Todos los goles entraron por la derecha: el lateral responsable de esa franja fue un mero fantasma. En el primer tanto, David le pasó el balón a Waston, que lo dejó rodar sin intentar siquiera un despeje, y Espíndola anotó contra su propio marco. La zaga saprissista se equivocó de portería: jugó contra sí misma. En el segundo, el pase en profundidad de López le abrió a Martínez una pista en la que podría haber aterrizado un jumbo jet. Fue cuestión de definir a piacere. En el tercero, nueva autopista para Ureña, y cierre de Montenegro. Saprissa no se recuperó de la derrota por 3-2: llegó malherido, las llagas aún supurantes y eritematosas. Es en estas instancias -cuando urge una recuperación inmediata- que la presencia de un psicólogo es esencial. No insistiré más sobre este punto, porque evidentemente ni la dirigencia, ni la gerencia deportiva, ni el cuerpo técnico le dan ninguna importancia. No han salido aún del paleolítico.
Centeno cambió de estilo por lo menos 3 veces en 2 años, pasando del tiki-taka al fútbol atlético y al aguijonazo vertical. No estimuló el cambio generacional. Aceptó fichajes incompetentes. Se dejó golear por la Liga, Santos, Cartago, Herediano y los Tigres. Fue humillado por su archienemigo, y tuvo un rendimiento del 60%. Reprobado. No hay nada más que decir.