El aplauso fue casi general, solo faltó que en tres ocasiones ondearan el pañuelo blanco. Así sucede en las corridas de toros en España: cuando el juez de plaza muestra tres veces el pañuelo blanco, es para concederle rabo y orejas al matador por su gran faena.
El domingo pasado, en el Estadio Ricardo Saprissa, pasó algo similar. Daniel Colindres le anotó al cuadro morado apenas en el arranque del juego; no se había cumplido el minuto y Colindres abombó las redes moradas.
La gente aplaudió. No hubo pañuelos blancos, pero sí muchos aplausos. Hasta ahí, no vi mal que se le reconociera a un futbolista que pasó por las filas moradas. Lo extraño es que, en el segundo tiempo, los silbidos y reproches fueron contra el hombre de casa, la figura que ha ganado 11 títulos, el segundo más ganador en la historia de Saprissa, uno menos que Édgar Marín. Fue abucheado, tal vez maltratado.
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El balón no le había llegado a los pies a David Guzmán y la silbatina fue sonora, grande. ¿Qué pasó?, me pregunté. ¿Estoy en el Saprissa? ¿El encuentro fue en otro estadio? ¿O en Saprissa asustan, se apoya al rival y, al de casa, hay que destrozarlo?
Guzmán escuchó aquel concierto en su contra. El Monstruo de mil cabezas seguro sufrió de jaqueca con el tanto de Colindres, pero David no reprochó nada y entiende a quienes exigen.
“Lo que pasó, la afición tiene todo su derecho. Yo siempre lo he visto como una manera de que nosotros debemos dar más, prepararnos aún mejor. Toda la vida he estado en la institución y sé que seguirán exigiendo y diciendo lo que debo hacer. Lo tomo para bien”, dijo David Guzmán cuando se le consultó sobre los silbidos de los aficionados.
No defiendo a Guzmán, y los aficionados sabrán qué le cobran a un futbolista que es morado de verdad, que en el país solo ha jugado para Saprissa, que se ha partido el lomo por el equipo. Tampoco me parece extraño que le silben. Ahí le han silbado a muchos, a los destacados y a los que pasaron con más pena que gloria. Pero lo que nunca había visto ni escuchado en la Cueva es que le aplaudan al rival, que apoyen al adversario y luego se le vayan encima a uno del propio equipo. Eso es raro.
“El saprissismo es una afición que se distingue por su fidelidad. Los morados somos diferentes al resto, somos críticos y exigentes, pero, ante todo, cuidamos a los nuestros, apoyamos con pasión y nunca dejamos que nadie nos haga daño, nos cuidamos entre todos. ‘Yo no silbo a mis jugadores’”. Eso lo dijo Alonso Solís hace 12 años.
¿Esto era así?, ¿sigue siendo así?, ¿o al saprissista de hoy día no le importa apoyar y alentar a sus jugadores?
Repito: si el aficionado quiere silbarle incluso hasta a Mariano Torres, que lo haga. Le silbaron a Wálter Centeno. Pero lo que no había escuchado es que, en un juego, le aplaudan al rival, al que acaba de hacer daño con un gol, y después le silben a quien lleva la “S” al pecho.

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