
Washington Ortega lloraba desconsolado en el Estadio Alejandro Morera Soto antes del clásico entre Liga Deportiva Alajuelense y Saprissa, en el que los rojinegros se proclamaron campeones nacionales.
Él iba de titular, pero en una prueba de madurez, profesionalismo y compañerismo, giró la alerta de que no podía jugar.
Con problemas en el aductor, la infiltración fue la apuesta para saltar a la cancha; pero el cuerpo tiene límites que el corazón a veces se niega a aceptar.
“Le pedí al profe, al Macho (Óscar Ramírez), que me aguantara hasta probar”, relató Washington Ortega. El técnico le respondió que así sería, pero que pensara muy bien y que no arriesgara más de lo normal.
El momento de la verdad llegó en el césped del Morera Soto, bajo la mirada de miles de liguistas que presentían que esa noche sería histórica.
“Cuando empecé a calentar, el movimiento en el arco y todo lo llevaba muy bien, hasta empezar a patear, cuando le pegaba de abajo ahí sentía como que se me abría el aductor y ahí se me venían muchas cosas a la cabeza”, relató Washington Ortega en el programa El Picadito, en Monumental.
Pensaba en sus compañeros, en el esfuerzo que hicieron todos y en el tiempo que ha esperado el liguismo para volver a ser campeón nacional.
“No podía jugar con eso, no podía entrar y quizás tener un error, o que me la den (la bola) para atrás y no poder pegarle. Entonces, decidí dejarle el lugar a Bay (Bayron Mora)”, relató.
Dijo que el partido en el que sabía que sí o sí tenía que estar era en el clásico en la Cueva.
“Hice todo y pude estar, porque de local, más allá de las condiciones que tiene Bayron, creo que la gente lo iba a acompañar de otra manera en el Morera. Era importante estar de visita y ahí estuve, en el otro clásico sí no me dio, pero siempre pensando en la institución.
”En el escudo y en la gente que lo necesitaba mucho, en don Joseph Joseph, en toda la Junta Directiva, en toda la gente que trabaja en el CAR, cocina, cancheros. Creo que verlos felices era lo más importante y se dio”.
Si la lesión fue el detonante físico, un detalle en la grada fue el que lo quebró por completo. Mientras realizaba las pruebas de calentamiento, con el dolor punzante en la pierna, sus ojos se toparon con un cartel en la tribuna.
“Un hincha me salió con un cartel que decía que yo estaba en la cancha y mi papá en el cielo”, confesó el portero. Con solo decir eso, la voz se le cortó y de nuevo lloró.
Ese mensaje fue un dardo directo al alma. Washington quería jugar esa final por su padre, quería dedicarle cada vuelo y cada atajada. Al verse obligado a abandonar el campo por la lesión, sintió que le fallaba a esa memoria.
“Eso me tocó y después abandonar... quería jugar por él. Mi familia bajó justo cuando no iba a jugar y lloraban conmigo. Cuando toco el tema del ‘viejo’, me desmorono”, relató.
Su llanto era el de un hijo que, aunque sabe que su papá lo guía desde el cielo, no deja de extrañarlo. Y con la impotencia por la lesión, tenía la sensación de que le estaba fallando a su amado padre.
Porque recordó sus días en Uruguay, cuando tenía un esguince de rodilla y jugó infiltrado para evitar que su equipo descendiera a la C y no quedarse sin trabajo.
Esta vez era distinto, aquí no se trataba de luchar para seguir en el fútbol y no tener que regresarse al pueblo a buscar otro trabajo para vivir, sino que era culminar una faena con Alajuelense que él mismo ayudó a construir.
El sábado pasado estaba infiltrado, pero ni así se sentía al 100% y tuvo la honestidad de comunicarlo al equipo, siendo sincero con él y con todos.
El reto que lo entusiasmó con Alajuelense
Washington Ortega cuenta que quedó impresionado cuando lo llamaron de Liga Deportiva Alajuelense para hablarle del proyecto, invitándolo a ser parte, porque esa primera comunicación duró más de una hora.
Eso le generó la sensación de que realmente la Liga lo quería y contó que lo que más le llamó la atención fue asumir ese reto de llegar a aportar para romper una sequía y quedar en la historia del club.
Washington Ortega empezó a estudiar todo sobre Alajuelense, leyéndose libros sobre el club y buscando información de todo tipo.
“Creo que se ha maltratado mucho al liguismo, a la institución y no se lo merece, porque a pesar de perder alguna que otra final nacional, es un equipo muy grande e histórico y creo que nosotros, los manudos tenemos que defendernos mucho más, porque muchas veces nos dejamos llevar por la prensa o por lo que quieren vender”, afirmó Washington Ortega.
Insiste en que los mismos liguistas tienen que defenderse más, juntos, y valorar la seriedad del proyecto deportivo.
“Las cosas venían saliendo bien, solo faltaba el título nacional y nosotros como institución no podemos estar tantos años sin ganarlo, eso lo entiendo, pero se ha logrado algo grande, como ser tricampeones de Centroamérica”, recalcó.
Más allá de la mística, la seguridad y el carácter, Washington Ortega es un hombre de costumbres. Confiesa entre risas que la buena suerte también viaja en tres bóxers, despintados y rotos, que usa religiosamente para cada concentración.
Al final, las lágrimas de Washington Ortega fueron el sello de un compromiso cumplido. Lloró por el padre que lo mira desde el cielo, por la familia que lo sostuvo en la incertidumbre y por una afición que, tras años de espera, encontró seguridad en un uruguayo de manos firmes.
El arquero se desmoronó, llorando desconsolado; pero después de las lágrimas, sonrió al levantar el trofeo que tiene a Alajuelense de fiesta.

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