
La euforia de Anthony Hernández reflejó el sentir de cada seguidor de Liga Deportiva Alajuelense en ese instante. Unos optaron por las lágrimas contenidas, otros lloraban desconsolados y la Catedral rugía como nunca. Y ahí, el veloz y pícaro extremo pasó de la culpa al éxtasis.
Esta es la historia detrás del gol que terminó de sentenciar el título 31 de Alajuelense y la promesa de un hombre que solo quería regalarle una alegría a su familia y a su afición.
Anthony Hernández corría enloquecido. No era una simple celebración; era una huida hacia la gloria, una vuelta completa a la gramilla híbrida del Estadio Alejandro Morera Soto a máxima velocidad, fuera de sí. Una vuelta olímpica de campeón.
En ese instante, sus pulmones no solo inhalaban aire, sino que ponían a prueba el corazón de todo el liguismo, que necesitaba un derroche de felicidad así.
Su reacción reflejaba el sentir del pueblo manudo: el 3-1 en el marcador y el 5-3 en el global contra Saprissa en esa final de segunda fase no eran solo números, sino que se traducía en el fin de una larga espera.
Cuenta Celso Borges que cuando “Pikachu” hizo ese gol, sintió ganas de llorar. El capitán de Alajuelense sabía que lo habían logrado, pero que no que podían bajar la guardia porque quedaba juego.
Faltaban algunos minutos más el descuento, pero en la mística rojinegra se comprendía que lo que estaba pasando sí era real.
El mismo sentir invadía a Guillermo Villalobos, ese hombre polifuncional que sentía que el corazón se le iba a salir mientras miraba las vallas led escuchando el cántico de Liga campeón desde las gradas.
Y no podía dejar de observarlo, porque el 3-1 brillaba con la fuerza de una profecía, el número de la tan anhelada 31.
Pero para entender esa carrera frenética de Anthony, hay que retroceder al miércoles previo, en el partido de ida de esa final en el Estadio Ricardo Saprissa.
Mientras el liguismo celebraba un empate valioso de 2-2, en el interior de Anthony Hernández había una tormenta. Iba molesto, como se aprecia en un video, en el que Jeison Lucumí le va diciendo algo.
En el cierre del partido, el orgullo de Puntarenas había tenido un contragolpe que estaba para más y que Esteban Alvarado evitó que acabara en gol.
Mientras que el arquero morado festejaba la tapada como un título, Anthony Hernández quedó picado con él mismo, reprochándose que debió ser gol.
“En mi mente solo pasaba la idea de que el fútbol da revanchas, todos fallamos. Jeison Lucumí me iba diciendo eso, que todos fallamos, que todos somos humanos y yo me sentía mal conmigo mismo”, confesó Anthony Hernández en una entrevista que concedió a La Nación, estando ya en vacaciones.
Recordaba aquella jugada que pudo cambiarlo todo desde Tibás, pero de igual forma sabía que quedaba un partido. Y que vendría su desquite en cancha.
Aquel 2-2 en el juego de ida era un resultado positivo para Alajuelense y a lo interno de la Liga lo sabían, pero Anthony Hernández no encontraba paz.
“Iba muy molesto conmigo, porque yo sé que esas jugadas no las tengo que fallar y menos en una final. Pero somos humanos, nos equivocamos”.
Esa noche, el sueño le fue esquivo, y en su mente se grabó un único objetivo para el sábado 20 de diciembre.
“Tenía que desquitarme conmigo mismo, nada con el rival. Era conmigo mismo, darme una alegría a mí y a la afición”, explicó.
Óscar “Macho” Ramírez se encargó de que el camino hacia la 31 no fuera solo táctica, sino una construcción emocional. Anthony Hernández afirma que la clave estuvo dentro del propio vestuario, donde todos juntos, apostaron por ser un familia.

“Nosotros decidimos unir el grupo, levantar una familia. Es un grupo muy unido, nunca existió la envidia”, relató Anthony Hernández.
En un plantel con la exigencia de la Liga, la competencia interna suele ser feroz, pero según el futbolista, el propio “Macho” se encargó de gestionar al grupo, logrando una madurez importante.
Porque todos los jugadores escuchaban a su entrenador decir desde el primer día que él no sabía quiénes iban a terminar jugando la final. Todos eran importantes. Y eso lo repitió hasta esa noche de la coronación.
“En mi posición había muchos jugadores... a veces me tocaba banca o a ellos les tocaba, pero nunca nos olvidamos de quiénes somos. Antes había una rebeldía porque todos queríamos defender el escudo a muerte, pero todos asumimos el rol de que todos somos importantes”, destacó Anthony.

Cuando llegó el sábado, en el Morera Soto se sentía la vibra de campeón, porque ni siquiera cuando el marcador se puso 1-1 aparecieron las dudas.
Ronaldo Cisneros abrió la cuenta con un cabezazo y Kenay Myrie se inventó un golazo de chilena.
Con paciencia y jugando más que Saprissa, el segundo gol de esa noche llegó con Fernando Piñar, al sacar un remate tras un rebote de Esteban Alvarado, luego de un disparo de Alejandro Bran.
El 2-1 agigantaba la ilusión rojinegra y después de una jugada en la que intervienen Rónald Matarrita, Criechel Pérez y Ronaldo Cisneros, Anthony Hernández decide no correr, sino tirar desde fuera del área, firmando el 3-1, para la 31.
“Sabíamos que estábamos a 90 minutos de levantar la 31 y eso era una motivación extra, con estadio lleno, mi familia... sabía que cosas buenas podían pasar”.
Y pasaron. El gol llegó y la locura se desató. Fue tal el trance que, en medio de la euforia, Anthony Hernández se quitó la camisa, también el GPS y empezó a correr de manera desenfrenada.
Ronaldo Cisneros pensó en ponérsele al corte, pero jamás lo iba a alcanzar. Así que optó por quedarse con la camisa de su compañero para luego dársela, porque el partido tenía que terminar.
“Corría porque tenía una alegría enorme que no la pude contener y yo solo quería celebrar con toda la afición de la Liga”, admitió Anthony Hernández.
Hoy, con la medalla en el pecho, el título en la vitrina del Salón París Carlos Alvarado —como se llama el museo en el Morera Soto— y caminando por las calles de Puntarenas, Anthony Hernández reflexiona sobre los sacrificios que nadie ve.
“A mi hijo (Kylian) era muy poco el tiempo que lo veía y ahora a disfrutarlo con un título, que sabe más rico. Hay que darle importancia a la familia, ellos siempre están con uno”, detalló.
“Pikachu” trata de estirar estos días libres y camina tranquilo por las calles, asimilando que su nombre ya es parte de la historia de Alajuelense.
“Ando paseando, tranquilo, con humildad, sabiendo que Dios me regaló una bendición: anotar ese gol y compartirlo con mi familia. Al final, el fútbol da revanchas; lo lindo es levantarse y luchar cada día por el sueño que uno quiere. Y vamos por más”, concluyó.

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