La historia del fútbol está marcada por jugadas tan famosas que terminaron recibiendo nombre propio. Hablar de La mano de Dios de inmediato remite a la bribonería de Maradona en México 86; El gol imposible es la serpentina de Roberto Carlos que parecía irse al saque de banda y terminó entrando pegadita al poste de Francia. Pues en Costa Rica no nos damos por menos: tenemos la Jugada del Zoncho, el zapatazo escandaloso más célebre de nuestro balompié, que acaba de cumplir los 40 años.

El protagonista de tan recordada acción fue Mauricio Montero Chinchilla, defensa central de la Asociación Deportiva Ramonense. Ocurrió el 16 de junio de 1985, Día del Padre ese año, un apunte fundamental en este relato, como se verá más adelante.
Montero todavía no era conocido como El Chunche. Ni tampoco estaba en Liga Deportiva Alajuelense, ni había cosechado los mayores éxitos de su carrera, incluyendo la convocatoria al inolvidable Mundial de Italia 90.
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En aquel 1985, Mauricio tenía 21 años y era un labriego sencillo en el equipo ramonense, donde jugaba desde antes de estrenar la cédula. Un defensa que cumplía con los estándares de la época, con dos macanas en las piernas; fuerte pero noble, nacido de la escuela de Matapín Ramírez, Palomino Calvo y otros leñadores de aquellas décadas, quienes eran -parafraseando al escritor argentino Eduardo Saccheri- capaces de partir en dos a la propia mamá si alguna vez ella tenía la idea de entrar al área con pelota dominada.
Para esos años, Ramonense era un equipo discreto, pero respetado en Primera División; veía de lejos la parte alta de la tabla, mas de alguna forma hacía malabares para huirle al descenso. El cuadro se sostenía sobre dos pilares jóvenes que pocos años después quedarían para la eternidad en el Santoral de nuestro fútbol: el portero Gabelo Conejo y el mencionado Mauricio Montero.
El 16 de junio de 1985, Ramonense jugó en su casa, el estadio Guillermo Vargas Roldán, ante la Asociación Deportiva Limonense (Asodeli). La hora no hace falta ni detallarla, 11 a. m., el horario tradicional del balompié tico durante décadas, una herencia que permitía empatar las dos grandes actividades del domingo, la misa y después el fútbol, ojalá antes de que se viniera el aguacero y a tiempo para la olla de carne.
Aquel era el tercer domingo de junio, es decir, Día del Padre. Su papá, don Rafael Ángel (de grata memoria), nunca lo había ido a ver jugar, pues era demasiado liguista y no iba a ver otros equipos ni por el incentivo de que su hijo estuviera ahí.
“Yo le dije que fuera a verme por primera vez”, relató Montero a La Nación para este artículo. El señor estaba reacio, hasta que Mauricio le tiró un cuarto de dinamita: “Vea que es el Día del Padre. Yo voy a meter un gol y se lo dedico”.
Con semejante invitación, don Rafael Ángel empezó a dudar. Y Mauricio lo terminó de convencer con un antecedente demoledor: “En los colectivos entre semana, me fui al ataque varias veces y metí como tres goles”.
Don Rafael Ángel bajó la guardia y aceptó acompañar a su hijo aquella mañana contra la Asodeli. Todo empezó bien, pues el conjunto local se puso al frente con gol del argentino Óscar Villarroel al minuto 34.
Para el segundo tiempo, Montero finalmente logró dejar por unos instantes su puesto en la zaga y se fue adelante, comprometido en pagar la promesa.
En un momento de inspiración, le llegó la oportunidad: con habilidad de mediocampista número 10 se quitó a los limonenes Julio Fuller y Luis Forbes, para quedar en un electrizante mano a mano con el portero.
El arquero, que era Rodolfo Jarret, salió a contener el ataque peligroso, recurriendo al manual de aquellos años, una plancheta frontal que no distinguía entre la pelota y las zonas óseas del adversario. Pero Montero logró puntear el balón y esquivar el sablazo. Listo, misión cumplida. Bueno... casi cumplida.
En aquellos años, el fútbol era más lento y el despliegue físico de los jugadores bastante menor. En una acción así, los protagonistas difícilmente seguían la jugada, como ahora; apenas los dejaban atrás se dedicaban a otra cosa mientras veían de lejos el desenlace. Así que aquel 16 de junio de 1985, ya no había obstáculos en el camino de Mauricio; el portero quedó vencido en el suelo, el defensa más cercano iba entrando al área y el siguiente estaba comprándose un copo en el parque de San Ramón.
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La pelota siguió dando saltos derechito hacia el marco vacío. De hecho, si Montero no la hubiese tocado, hubiera entrado sin ninguna oposición, y él directo a la malla a festejar con papá. Pero entonces ocurrió el giro de la historia, el plot twist que convirtió aquel gol de rutina en una tragicomedia para los libros.

Extasiado por la anotación que le iba dedicar al progenitor, y a solo un metro de la línea, Montero quiso ajusticiar con un patadón innecesario, que más parecía un violento saque de puerta.
“La cancha estaba muy mala”, rememoró. “Me picó mal y le di muy abajo”. Entonces, la física que controla el Universo le echó a perder el obsequio: el balón salió casi en ángulo de 90 grados por encima del horizontal, para incredulidad de todos los que estaban en el estadio y las generaciones futuras que ven las repeticiones en un video rescatado por Canal 7. Tan valioso registro audiovisual solo guarda los últimos segundos de la secuencia, pero suficientes para documentar la inaudita anécdota.
Cuando salió del camerino, ya su papá se había ido. “Agarró el bus y me dejó botado”, cuenta Mauricio entre risas. “Después, me reclamó: ‘¡Para eso quería que fuera al estadio!“.
Más tarde, ese domingo de junio, en el Resumen Deportivo de Canal 2, y mientras bromeaba con Chiricuto y Hernán Morales, a Pilo Obando (fallecido en 2014) se le ocurrió bautizar el blooper como la Jugada del Zoncho, bajo la hipótesis no comprobada de que la pelota ganó altura y casi le da a un zopilote.
El Chunche nunca perdió la costumbre de pegarle duro a la bola, solo que con el tiempo aprendió a graduar la mira y elegir mejor la diana. Aún así, hubo otra “mini” Jugada del Zoncho, que casi nadie recuerda, el 24 de mayo de 1992.
Ese día, en el estadio Alejandro Morera Soto, ocurrió el Déjà Vu. En un partido de Alajuelense contra Carmelita, Montero remató a marco, pero la pelota salió “ligeramente desviada”... Fue a dar a la gradería de sombra sur, donde una señora se llevó el tortazo en la pura cabeza. La prensa reseñó que la aficionada tuvo que recibir mínima asistencia médica y por dicha no pasó a más. Sin embargo, desde ese día, la póliza de Responsabilidad Civil de los equipos es más cara.
La estatura futbolística de Montero superó por mucho la Jugada del Zoncho y terminó siendo un referente histórico del liguismo y del balompié nacional, admirado por todas las aficiones y adorado por las marcas comerciales: lleva decenas de anuncios de televisión, incluso después de retirado, en productos que incluyen hasta un curso de inglés con su sello de garantía “Chunche approves”.
Del otro gran protagonista de la historia no ha habido noticias en estos 40 años. Es la pelota que salió disparada hacia la estratosfera y que, luego de esquivar por milímetros al ave, prosiguió con rumbo desconocido. Uno pregunta en San Ramón y le dicen que esa bola todavía no ha caído, pero tampoco hay que hacer caso, la gente a veces exagera mucho.