Domingo 14 de marzo de 1971
-Guido, le están dando muy duro.
-Sí, señor.
-¿Cómo está?
-Sereno, don Pepe.
-¿No se va a echar atrás?
-Nunca. De ningún modo.
-Mire, yo lo llamaba para decirle que mañana lunes, por la noche, salgo en cadena nacional de radio y televisión para hablar de usted y de la Sinfónica. Si le aviso es para que sepa que no es una mano la que le voy a echar, sino las dos.
Guido Sáenz tenía los ojos aguados cuando terminó de hablar con José Figueres Ferrer. El presidente se ponía de su lado en la quijotada de reformar la Sinfónica Nacional. Sé de la emoción en don Guido porque lo cuenta en su libro Piedra Azul: Atisbos en mi vida.
En aquel marzo del 71 le llovía tieso y parejo. Había despedido a 32 músicos de la vieja orquesta, incluido el director. Lo criticaban buena parte de la opinión pública y casi todos los medios. “Yo era el verdugo, el antipatriota”, cuenta en su autobiografía.
Han pasado 54 años desde la llamada de don Pepe a su viceministro de Cultura y 85 desde el debut de la Sinfónica, el 31 de octubre de 1940, durante el gobierno de Rafael Ángel Calderón Guardia.

Domingo 12 de octubre del 2025
La Sinfónica Nacional toca su IX concierto de la temporada. Costa Rica y España festejan 175 años de relaciones diplomáticas y el programa, poblado de zarzuelas, abrillanta y entibia una mañana de llovizna gris.
El Melico Salazar está lleno. Andrés Salado, el director de la orquesta, inicia un curioso diálogo con el público. Digo “curioso” porque es él quien habla, quien explica el origen de la zarzuela, comparte anécdotas y se adentra en el sendero de las reflexiones.
Vaticina el maestro que dentro de unas décadas habrán desaparecido las redes sociales, pero seguirá entre nosotros lo esencial: los lápices, las sillas, la música, las personas que aman la música.
Hay en la platea varios niños y en la fila posterior a la que ocupo, un señor muy mayor que incluso necesita ayuda para andar. Dos eras se acercan en la penumbra de un teatro que estrena una lámpara inspirada en nuestra flor nacional.
Domingo 2 de noviembre del 2025
Después de tocar en el Melico, la Sinfónica regresa al Teatro Nacional. La orquesta celebra 85 años de fundación. La galería se llena sin prisa, se puebla del murmullo de muchas voces que se elevan como un solo rumor, como el zumbido de muchos avisperos.
Algo muy próximo a la magia ocurre cuando baja la intensidad de la luz y los músicos renuevan el rito ancestral de la afinación. Instantes después, el público repite el suyo y aplaude en cuanto el director entra al escenario.
Andrés Salado retoma la reflexión que lanzó al aire en el Melico, semanas atrás. Cuando la Sinfónica Nacional cumpla 150 años –recuerda– serán otros los ejecutantes que ofrezcan su talento y otros los costarricenses a los que congregue el arte. Seguirán en su sitio los lápices, las sillas, la batuta, los atriles.
Es Día de Muertos. Quizá la luminosidad de la música haya guiado hasta la sala a los espíritus de quienes ocuparon antes las butacas. Se siente el eco de las manos que aplaudieron en otros siglos.
Un domingo cualquiera, año 2110
La Sinfónica Nacional cumple 170 años y la integran descendientes de los artistas del 2025. Se piensa ya en cómo celebrarle los dos siglos de existencia. Andrés Salado tenía razón: se esfumaron las redes sociales y siguen en su sitio el lápiz y la silla.
Se continúa hablando en el país de don Guido y de don Pepe; se recuerdan sus acciones valientes, la pasión con que la defendieron a la Orquesta. Su ejemplo es a la vez batuta y faro; se piensa en ellos como una suerte de hacedores de milagros artísticos y se les agradece por haber puesto manos, corazón y cabeza en sus ocurrencias brillantes; se les agradece por la herencia de la música, que es fiesta, espejo y, según Borges, misteriosa forma del tiempo.
Costa Rica aún se pregunta, con el pecho orgulloso y la mirada puesta en los caminos andados, ¿para qué tractores sin violines?
ovidio.muñoz@nacion.com
Ovidio Muñoz Corrales es periodista.
