Las hostilidades de los camioneros han sacado de quicio a varios gobiernos en las últimas semanas. En Canadá, los camioneros bloquearon puentes a Estados Unidos y sitiaron su capital, Ottawa. En la capital de Nueva Zelanda, Wellington, camioneros y otros manifestantes inspirados en las manifestaciones canadienses bloquearon la plaza frente al parlamento del país, y muchas calles de la ciudad. Esta nueva ola de protestas del «Convoy de la Libertad» —que surgieron para oponerse a las restricciones por el coronavirus— se extendieron luego a Francia, Australia y EE. UU.
Los gobiernos y agencias de las fuerzas del orden respondieron con tácticas diversas, pero les está resultando difícil poner fin a las protestas. En Ottawa, el primer ministro canadiense Justin Trudeau se refirió inicialmente a los camioneros como una minoría extremista; pero según una encuesta, un tercio de los canadienses apoya a los manifestantes, aun cuando estén provocando una situación caótica para los residentes de esa ciudad y las empresas a ambos lados de la frontera entre EE. UU. y Canadá.
La policía de Ottawa intentó implementar una estrategia «de aumento y contención»: arrestó a algunas personas, emitió multas e infracciones de tránsito, e incautó el combustible que iba a ser entregado a los camioneros. Este enfoque, dijo el jefe de policía de la ciudad, redujo significativamente la cantidad de camiones y manifestantes, pero no tuvo suficiente éxito. El 6 de febrero, el alcalde de Ottawa declaró el estado de emergencia y la policía usó luego un mandamiento judicial para comenzar a despejar el puente Ambassador entre Ontario y EE. UU., pero las protestas continuaron y el jefe de policía renunció el 15 de febrero.
En Wellington, como en Ottawa, inicialmente se permitió que los manifestantes dieran a conocer sus opiniones; pero después de una semana de disturbios cada vez mayores, la policía adoptó diversas medidas para tratar de dispersarlos. El presidente de la Cámara de Representantes activó el sistema de riego del césped donde estaban reunidos los manifestantes y luego pasó música de Barry Manilow y Macarena sin pausa durante 15 minutos, pero muchos de los manifestantes se quedaron.
Las autoridades francesas implementaron medidas más intensas y prohibieron al Convoi de la liberté en París. El 11 de febrero la policía desplegó más de 7.000 efectivos en cabinas de peaje y otros sitios clave de la ciudad, junto con topadoras y cañones de agua para romper posibles bloqueos. Para el día siguiente habían multado a 337 personas y arrestado a varias docenas, pero el juego del gato y el ratón entre los manifestantes y la policía continúa.
Las manifestaciones actuales tienen tres características por las que su manejo resulta particularmente difícil.
En primer lugar, los manifestantes están unidos por una miríada de agravios. Claramente, las reiteradas restricciones impuestas por los gobiernos debido a la covid-19 llevaron a un agotamiento y exasperación generalizados. Esto fue evidente en Europa a fines del 2021, cuando la introducción de nuevos confinamientos y restricciones por la difusión de la variante ómicron dispararon inmediatamente manifestaciones a gran escala en Bélgica, los Países Bajos, Austria, Croacia e Italia; Pero las actuales protestas inspiradas por los camioneros rápidamente se convirtieron en una bola de nieve que incluye a grupos con múltiples quejas y demandas.
Las protestas en Canadá estallaron con un nuevo requisito del gobierno que obliga a los camioneros no vacunados a una cuarentena cuando regresan de EE. UU. A los pocos días, diversos grupos políticos se unieron a los camioneros y fueron azuzados por algunos partidos de la oposición. De manera similar en Nueva Zelanda, lo que comenzó como una protesta contra la vacuna obligatoria rápidamente se amplió con la participación de los camioneros, la Coalición para los Derechos y Libertades —del líder fundamentalista cristiano Brian Tamaki— y un canal en línea sobre teorías conspiratorias. Las pancartas destacan diversas cuestiones, entre ellas, la covid-19, la censura y los derechos de los indígenas.
Apoyo extranjero
Una segunda característica de las protestas actuales es la inspiración y el apoyo que reciben del extranjero. Paradójicamente, los nacionalistas antiglobalización están alentando a los movimientos en otros países. Ya en 2021 los grupos estadounidenses de derecha exacerbaron las protestas antivacunas en Australia. Y los políticos estadounidenses —incluidos el expresidente Donald Trump, el senador de Texas Ted Cruz, y la miembro de la Cámara de representantes de EE. UU. por Georgia, Marjorie Taylor Greene— no se contuvieron a la hora de espolear a los manifestantes en otros lugares.
El financiamiento de las protestas también es mundial: la plataforma de microfinanciación colectiva GoFundMe hizo una transferencia inicial de CAD 1 millón ($787.000) a los manifestantes canadienses antes de detener los pagos y devolver las donaciones cuando la policía informó actos de violencia. GiveSendGo, un sitio cristiano estadounidense de microfinanciación colectiva, supuestamente recaudó más de $8 millones para los manifestantes e insiste en que distribuirá el dinero a pesar de que una orden judicial canadiense lo prohíbe.
Trudeau manifestó su preocupación debido a que hubo llamados desde EE. UU. que saturaron las líneas telefónicas de emergencia en Ottawa y por la presencia de ciudadanos estadounidenses en los bloqueos. En nueva Zelanda, donde los manifestantes exhiben banderas canadienses y de Trump frente al parlamento, la primera ministra Jacinda Ardern se refirió a las manifestaciones contra la vacunación obligatoria como un fenómeno «importado» y sin precedentes.
Sin negociador
Finalmente, un factor adicional que complica aún más las cosas es que, como los manifestantes carecen de un liderazgo claro o una organización, los gobiernos y la policía no tienen con quien negociar. El sindicato de camioneros (La Hermandad o The Teamsters, en inglés), que representa a 15.000 conductores de camiones de larga distancia en Canadá, denunció los bloqueos en Ottawa. Y en medio de escenas caóticas en Wellington, la coalición de Tamaki supuestamente abandonó a los manifestantes cuando vieron que se les unían defensores de la supremacía de la raza blanca, aunque luego regresaron.
A pesar de estos obstáculos, vale la pena aplicar algunas lecciones para la resolución de conflictos. En primer lugar, los funcionarios no debieran exagerar las cuestiones en juego. Podría decirse que Mark Carney, exgobernador del Banco de Canadá y del Banco de Inglaterra, hizo eso cuando escribió en un reciente y sentido comentario que «los objetivos del liderazgo del Convoy de la Libertad fueron claros desde un primer momento: derrocar al gobierno que los canadienses eligieron hace menos de seis meses».
Las autoridades debieran, en lugar de eso, centrarse en las metas comunes más limitadas de los manifestantes, como las relacionadas con aspectos específicos de los mandatos por la covid-19. Con eso en mente, debieran buscar a los manifestantes que lideran esas cuestiones y dialogar con ellos.
Finalmente, ante los llamados a recurrir a los militares, los gobiernos deben considerar táctica y estratégicamente la manera de mantener el imperio de la ley. No debieran recurrir a las tropas. En lugar de ello, los funcionarios debieran consultar el manual utilizado por el Reino Unido para responder a las manifestaciones violentas de 2011. Allí mantuvieron los tribunales abiertos 24 horas al día para que la policía pudiera hacer cumplir todas las infracciones en tiempo real. Tácticamente, disuadieron a los manifestantes oportunistas. Estratégicamente, se fortaleció el apoyo del público al imperio de la ley.
Ngaire Woods: decana de la Escuela de Gobierno Blavatnik en la Universidad de Oxford.
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