El panorama para el sistema educativo, en todos los niveles, es oscuro, debido tanto a causas exógenas al sistema como a endógenas.
Entre las exógenas, figuran las huelgas de los educadores, la llegada de una inesperada pandemia, una dura situación económica que magulla cada día más a las clases de menos ingresos y los recortes al presupuesto para la educación que asfixian la red educativa.
Ni estudiantes, ni docentes, ni padres tienen el poder para sortear la mayoría de estas condiciones de origen externo, las cuales crean desigualdad y crispación social.
De este modo, la brecha educativa entre las distintas generaciones jóvenes se ensancha.
Como docente con casi 30 años de experiencia, la situación no me es indiferente, y la sufro tanto en mi puesto como en mi condición de ciudadano que anhela soluciones concretas.
Soy testigo de causas endógenas al sistema educativo que contribuyen también al empobrecimiento y deterioro de la calidad del quehacer en el trabajo en el aula.
En las dos administraciones del ministro Leonardo Garnier, él y sus asesores académicos ejecutaron un nuevo enfoque sobre la enseñanza de las matemáticas, que hizo tabula rasa de una serie de contenidos vitales, considerados fundamentales para el desarrollo de habilidades cognitivas superiores (la trigonometría analítica, por ejemplo).
Estos contenidos no solo tienen que ver con la formación de futuros profesionales liberales para el mercado, sino que constituyen temáticas medulares para que un ciudadano democrático y moderno adquiera cierto grado de saber ilustrado en general.
Específicamente, todo el andamiaje didáctico de la propuesta del exministro Garnier y su equipo está basado en la noción de que el aprendizaje significativo se da en concordancia con una suerte de epifanía controlada, la cual, desde la postura teórica de la psicogenética de Piaget, supone que el educando está “cognitiva y parcialmente vacío”, pero, en su afán de interiorizar lo aprendido, y, a partir de su contacto con el “objeto” (la realidad mediada por la sociedad circundante), este alcanzará a dar “el salto hacia adelante” para rellenar sus lagunas cognitivas, pues intentará, en todo momento, sopesar el principio de no contradicción.
Así, el educando (sujeto), en esta pugna dialéctica (abstracción reflexiva), desarrollará a través de un papel activo las competencias necesarias para resolver, primero, problemas y situaciones planteadas por la cotidianidad, para luego trasladar esta experiencia a un nivel de abstracción que las actividades superiores de aprendizaje demandan.
Eso sí, en toda esta obra, el docente queda relegado a la parte secundaria de la orquestación como ¡un facilitador de aprendizajes!
Todo esto suena muy bien en el papel. Pareciera que, con algunos tintes empiristas, partieron de que todos los estudiantes son como “pequeños Parménides”, un supuesto muy arriesgado, por cierto.
Para el filósofo griego, el conocer consistía al mismo tiempo en el desvelamiento y el redescubrimiento de las cosas en sí; idea que fue desarrollada siglos después en la teoría arquetípica de Platón (vea, por ejemplo, el diálogo Menón).
Aclaro que, en lo anterior, no pretendo enunciar una crítica destructiva a la reforma, pero sí intento dejar en claro que todo plan de estudios (¡en realidad todo plan!) no es más que una forma de teleología: se fijan unas finalidades y luego, ¡cual lecho de Procusto!, todas las narraciones y experiencias se encauzan y encuadran dentro de cierta lógica para comprobar, como dicen los matemáticos, lo que precisamente se quería demostrar.
No está de más señalar que desde este enfoque no hay una claridad convincente sobre el papel que desempeña la incertidumbre en la vida y aventura del aprendizaje, pues ni este ni ningún proceso didáctico de enseñanza es lineal, es decir, todos sabemos que una inversión cuantitativa, por más intensiva que sea, no está en proporción directa con un salto de calidad.
Los académicos, por su experiencia, saben muy bien de lo que estoy hablando. En la mayoría de los casos, para que haya un salto de calidad en los estudios, tienen claro que se necesitan muchas —¡a veces muchísimas!— horas de dedicación, reflexión y experimentación, sobre todo, para quien se esfuerza por aprender.
Ortega y Gasset decía que “realidad es todo aquello que nos ofrece resistencia”. Por tanto, la única pedagogía formativa sólida será aquella que invite a los jóvenes a salir al mundo y tropiecen con cualquier otra cosa que les ofrezca esa resistencia.
Si son tan amables, no los privemos de este encuentro.
barrientos_francisco@hotmail.com
El autor es profesor de Matemáticas.