El gobierno de las manos limpias —de abnegación, integridad, capacidad y persistencia—, es decir, con vocación de servir a la ciudadanía, sin utilizar el Estado como trampolín o para negocios personales, sin ocurrencias que deterioren la economía, con claridad y tenacidad en los objetivos y un sano manejo de las finanzas públicas, es una sentida necesidad hoy.
Quienes éramos jóvenes en esa época (1966–1970), adquirimos conciencia de la responsabilidad ciudadana durante el ejemplar mandato del profesor José Joaquín Trejos Fernández, último gobernante y digno exponente de estos valores imprescindibles en la Administración Pública.
Nuestros políticos, desde hace un poco más de tres décadas, establecieron la curriculocracia —supuestamente los más preparados y mejor pagados—, una forma de gobernar y hacer publicidad inútil, con títulos innecesarios para las funciones que desempeña la mayoría de los trabajadores, haciendo a un lado a las personas con suficiente capacidad, pero también con valores como la rectitud, la persistencia y la vocación de servicio, los cuales sí deben ser requisitos indispensables en un Estado como el nuestro, incapaz de despedir o sancionar al delincuente de cuello blanco, debido a la maraña de leyes concebidas para su beneficio e impunidad, y con un Poder Judicial atiborrado de procesos, que no reacciona ante la pérdida de confianza y respeto que otrora sentía la ciudadanía por la institución.
Un poder que parece interesarse más en la defensa de privilegios y en mantener el statu quo.
Responsabilidad. La corrección de fallas en los requisitos y procedimientos es responsabilidad de quienes diseñan, aprueban, dirigen, controlan y pagan las obras públicas.
Los responsables de estas fundamentales labores —incluidos los máximos jerarcas, desde luego— por más títulos que tengan, si no son personas de reconocida integridad, al administrar los recursos públicos exponen al Estado a una situación de alto riesgo.
Es como poner perros finos y entrenados, quizás con hambre, a cuidar unos grandes y suculentos trozos de carne. Como parecen confirmar los vergonzosos hechos de corrupción que se investigan en el Conavi y las empresas H. Solís y Meco.
Sin ánimo de echar para mi saco de vanidades y solo con el deseo de predicar con el ejemplo, aunque de manera a posteriori, en varias ocasiones, durante mi trabajo al contratar obras externas, recibí ofrecimientos del 5 % del costo de la licitación, mi respuesta ante este intento de soborno siempre fue tajante: «Mejor descuente ese cinco por ciento del monto de su licitación para que pueda competir». Yo no creo haber actuado como un salvador de galletas, un santo, y menos un santurrón o hipócrita, solo cumplí como empleado leal e hice bien mi trabajo en la empresa para la cual laboraba.
Mi único propósito con este testimonio es dar apoyo y reconocer la valentía de muchas personas que actúan con rectitud y tienen la decencia de rechazar o denunciar los actos de corrupción.
La decisión política de subestimar —con ingenuidad, ignorancia o tal vez perversidad— estos valores, y que por desdicha no todos los seres humanos poseen, debe ser revertida para retomar el concepto de la ética y la rectitud, indispensables en las personas que asumen puestos de poder y tienen personal a su cargo.
Pagar altos salarios no asegura más productividad ni mejor eficiencia, y tampoco frena la corrupción, solo crea desigualdad e incremento en los gastos sin beneficio alguno para el país.
Los valores no son solo una cuestión moral, de sentirse bien y cumplir lo establecido; sirven para progresar, hacer más con lo mismo o con menos. Igual que los catalizadores en los procesos químicos, los líderes promueven, impulsan y mejoran los procesos de desarrollo; simplifican los trámites y requisitos y generan más productividad y reducción de costos, es decir, incrementan la eficiencia del sistema para que el país avance.
El caso Cochinilla, además del costo para las finanzas públicas y del desagradable tufo de corrupción en las instituciones del Estado, nos obliga a observar con seriedad la trayectoria de integridad del candidato que debemos escoger en las próximas elecciones.
Ojalá los electores tengamos la opción de votar por un candidato con los valores citados al principio del artículo y romper, así, con medio siglo de ayuno de virtudes en nuestros líderes políticos.
El autor es ingeniero.