A muchos los seduce la velocidad. ¿Fuga o sentido? Pero la velocidad es algo más que rapidez. Tiene otro vector: también es dirección. Sin ella no hay meta. La existencia no es una carrera de velocidad, sino de resistencia. Resistir rápidos y profundos cambios en la vida requiere hacer ajustes y pausas en el camino. Rectificar ritmo y rumbo muchas veces. Afinar expectativas. Calibrar propósito. Cuando se tiene clara la meta, las distancias no importan. Se superan.
F1: The Movie, filme dirigido por Joseph Kosinski y protagonizado por Brad Pitt (quien es también productor), nos ha seducido a muchos. Ha sido un tema de conversación familiar, un escenario para profundizar en valores universales. Me recordó aquellas frases del psiquiatra Enrique Rojas Montes: “Educar es seducir con valores que no pasan de moda”. Hacen falta modelos de identidad. Personas sólidas con vidas coherentes y atractivas. “Son como un imán que tira de nosotros en esa dirección”, “personas que tienen una visión larga de la jugada”, dice.
Estas personas se curten con el tiempo. No vienen hechas. Han experimentado el fracaso, el miedo y el error. Antesalas de la claridad, la determinación y el acierto. ¿Velocidad o precisión? Un segundo puede cambiar la vida de una persona. Puede destruirla. La estatura humana no viene dada por los medios, sino por los fines. Es frecuente confundirlos. Las apariencias y excesos engañan. Ambos estropean la carrera. No en vano los antiguos atletas griegos competían desnudos, ligeros de equipaje, sin pesos muertos.
Una carrera no está exenta de caídas. Que lo diga el personaje de Sonny Hayes. Cuando sobreviene una crisis, en ella se manifiesta el liderazgo de los más fuertes: los que se levantan, aceptan sus límites, se adaptan a ellos para continuar, y no claudican en el esfuerzo. No temen la exigencia de la excelencia. Esa es su verdadera “marca”. La vida tiene puntos de partida, tiene búsquedas. También tiene reencuentros. Partir y regresar son dos grandes decisiones. A Hayes le tomó 30 años. Una vida lograda no es una vida perfecta, pero sí una vida que ha sido amada, trabajada hasta el final. Una vida agradecida y compartida. Este es el nervio que transforma al coprotagonista, Joshua Pearce, y lo recupera de ese mal de altura que es el narcisismo, la vanidad. Detrás del éxito siempre hay un equipo.
Ya decía Shakespeare: “Estamos hechos de la misma materia de los sueños”. Soñar tiene un precio: el sacrificio. Un sacrificio que puede transformarnos y transformar nuestro entorno. ¿Tendremos que despertarnos para realmente soñar? Esta película nos ha despertado. Hay segundas oportunidades. Reemprender supone esfuerzo. Mirar el lado bueno de la vida. Dotar de sentido la realidad. Siempre encontraremos razones para ser fuertes porque la vida nos entrega una misión. Cada uno tiene la suya y cada uno libra sus propias batallas.
A pesar de las dificultades, la vida es ilusión. Nos sigue entregando la capacidad de soñar y de asombrarnos. El dolor y el temor tocan la misma puerta: la esperanza. Ella nos pone en camino. La vida no deja de sorprendernos: cuando creemos que termina, nos damos cuenta de que apenas está empezando. La carrera continúa…
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Helena María Fonseca Ospina es administradora de negocios.
