
En mi casa, soy el encargado de lavar los platos. Una mañana, al secar un rallador de queso, caí en cuenta de que, con su mango alargado y los huequitos en la lámina de metal, el utensilio parece un micrófono. Instintivamente, tomé el rallador/micrófono y empecé a cantar: Yo no sé por qué esta melodía, hace que yo siempre piense en ti, fuiste para mí la primavera que soñé contigo compartir…
De inmediato acudió a mi mente el recuerdo de la tarde veraniega del martes 22 de enero de 1974, cuando visité a doña Flory Navarrete en su casa, en barrio Pilar de Guadalupe, y le pedí que me diera clases de guitarra. Dio la casualidad de que estaba a punto de iniciar uno de los ensayos semanales con El Clan de Mamá, el grupo musical que la maestra Navarrete fundó en 1971 con sus cuatro hijos: Manuel Francisco, Marianella, Jorge Arturo y Alfonso Jiménez Navarrete, y sus sobrinos Alicia Quirós y Alfredo Campos.
Esa tarde, doña Flory y sus hijos adolescentes me invitaron a cantar e interpreté, precisamente, Yo no sé por qué esta melodía, de Nino Bravo. Les agradó mi voz y me quedé un año como baladista del conjunto, vivencia inolvidable que he narrado en otras ocasiones y no voy a repetir, salvo reiterar la amistad entrañable que forjé con los Jiménez Navarrete, con doña Sara, la madre de Flory y de Paco Navarrete, un ángel del teclado con quien planeaba escribir su biografía, propósito que truncó la muerte de Paquito (25-7-2006), el personaje más importante de la música popular costarricense en las décadas de los sesentas y setentas.
Una de mis mayores ilusiones desde la infancia era ser cantante en un grupo musical. Sin embargo, a pesar de que tenía buena voz y melodías de mi inspiración entreveradas en las cuerdas de la guitarra, mi proverbial timidez me impidió perseguir el sueño contra viento y marea, como debí hacerlo. Al contrario, cedí ante la inseguridad y el miedo de quedar mal. En aquella edad no fui capaz de comprender que cumplir un anhelo implica atreverse a transitar por laberintos de soledad, tropezar y levantarse cada vez, superar los temores y, sobre todo, saber cómo encarar y vencer a los fantasmas inventados.
Esta experiencia particular me motiva a compartir con ustedes que, unos más, otros menos y casi todos por igual, registramos en la piel y en el alma las cicatrices de nuestras pérdidas, sobre todo si peinamos canas y superamos las siete décadas. El quid del asunto es, quizás tomar un respiro, una pausa, si es preciso, y resistir sin dejar de intentar lo que anhelamos, quimeras o realidades.
Ha transcurrido medio siglo desde aquel martes vespertino del 74. La señora Navarrete asiste al umbral de sus 90 años con la música en las venas y su vocación de maestra de generaciones. Continúa siendo la bella dama que inspiró a grandes compositores, como el recordado Jesús Bonilla, quien compuso en su honor el vals Flory, y el legendario cantautor Ray Tico, quien plasmó en el pentagrama Eso es imposible, célebre canción inspirada en ella, para Ray, un amor no correspondido.
Yo no sé por qué esta melodía, hace que yo siempre piense en ti... Vivimos de ilusiones y realidades, pequeñas victorias, sueños palpitantes y otros postergados; también de fracasos y carencias. Ahora mi guitarra reposa en un desván, cuerdas dormidas de un inventario en números rojos. Es la vida que fluye, el tiempo que nos marca un derrotero en función del destino. Dejémonos de vainas, la pura y santa verdad es que vale más arriesgar y renovar utopías que abandonarlas, lamentarnos y llorar sobre leche derramada. Por el contrario, hay que agregar esa leche al café, quienes lo beben espumoso y claro. O hacer como yo, cafecito negro recién chorreado, sin azúcar y, sobre todo, bien caliente, como estas ganas de seguir viviendo.
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Roberto García H. es periodista.
