Seis meses después de la tercera derrota electoral consecutiva del Partido Liberación Nacional (PLN), parece que la dirigencia se encuentra despistada, sin saber qué hacer para superar la crisis y evitar su ruina.
Desde la derrota del 2014, la cúpula liberacionista hace caso omiso del mensaje claro del electorado, no reflexiona ni es autocrítica, dos acciones necesarias para definir y ejecutar los correctivos pertinentes. En lugar de orientarse, sigue apostando su futuro por las glorias pasadas.
El despiste y la desconexión de la realidad es tan grande que algunos de sus máximos dirigentes consideran que el resultado del proceso electoral de este 2022 no fue un fracaso sino un éxito, porque el partido pasó a la segunda ronda y la cantidad de diputados elegidos sitúa a la fracción como la minoría más grande en la Asamblea Legislativa. ¡Increíble!
Por esa errónea lectura de la realidad política, los miembros de los órganos partidarios superiores no toman acciones concretas y certeras para poner fin a la agonía en que se encuentra desde hace casi una década y darle un nuevo impulso a la agrupación.
Es lamentable que la dirigencia no comprenda cuáles son las verdaderas causas de la crisis que atraviesa el partido político y no sepa tampoco interpretar adecuadamente el reclamo que el electorado expresa una y otra vez en las urnas.
Por otra parte, tímidas acciones de la militancia o dirigencia de base procuran el “rescate” del partido y piden la renovación de los liderazgos, pero, paradójicamente, la mayoría de los voceros son rostros tradicionales, lo que contradice la reforma que exigen. Probablemente, para algunos miembros de ese movimiento, el rescate consista en reemplazar ellos a los actuales jerarcas.
La elección de los integrantes del Comité Ejecutivo Superior Nacional, que se llevará a cabo en la Asamblea Nacional verdiblanca el 22 de octubre, es una excelente oportunidad de los dirigentes para mostrar su verdadera voluntad de cambio.
Pero lo cierto es que la urgente y necesaria renovación difícilmente surgirá en esa reunión, porque el amiguismo, la cerrazón y la ceguera imperantes en ella son parte del problema.
Además, tampoco habrá renovación si quienes disputan los cargos son dirigentes de larga data, políticos viejos, caras conocidas que desde siempre ocupan posiciones en las estructuras partidarias y ejercen diversos cargos públicos.
Todos ellos, convertidos hoy en abanderados de la renovación, fueron en el pasado reciente entusiastas colaboradores del precandidato a la presidencia que menos reunía la condición de “novedad”, lo que cuestiona la sinceridad de sus planteamientos y promesas de transformación.
¿Es tan difícil que la alta dirigencia de Liberación Nacional entienda que lo que el partido necesita es “resetearse” y el trabajo de remozamiento debe estar en manos de jóvenes actores y líderes que infundan nuevos bríos a la agrupación, aires frescos al más longevo de los partidos políticos nacionales?
También deberían considerar que la apertura a liderazgos distintos de los habituales constituye un incentivo para que la juventud participe más activamente en la política y aporte sus conocimientos y esfuerzos a la construcción de la Costa Rica de lo queda del siglo XXI.
Si la dirigencia no se da cuenta de lo que ocurre a su alrededor e ignora las demandas de renovación del electorado, a Liberación Nacional le será imposible superar la profunda crisis que atraviesa y evitar su desaparición.
El autor es exembajador.