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“Los cuentos de mi tía Panchita”, de Carmen Lyra, es un libro reeditado y leído continuamente durante más de un siglo, y podría afirmarse que es una de las obras más queridas y recordadas de la literatura costarricense; sin embargo, no ha sido posible encontrar algún ejemplar de su primera edición, impresa en 1920 en las bibliotecas públicas y privadas de nuestro país. Curiosamente, uno de esos tomos se halla en la Biblioteca Nacional de Maestras y Maestros del Ministerio de Educación de Argentina, ubicada en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Visité la institución porteña con el propósito de estudiar el libro, considerado fundador y pionero de nuestra literatura infantil. Y escribiré este artículo desde el territorio de las emociones y guardaré la objetividad, que debe prevalecer en los investigadores académicos, para otra ocasión.
Es imposible negarlo, el corazón se me aceleró cuando ingresé al Palacio Sarmiento, inmueble cuya arquitectura evoca el culto que en un pasado se rindió a Francia, gracias a su reminiscencia versallesca y las esculturas alegóricas que sostienen el balcón y ornamentan el frontispicio.
Antes de mostrarme el libro, que tanto ansiaba tener entre mis manos, me invitaron a recorrer la exposición “Los jardines de Pizarnik”, en la que muestran obras que pertenecieron y fueron intervenidas, de puño y letra, por la reconocida poeta Alejandra Pizarnik. Me explicaron que ella frecuentaba la biblioteca y miré su caligrafía, subrayados, dibujos y reflexioné sobre la gravedad de un manuscrito, que también me hizo evocar en el ideario de Carmen Lyra: “Y si algún día pienso en el mañana recortada y confeccionada en la misma tela de hoy… Y si alguna vez viviré de sonrisas estereotipadas y poses… destruidme, destruidme todos”.
En esta biblioteca, guardan un respeto ceremonioso por el pasado, y con orgullo me hicieron ingresar a la oficina que perteneció al escritor Leopoldo Lugones, quien fue su director entre 1915 y 1938, año de su abrupta muerte. Allí se resguarda su escritorio, teléfono, máquina de escribir, sillón de lectura y algunos de sus libros personales. Presiento que en ese despacho se recibió y escribió correspondencia dirigida a nuestro Joaquín García Monge.
Me hicieron subir por una estrecha escalera interna que conducía al entresuelo destinado a investigadores universitarios. Sobre una mesa estaba la primera edición de Los cuentos de mi tía Panchita. Probablemente mi emoción fue mucha, y el funcionario, a manera de broma, me indicó: “Si llora no se lo presto, los libros antiguos no soportan las lágrimas”.
Es una obra de pequeño formato, apenas cabe entre mis manos extendidas. Carece de ilustraciones y se lee, en la falsa portada, “Ediciones de autores costarricenses”. Paso la página y me encuentro con la portadilla: “Carmen Lira, Los cuentos de mi tía Panchita, (Cuentos populares recogidos en Costa Rica), García Monge y Cía., Editores, San José, Costa Rica, 1920″, y en el centro de la hoja está el grabado de una esfinge.
En el índice se registran 15 cuentos, organizados de manera muy distinta a la que tiene la obra en la actualidad. Se inicia con la introducción llamada “Los cuentos de mi tía Panchita”, continúa con “Tío Conejo comerciante” y concluye con “Tío Conejo y tío Coyote”. Se entremezclan así otros títulos como “La Cucarachita Mandinga”, “Salir con un domingo siete” o “La flor del olivar”.
El taimado conejo es el protagonista de solo tres cuentos, y así surge una primera hipótesis de investigación, que los ocho cuentos que aparecieron en ediciones posteriores se elaboraron debido a la popularidad que alcanzó este personaje.
Tal como anunció el Repertorio Americano del 1.° de abril de 1920, era un librito que salía de la Imprenta Alsina (la cual estuvo ubicada en la avenida central) y se vendía por ¢1 en la administración del Repertorio y la Librería Tormo. Si usted compraba una docena, le hacían un descuento del 20%.
Este hallazgo no hubiera sido posible sin la intervención del Prof. Daniel Bojorge, quien siguió, en internet, la pista de algún ejemplar de esa primera edición hasta que lo descubrió en esa biblioteca argentina. Fue el colega e investigador literario Dr. Marcelo Bianchi Bustos quien gestionó la visita a la institución y Alejandro Óscar Micalucci, el bibliotecólogo, amablemente nos recibió.
Es cierto, un libro antiguo como la primera edición de “la tía Panchita”, no tolera el llanto, pero merece atención, estudio y, aunque se encuentre tan lejos, es un referente de la cultura patria.
El autor es profesor en la UCR.
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