El actual gobierno y algunos sectores todavía divagan temerosamente sobre la conveniencia de formar parte de la Alianza del Pacífico –acuerdo comercial entre México, Colombia, Perú y Chile–, cuyas puertas se nos abrieron luego de un intenso y complejo trabajo de carácter político al más alto nivel.
Mientras tanto, el pasado 5 de octubre, se anunció la conclusión exitosa de las negociaciones del Acuerdo Transpacífico (TPP por su sigla en inglés), megaalianza que abarcaría el 40% del PIB mundial y que estaría conformada por 12 países de la Cuenca del Pacífico: Estados Unidos, Japón, Australia, Canadá, México, Singapur, Vietnam, Perú, Chile, Nueva Zelanda, Malasia y Brunéi.
El TPP es el acuerdo comercial más trascendente de los últimos 20 años y se constituiría en uno de los más importantes legados de la segunda administración del presidente Barack Obama, quien, paradójicamente, en su momento se opuso al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta por su sigla en inglés) y al TLC con República Dominicana y Centroamérica, aunque hace unos meses tuvo que invertir gran parte de su capital político en obtener apoyo bipartidista para la autorización de la vía rápida por parte del Congreso.
El objetivo principal del TPP, como todo acuerdo de este tipo, es eliminar las barreras arancelarias y no arancelarias, regular mejor y facilitar el comercio entre sus miembros, promover la inversión y establecer los mecanismos para solventar las eventuales diferencias que surjan entre ellos.
En este caso, el acuerdo construye sobre la base de los instrumentos pasados e innova en materia laboral, ambiental, comercio digital, transferencia de datos y transparencia. Sin duda, será también un factor determinante para promover reformas en el interior de algunos de los países promercados.
Un segundo propósito menos explícito es contener la influencia de China en la región, al quedar excluida como firmante original del acuerdo y eventualmente tener que aceptar términos preestablecidos, sobre todo por EE. UU. y Japón, si decide formar parte de él en un futuro, algo que no se espera que suceda a corto plazo.
Suscripción. Las negociaciones no fueron fáciles, particularmente en asuntos como autos y sus partes, productos lácteos y biofarmacéuticos, arroz, azúcar y derechos de Internet, entre otros igualmente críticos. Tampoco lo será la aprobación legislativa por parte de los países suscriptores.
En Japón, el primer ministro Abe deberá enfrentarse con una parte importante de su propio partido, y en EE. UU. ya la izquierda demócrata (Sanders) y la derecha republicana (Trump) se han manifestado en contra de este acuerdo.
Pero en medio de la precampaña también lo hizo “por ahora” Hillary Clinton, una de sus entusiastas promotoras cuando ocupaba el puesto de secretaria de Estado, quien ahora teme, sin embargo, ver erosionado el apoyo de los sindicatos y algunos grupos ambientalistas ante la retórica populista de su principal contrincante dentro de su partido, al punto que en Washington se especula que la suscripción formal del acuerdo podría retrasarse incluso hasta después de las elecciones de noviembre del 2016.
El mundo mira expectante estos movimientos y entiende las consecuencias de quedarse fuera, en una época en que se afirma que el “siglo XXI pertenece a Asia”.
Corea del Sur, sin demora, declaró ya ser un socio natural para este acuerdo, y se fijaron las primeras consultas con las autoridades estadounidenses para avanzar hacia ese cometido. De igual manera, reaccionaron Filipinas e Indonesia, aprovechando que el acuerdo dejó abierta la posibilidad de aceptar a más miembros en el futuro.
De nuestro lado, el acercamiento de Costa Rica a la Alianza del Pacífico y la decisión de incorporarse buscaba, precisamente, tender un puente hacia el TPP, considerando que México, Chile y Perú ya estarían allí, y que con todos ellos tenemos acuerdos comerciales vigentes así como con EE. UU, Canadá y Singapur.
Desafortunadamente, el temor o el dogma nos han paralizado y no nos hemos atrevido a avanzar con la celeridad que se requiere.
A duras penas, la Asamblea acaso dará inició al trámite de aprobación del Acuerdo sobre Facilitación del Comercio de la OMC, suscrito hace muchos meses, cuya ratificación, sin costo político alguno para el Gobierno, mandaría al menos una señal positiva de que todavía queremos seguir jugando en esas ligas.
El autor es abogado y fue ministro de Comunicación.