En tiempos en que la ansiedad ecológica se entrelaza con la incertidumbre económica y la tensión geopolítica, urge comprender que no estamos separados de la realidad que observamos: la estamos cocreando
Frente a la magnitud de la crisis ambiental actual –el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la contaminación creciente–, es comprensible que muchas personas se sientan abrumadas o incluso impotentes. Si bien los esfuerzos globales, las políticas públicas y las soluciones tecnológicas son fundamentales, también es crucial reconocer que el trabajo individual, emocional y consciente no es menor ni irrelevante. Por el contrario, cultivar una relación más saludable con uno mismo, con los demás y con la naturaleza puede ser uno de los actos más transformadores que podemos emprender. La regeneración del planeta comienza también en el espacio íntimo de cada persona, allí donde se gestan nuestras decisiones, nuestros hábitos y nuestra forma de estar en el mundo.
La desconexión que vivimos no es solo con los ecosistemas, sino con nosotros mismos. Vivimos a un ritmo que promueve la separación: del cuerpo, de las emociones, de la comunidad y del entorno natural. Esa separación se refleja en nuestros hábitos de consumo, en la manera en que nos relacionamos con la tierra y en cómo normalizamos la destrucción como costo del desarrollo.
Estudios recientes del Yale Program on Climate Change Communication han demostrado que las personas con un sentido de conexión emocional con la naturaleza no solo son más propensas a adoptar comportamientos sostenibles, sino que también experimentan mayores niveles de bienestar. Esta conexión, más allá de lo simbólico, tiene un efecto medible en nuestras decisiones y en nuestra salud mental.
Muchas tradiciones espirituales –desde el budismo hasta los pueblos originarios– han sostenido por siglos que lo que nos pasa adentro tiene efecto afuera. Hoy, la neurociencia y la física cuántica sugieren que nuestra percepción influye más en la realidad de lo que creíamos. Cada acto de conciencia —una pausa, una decisión más compasiva, una elección de consumo más coherente— contribuye a nuestro estado emocional y al estado ambiental del mundo.
Impacto político
Esa dimensión interna también se refleja en la política. En un momento en que el escenario internacional está marcado por el ascenso de liderazgos confrontativos, la militarización del lenguaje diplomático y la reactivación de conflictos entre naciones, vemos cómo los egos individuales se proyectan a escala nacional y global. Guerras, retrocesos ambientales y sociales, así como la polarización ideológica, no son solo el resultado de intereses geopolíticos, sino de estructuras psicológicas no resueltas que privilegian el poder sobre el diálogo, el orgullo sobre la empatía.
Pero ¿qué podemos hacer desde lo individual? Lo que cultivamos por dentro —presencia, empatía, corresponsabilidad— se convierte en la forma en que respondemos a los retos colectivos. Y lo que sembramos como individuos, inevitablemente, afecta el campo compartido.
En tiempos en que la ansiedad ecológica se entrelaza con la incertidumbre económica y la tensión geopolítica, urge comprender que no estamos separados de la realidad que observamos: la estamos cocreando. Por eso se dice que tenemos los representantes que nos merecemos. Esto no significa negar las estructuras de poder ni la necesidad de políticas públicas. Significa recordar que el clima externo no cambiará si no transformamos primero el clima interno desde el que actuamos.
No hay transformación ecológica sin transformación humana. El cambio comienza cuando dejamos de vernos como espectadores del mundo, y empezamos a comportarnos como parte viva de él.
aimee_lb@yahoo.com
Aimée Leslie es gestora ambiental y doctora en transiciones hacia la sostenibilidad.
Lo que sembramos como individuos, inevitablemente, afecta la acción colectiva. (Shutterstock/Shutterstock)
Tiene un doctorado en Transiciones hacia la Sostenibilidad de la Universidad de Lancaster y cuenta con 20 años de experiencia en varias ONG ambientales en países como Argentina, México y Suiza. Actualmente, se desempeña como directora de Conservación de WWF-Perú.
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