
Así como le enseñamos a un hijo cuál llave abre la puerta de la casa y cuál, la ventana, también debemos enseñarles qué nombre tiene cada parte del cuerpo.
Distintos estudios, así como la Academia Americana de Pediatría (AAP), promueven el uso de los términos correctos para enseñar autonomía corporal y prevenir el abuso sexual infantil. Hago esta referencia introductoria porque llamar las cosas por su nombre es entregarles a los niños y las niñas las llaves correctas para abrir la puerta de la confianza y cerrar la del silencio, frente a un abuso o acción indebida.
Como sociedad, debemos tomar conciencia de que lo mismo ocurre con las relaciones impropias. Es urgente que nuestros niños, niñas y jóvenes aprendan a llamarlas por su nombre: una relación impropia es un delito.
Iniciamos el mes de setiembre con la noticia de que la Fiscalía abrió una causa penal contra un profesor que fue detenido en un motel con una alumna de 16 años; el hombre aprehendido tiene 42 años.
En Costa Rica, las relaciones impropias están penadas desde el año 2017 por la Ley 9406, con la cual se castigan especialmente las relaciones sexuales o el matrimonio de personas menores de edad con otras mayores.
Pero, pese a ello, en las publicaciones donde aparecen menores desaparecidas, aún leemos comentarios como “las de 14 ya están grandecitas” y otros que, por dignidad, me permito no reproducir. Entonces, la tarea no es solo para nuestros niños, niñas y jóvenes, sino también para usted que lee este artículo y reproduce esos comentarios. Repita conmigo: las relaciones impropias son delitos.
Normalizar estas acciones de violencia con comentarios que le achacan responsabilidad a la víctima es un peligroso mecanismo de justificación social que desencadena patrones de dependencia hacia relaciones dañinas, de las cuales muchas no logran salir vivas.
En el país, en lo que va de este 2025, ya se alcanzó la cifra total de femicidios de 2022. Al 21 de agosto, 26 mujeres habían perdido la vida a manos de agresores, según la Fiscalía Adjunta de Género y la subcomisión interinstitucional del femicidio.
No hablamos de romances prohibidos, sino de delitos contra la niñez que disfrazan falsas ideas de romance, atracción o amor, a través de cuotas de poder o abuso. Los menores involucrados en ellas limitan o frenan por completo sus estudios, experimentan manipulación económica y emocional a través de altos y bajos en su autoestima, lo cual les produce incertidumbre e inseguridades. También se ven expuestos a esquemas sexuales prematuros y a daño físico, entre otras circunstancias que los ponen en desventaja social frente a otros de su misma edad.
La Unicef señala que el embarazo adolescente compromete el derecho a la salud y la educación de las jóvenes madres. Hay más probabilidad de pobreza y vulnerabilidad, estigmatización y discriminación social. Además, los hijos de madres adolescentes tienen más probabilidades de enfrentar desnutrición y rezago escolar.
Nuestra tarea como sociedad es enorme. La educación sexual desde el hogar y las aulas es el primer paso; terminar con roles nocivos de género, así como garantizarles a las víctimas mecanismos efectivos de denuncia y protección, son acciones vitales. Como adultos responsables, los invito a nunca disfrazar un acto de violencia; no es romance, es un delito.
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Angie López Briceño es periodista, licenciada en Comunicación Social y máster en Marketing Digital