Una vez un amigo me preguntó: ¿qué se siente ser mujer y salir a la calle? Por fuera, le dije: “Supongo que normal, solo salgo y ya, así como vos”. Pero en mi interior, una voz me decía: “Es un miedo constante; debo estar viendo para todos lados para asegurarme de que nadie me está siguiendo”.
La voz continuaba: “Es estar atenta a cruzar de acera si veo a alguien sospechoso venir hacia mí, es agachar la cabeza si escucho el típico ‘adiós, preciosa’, es no detenerme ni responder si un carro se detiene para preguntarme algo, es procurar nunca pasar por calles solas, menos si es después de las 4:00 p. m., aunque todavía haya luz; es mantener el localizador de mi teléfono activado por si me lo llegaran a quitar y apagar, es no aceptarle nada a nadie si salgo con mis amigos”.
El país está en crisis y eso no es un secreto. La cifra de femicidios en lo que va del año debe hacernos prender todas las alarmas.
Y nosotras, como mujeres costarricenses, seguimos entretanto con este miedo, el miedo de vivir en una sociedad machista.
Los ticos hemos normalizado la violencia contra la mujer. El acoso callejero comienza por la educación sexista que se da en los hogares y centros educativos, donde nos “enseñan” que debemos ser recatadas y no podemos alzar la voz, mientras que los hombres no tienen por qué mostrarse débiles.
Así lo dictan los roles tradicionales de género: el hombre es dominante y la mujer, sumisa, lo cual explica muchos de los lamentables casos de violencia contra la mujer, sea esta sexual, psicológica, física o emocional. Primero, se les minimiza y luego, afrontan el miedo de denunciar.
Como mujer joven, anhelo un cambio cultural. Que se empiece a cuestionar el machismo, así como los estereotipos de género. Que se deje de normalizar el acoso y que se entienda la importancia de la educación que, desde el hogar y la escuela, reciben los niños.
También esperamos mayor apoyo por parte de la Policía y el sistema judicial cuando se desea denunciar el acoso. Que hacerlo no implique una revictimización.
Pero, sobre todo, considero fundamental que los hombres se involucren más en la solución del problema: que escuchen, se cuestionen y se comprometan a no ser cómplices del acoso.
El miedo nunca se va. Ser mujer es, para mí, vivir en estado constante de alerta y preocupación. De hecho, mil veces me he preguntado: ¿Algún día seré yo la víctima? ¿O alguna de mis amigas? ¿Regresaré bien ahora más tarde a mi casa?, ¿o siquiera regresaré?...
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Oriana Lorthe Cordero es estudiante de Derecho.
