Estamos viviendo en Costa Rica una etapa muy difícil, muy oscura. ¿Será karmático, producto de nuestros pecados o una brujería que nos echaron por creer que somos la Suiza centroamericana, “los más pura vida” o los más corrongos del mundo?
Nos cayó Rodrigo Chaves de la nada. Llegó porque la mayoría de electores que acudió a las urnas en aquella segunda ronda de abril de 2022, dijo: “Votamos por este porque los anteriores fueron muy malos, porque es ”hablachento", porque es popular, es campechano, se ríe mucho, es nuevo y “eso nos da confianza”. Y para completar, porque “no es comunista”.
Y así comenzamos a caminar por la calle de la amargura hasta el Gólgota. Lo peor es que todavía hay gente que se corta las venas en asterisco por él, a pesar de sus siete pecados capitales. Lo advierto: no soy nadie para juzgarlo, pues quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra; pero es que ya estamos hasta el copete de esta tragedia nacional.
Y vamos contando los siete pecados.
Empecemos por la soberbia. Orgullo y altanería lo acompañan como escoltas. Nadie se le puede oponer, porque le sale picotazo del gallo de pelea. Eso, a muchas personas les encanta, porque lo ven como el macho más macho de todo el condado. Dicen los doctos que este pecado precede a la destrucción y a la caída.
Ahora, hablemos de la avaricia. Este pecado se define como un afán desmedido de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas. Yo afirmaría que, en su caso, lo notorio es la codicia política, el afán de acumular poder, control y lealtades como si fueran monedas de oro guardadas en una caja fuerte. Se aferra a cada espacio conquistado y busca más, sin importar el costo institucional. Cada funcionario afín que nombra es un activo que engorda su capital político.
Cuando de lujuria se trata, pienso en la sombra de las acusaciones que lo persiguieron en el Banco Mundial, donde se le señaló por acoso sexual. Esa es la razón por la cual no entiendo a las mujeres que lo apoyan. Una señora me dijo en una ocasión: “Eso que le pasó en el Banco Mundial fue porque ya sabés cómo son esas muchachillas”. Me mordí los labios para no comenzar una discusión infructuosa, porque el patriarcado es una peste que nunca se termina.
La ira es un rasgo de presencia casi diaria en el mandatario costarricense. Insulta, humilla, desprestigia, se burla de quien se opone a sus desafueros. Es agresivo en sus discursos y, como es soberbio, solo él cree tener la razón. Ataca a nuestras instituciones más sagradas con ferocidad, como si su interés fuera destruirlas. Usa vocabulario soez, expresiones ordinarias y un modo tosco al hablar.
La gula de Chaves no se sacia en una mesa, sino en el banquete del poder. Parece alimentarse del control de instituciones, del protagonismo permanente y del festín de confrontaciones que él mismo sirve. Cada triunfo sobre un adversario es un bocado más; cada golpe a la institucionalidad, un trago que disfruta. Añadiría que tiene gula de venganza por su apetito de pelea con enemigos reales o imaginarios, lo cual “alimenta” su imagen combativa.
Veamos sus expresiones de envidia. Este pecado capital se manifiesta en él cuando parece incomodarle que otros reciban aplausos que él no provocó, o que existan figuras con más brillo que el suyo. Por eso, minimiza logros ajenos, lanza amenazas, ridiculiza a quienes destacan y ataca a las instituciones que gozan de prestigio propio. Si él no puede ser el único en la cima, al menos procurará que los demás caigan.
La pereza es otra de sus condiciones. Le incomoda el trabajo paciente de escuchar, debatir y construir acuerdos, porque hacerlo exige esfuerzo, empatía y rigor. Prefiere el atajo del decreto, la orden tajante, el golpe de efecto mediático, la solución del veto. La suya es la pereza del que rehúye la tarea de gobernar para todos, refugiándose en el espectáculo que alimenta a sus fieles. Trabajar de verdad sería demasiado lento; es más cómodo agitar las aguas que limpiarlas. En síntesis, es un ocioso de la construcción y el rey de la destrucción. Dijo que se comería la bronca, pero nos llevó al desastre.
Los costarricenses tendremos muchos defectos, pero también virtudes. Nos guardamos muy adentro lo que pensamos y callamos, sobre todo cuando estamos atemorizados, pero cuando nos toca reaccionar ante tanto atropello, lo hacemos. Despabilémonos. Movamos cielo y tierra para salir unidos de esta pesadilla en las próximas elecciones.
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Anabelle Aguilar Brealey es escritora. Sus libros han sido publicados en Venezuela, Costa Rica, España y Canadá.