La decadencia de la confianza en las instituciones y una creciente percepción del aumento de la corrupción perjudica las instituciones democráticas, desacelera el desarrollo económico y contribuye a la inestabilidad política.
El camino más eficaz para combatir la corrupción no está en imponer marcos normativos o sanciones excesivas en busca de una supuesta transparencia. Se trata, según la abogada mexicana Liliana Magaña López, de retomar el sentido antropológico y la importancia de la persona dentro de la sociedad.
Se necesita devolver la confianza, si queremos mejores escuelas, hospitales y carreteras, y crecimiento y sostenibilidad de la inversión extranjera.
La corrupción es consecuencia de la debilidad y el quebrantamiento social que enfrentamos. Si no retomamos los valores que promueven el fortalecimiento social e institucional, no podremos avanzar de manera contundente hacia una sociedad integrada.
Se dice que la confianza se rompió y nuestros sistemas también. Algunos afirman que el sistema está roto, pero la sociedad aún no. Todavía es posible rescatar algo de la credibilidad de las instituciones mediante acciones puntuales y sinceras.
Quizás los jóvenes puedan tomar dichas acciones para restaurar la confianza y reintegrar la sociedad. Los valores deberían ser una apuesta pública. Países como Estados Unidos, el Reino Unido, Indonesia o Singapur han incorporado este enfoque en sus programas de enseñanza pública para recuperar el sentido más noble de la educación: formar ciudadanos virtuosos que se comprometan para alcanzar el bien común.
Debemos devolver a la educación su sentido originario. Desentrañar valores como la justicia, la responsabilidad, la bondad, el civismo, la honradez y el respeto mediante la formación del carácter de los estudiantes.
La formación de los universitarios es una forma de colaborar en la construcción de una sociedad más justa y evitar futuros casos de corrupción. Facultades de economía, ciencias empresariales y derecho pueden ofrecer una preparación más específica para los jóvenes que quieran dedicarse directamente a frenar la corrupción y luchar contra el fraude.
Otras carreras, como educación, comunicación, medicina e ingeniería, pueden ofrecer marcos éticos fundamentales, así como los códigos deontológicos (deberes morales relacionados con el ejercicio de una profesión) para que los estudiantes sean capaces de actuar con ética y profesionalidad.
Debe existir un espacio en los planes docentes para la ética aplicada y la reflexión sobre el valor de la verdad, de las personas y de la justicia, y las metas a largo plazo y el servicio al bien común.
Para que una sociedad se mantenga unida se requiere consenso en torno a valores fundamentales. De lo contrario, la sociedad se divide y acaba disgregándose.
Estudiosos de la sociedad moderna registran una ruptura en el consenso sobre asuntos básicos. Emile Durkheim y los clásicos de la sociología lo definen como anomia, situación en la que deja de haber valores y normas compartidas y se pone en peligro la cohesión social.
El resultado son conductas como el crimen, la delincuencia juvenil, la drogadicción, el alcoholismo, la violencia e incluso el suicidio. Se asocia asimismo a un colapso de la gobernabilidad, al no poder controlar estos comportamientos sociales.
Etimológicamente, la palabra anomia tiene origen griego y se refiere a la ausencia de ley, orden y estructura. Las normas son básicas para vivir en sociedad porque comportan todo un conjunto de creencias. Son reflejo de valores sociales compartidos.
Las normas éticas fomentan la consistencia social. Es necesaria la presencia de instituciones que articulen normas, bienes y virtudes. Instituciones que contribuyan a humanizar la sociedad. Instituciones que tengan identidad.
El núcleo de la sociedad no puede estar integrado por individuos o instituciones inconexas que no se comprometen con estos ideales, sino por instituciones estables que garanticen unidad y organización a la sociedad civil.
Pero la crisis que atraviesa Costa Rica no es de estructuras, leyes ni normas, sino de conducta. Es una crisis ética. Necesitamos inculcar en los niños y jóvenes virtudes cívicas. Exigirá muchas renuncias, disciplina y sacrificios diarios, y vencer resistencias.
Una auténtica democracia debe ser el resultado de aceptar principios y valores fundamentales. Si no existe consenso sobre estos valores, se pierde el significado de la democracia y se compromete su estabilidad. Esta cruzada ética es la sangre que necesitamos para prevenir la anomia o anemia social y recuperar la autoridad y la confianza que tanto necesitamos.
La autora es administradora de negocios.
