
Que no te cuenten la vida. Que no te cuenten lo que se siente amar, ni el terrible vértigo de creer amar y emprender ese camino.
Que no te cuenten de la adrenalina pura de hacer lo que te apasiona, y la frustración de cuando, a pesar de tu esfuerzo, los resultados no son los que esperabas.
Que no te cuenten lo que se siente, mosaico a mosaico, construir tu castillo, o que se te caiga como un juego de naipe lo que creíste haber levantado con materiales, según vos, antisísmicos.
Que no te cuenten lo que es abrazar a un amigo, querer que sea infinita su presencia mientras toman un café; o el dolor profundo de despedirlo cuando su paso ha terminado acá, para empezar una fiesta divina a la que solo ella o él han sido invitados.
Que no te cuenten lo que es reírte con tus hijos, sus berrinches vergonzosos, sus besitos infinitos; su: “Ma, vos nunca te vas a morir, ¿verdad?”; mal criarlos dándoles un premio por un logro pequeño, que es grande para ellos; darles un beso de buenas noches, para que tu noche tenga magia; cantarles una canción “espantamonstruos”, sin que la afinación sea importante. Y qué tal sentir que ganaste el concurso vos, que te graduaste, que obtuviste la medalla y subiste al podio, aunque sea solo ella o solo él los que están recibiendo los aplausos. Escuchar que se te parte el alma, con un orgullo incomprensible, cuando se hacen grandes, extienden las alas y se van maravillosamente decididos a cumplir sus sueños, no los tuyos: los de ellos.
Que no te cuenten lo que es estar vivo, iniciar el día diseñando genialidades, o apenas pensando ideas confusas, borrosas, que luego se aclaran o desaparecen (¿qué problema hay con eso?); o iniciarlo pidiendo fuerza porque no te has levantado y te sentís de rodillas, juntás las manos para orar, y la oración la hace tu corazón, pidiendo palpitar apenas.
Es que eso es la vida. Bienvenidas y despedidas. Mamás y papás que sellaron con su sangre la promesa de amarnos y, cuando faltan, se rompe algo que solo se podrá pegar hasta el día en que nos volvamos a ver... ¿Y para cuándo eso, si es urgente? ¡Hay “hasta luegos” tan cruelmente eternos!
Esto impresionante llamado vida es una aventura, un don, un regalo. El mapa es usualmente difícil de leer. No somos cartógrafos, somos apenas peregrinos de las rutas que instintivamente nos parecen adecuadas. Solemos enredar lo sencillo y magnificar lo complicado. Vamos abandonando el ego cuando nos damos cuenta de que es mejor preguntarle al que nos hizo; Él está más cerca que nuestra propia respiración, presto a ayudarnos porque su naturaleza amorosa cree, confirma, aplaude, celebra, sana, pone de pie y certifica el propósito para el que nacimos.
Pero eso es la vida. El ritmo y la velocidad no importan tanto como la determinación. Hay muchos milagros y brillo y estrellas y música, y sé que hay oscuridades, sombras, acechos, ataques, emboscadas, pero todo esto hay que abrazarlo, pensarlo, verlo, escucharlo, admirarlo, dejar que duela, sostenerlo o desecharlo con el alma.
Que no te cuenten nada de eso. Vivilo, viví el milagro, la transformación, el renacer, la evolución, la oportunidad, la caída, el desenlace repentino, el comienzo impensado, el morir, el inventar y el reinventar. Viví la vida. Que no te la cuenten.
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Lizeth Castro Castillo es periodista.