Cuatro décadas atrás un grupo interdisciplinario de profesionales de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), los Ministerios de Salud y Educación, la Universidad de Costa Rica y organizaciones no gubernamentales echamos a andar el Programa de Atención Integral en Salud Adolescente.
Fue pionero en Latinoamérica y estaba enfocado en visibilizar y tratar los diversos problemas que sufre esta población, con una novedosa intervención interdisciplinaria e intersectorial.
Por razones políticas y de manera incomprensible, el programa se debilitó y durante las últimas tres décadas su protagonismo se redujo significativamente, y en algunos momentos corrió peligro de desaparecer.
Hubo un momento en que se pensó que iba a reactivarse con vigor, dadas las necesidades de los adolescentes y jóvenes, y fue cuando de nuevo un grupo de profesionales de la CCSS y el Ministerio de Salud, reforzados por la Organización Panamericana de la Salud, redactamos un nuevo Plan Estratégico Nacional de la Salud de las Personas Adolescentes (Penspa) 2010-2018, que, sin embargo, no se ejecutó como se planeó y se minimizó su potencial de impacto esperado.
El 27 de setiembre del 2014, en el editorial de La Nación titulado «La deuda con los jóvenes», se resumía claramente la situación de los adolescentes y jóvenes: «Costa Rica mantiene una abultada deuda con su población juvenil en áreas sensibles como la generación de oportunidades de empleo, la educación competitiva y la prevención del embarazo adolescente. Pero no son menos importantes la promoción de hábitos saludables, la recreación y el deporte, así como la atención de las adicciones, los problemas alimenticios y el combate del matonismo (bullying), que afecta al menos a una cuarta parte de los escolares».
Los 800.000 jóvenes del país —escribió el editorialista— solo cuentan con ocho servicios especializados en hospitales nacionales y clínicas periféricas, a pesar del Plan de Salud Estratégico para las Personas Adolescentes 2010-2018, que no ha sido puesto en práctica por la CCSS. Y finalizó diciendo: «Es evidente que el Estado reacciona con lentitud e indolencia ante las necesidades de la población juvenil, sin prever que, con ello, alienta las enfermedades futuras». Un diagnóstico preciso de lo que ocurre todavía hoy.
Cifras alarmantes
En fecha reciente, el gobierno anunció otra versión de un programa en salud adolescente, llamado Penspa 2021-2030.
Sin duda es una buena noticia, particularmente porque, si no se toman las medidas correctivas urgentes, se habrá perdido la oportunidad de mejorar la calidad de la educación y la salud de la cohorte más grande de gente joven y, por ende, el desarrollo humano y la economía.
Las cifras nuestras en educación son alarmantes: el 52 % de las personas de entre 18 y 24 años no terminan la educación secundaria, existe una oferta académica universitaria privada (53 centros de estudios superiores) de cuestionable calidad en muchos casos y, aun así, la asistencia de personas de entre 18 y 24 años es de un 5 % del primer quintil y un 35 % del quinto quintil. El porcentaje total de asistencia en este rango de edad es de apenas el 19 %.
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En salud ocurre algo similar: el sobrepeso y la obesidad, verdadera epidemia y antesala de enfermedades crónicas, comienzan a manifestarse en la infancia con un 34 % y culminan con un 60 % en las personas mayores de 22 años; un tercio de la población adulta es hipertensa y un 12 %, diabética tipo 2. Todas son enfermedades prevenibles desde la infancia y adolescencia. Pero estos datos son prepandémicos y es de prever un mayor deterioro a raíz de la emergencia sanitaria.
A su suerte
A la población joven de entre 10 y 25 años la estamos condenando a oportunidades de trabajo limitadas, a consecuencia de su baja o nula formación o capacitación técnica o universitaria, a la ausencia de políticas públicas incentivadoras de la autodeterminación o el emprendimiento focalizado. Además, la sentenciamos a una vida adulta enferma o con un pronóstico de riesgo significativo para su salud integral.
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De ahí que, ahora o nunca y de manera urgente, no solo debe anunciarse, sino poner a funcionar un vigoroso programa en salud integral para adolescentes, y rápidamente extenderlo a jóvenes de 25 años.
La ventana de oportunidad para brindarles una mejor calidad de vida a adolescentes y jóvenes se está cerrando. Ojalá quienes estén al frente de la iniciativa tengan sensibilidad y el conocimiento necesarios para no perder más tiempo.
El autor es pediatra.