
Al haber ignorado durante más de seis décadas las voces de alarma dadas por la ciencia, así como los llamamientos de entidades ambientales internacionales, grupos civiles y líderes mundiales, la humanidad se enfrenta a un cambio global de dimensiones inimaginables.
Coincidimos con el planteamiento del editorialista de La Nación (17/7/22) en que la aceleración de los extremos climáticos nos presenta “un repertorio aterrador de urgencias ambientales”, algo que debería servir como una poderosa señal más de alerta para toda la humanidad.
El editorial nos narra que esto llevó a que el asesor científico del gobierno británico, Patrick Vallance, advirtiera a un grupo de parlamentarios que “el mundo corre un riesgo inminente de sumergirse en una crisis más profunda que la de la covid-19 debido al cambio climático”.
Los científicos que estudian el clima nos habían advertido de que el calentamiento global podría alterar las corrientes marinas y atmosféricas, con consecuencias difíciles de predecir. Confirmando la advertencia, una investigación científica reciente sugiere que el calentamiento del hemisferio norte se debe a alteraciones de la llamada “corriente en chorro” (jet stream), que gira alrededor del Ártico.
El aumento extraordinario en la temperatura promedio del Polo Norte, según esta investigación, tiene un fuerte impacto en las oscilaciones de esa corriente y favorece la introducción de calor y sequía en su periferia, lo que afecta a Norteamérica, Europa y Asia, como lo estamos viendo en las informaciones de la prensa.
Los nuevos registros de calor extremo son ya generalizados en estas latitudes, ligados a tormentas e inundaciones que causan pérdidas de vidas humanas y cosechas agrícolas, destruyen infraestructura urbana y de suministro de agua y electricidad, y ocasionan profundas alteraciones en la vida silvestre.
Es sabido que los países industrializados —como China, Estados Unidos y los de Europa— son los grandes emisores de gases de efecto invernadero (GEI). Se comprometieron a reducir sus emisiones efectuando los cambios requeridos para usar energías limpias, pero no lo han hecho.
Un acontecimiento alentador es la reincorporación de los Estados Unidos al Acuerdo de París, además de la reciente aprobación de la Ley de Reducción Inflacionaria, plasmando el compromiso con una baja significativa a corto plazo de las emisiones de dióxido de carbono. A lo anterior debe agregarse el cuantioso apoyo financiero para gestionar las acciones de adaptación y mitigación.
Es un hecho esperanzador que debería ser emulado por los otros países industrializados.
La próxima reunión en Sharm el-Sheij, Egipto, de los signatarios del Acuerdo será una oportunidad para revisar el cumplimiento de los compromisos de los países a fin de reducir significativamente sus emisiones, ahora que la humanidad y ellos mismos empiezan a sufrir el grave efecto de las décadas de inacción.
Los expertos predijeron que si se cumplían los acuerdos ambientales sería posible detener el aumento de dióxido de carbono a mitad de este siglo, para revertirse el proceso y lograr, hacia finales de la centuria, regresar a niveles inferiores a 400 partes por millón (p. p. m.) en la atmósfera, como en épocas preindustriales, cuanda eran menos de 315 ppm.
Lamentablemente, los climatólogos nos indican que los cambios que vemos hoy son peores que los predichos por muchos modelos para estas fechas. ¡El calentamiento se ha acelerado!
Estas variaciones son muy evidentes en Centroamérica, donde ocurren eventos climáticos extremos y opuestos: sequías en una parte del Corredor Seco mesoamericano y fuertes tormentas en el Caribe.
El fenómeno climático de La Niña se ha acentuado, e incide en los patrones de precipitación y en los vientos. Coincidentemente, según información para el Programa Estado de la Nación, el país registró un número récord de incendios forestales, intercalados con precipitaciones extremas y repentinas (vaguadas), reportadas por nuestro Instituto Meteorológico.
Cabe hacernos varias preguntas: como país y sociedad, ¿nos quedaremos pasivamente esperando el cumplimiento de los grandes emisores? ¿Avanzaremos para alcanzar las metas de reducción de emisiones y descarbonización de nuestra economía? ¿Conoceremos los planes nacionales de adaptación al cambio climático? ¿Qué pasaría si un evento climático extremo afectara seriamente la vida y la salud de la población, la agricultura y la alimentación, la infraestructura urbana, la red vial? Sería, posiblemente, algo peor que un terremoto, para lo cual sí tenemos previsiones. ¿O los eventos extremos ocasionados por el cambio climático nos tomarán, como se dice en la jerga popular, asando elotes?
Los autores son biólogos.