Escribo estas líneas mientras mis padres están en Kiev, capital de Ucrania, y mi hermano, mi cuñada y mi sobrino de cinco años, en un tercer país como refugiados producto de la guerra de Rusia contra mi país natal, un ataque injustificado, sin provocación.
Antes del 24 de febrero, el único migrante de la familia era yo. Hoy estamos repartidos en tres países y desgarrados por el sufrimiento de nuestra nación.
Nací en Ucrania, cuando formaba parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Desde los 12 años, viví al fin en una Ucrania soberana e independiente.
Soy también costarricense por naturalización. Viví más de cinco años en Costa Rica y la considero mi segunda patria. Es un país al que amo y respeto profundamente.
En esos años, aprendí que nuestros pueblos guardan semejanzas, entre estas, el amor por la libertad. La diferencia es que los costarricenses no han tenido que defender su existencia misma. Nosotros sí. Lo hicieron mis abuelos contra el nazismo en la Segunda Guerra Mundial y en este momento, de nuevo, empuñamos las armas para defender nuestra libertad, nuestro derecho a la autodeterminación.
Conozco el estatuto de neutralidad perpetua, activa y desmilitarizada de Costa Rica. Pese a ello, es mucho lo que Costa Rica, país pequeño sin ejército y alejado de Europa, puede hacer para sancionar a Rusia, como compromiso moral.
Hago un llamado al gobierno de Costa Rica para que siga el ejemplo de las grandes potencias, alianzas y organizaciones occidentales, y tome un conjunto de medidas para aislar aún más a Rusia del comercio y la comunidad internacionales: reintroducir a Rusia en el grupo de visa restringida; cerrar el espacio aéreo costarricense a toda aeronave rusa, incluidas “todas las aeronaves que sean propiedad, estén certificadas, operadas, registradas, fletadas, arrendadas o controladas por, para o en beneficio de cualquier ciudadano ruso”; cerrar los puertos a los barcos rusos, incluidos los buques de carga y de pasajeros, y los superyates privados; prohibir la importación de bienes y servicios de Rusia o que contengan componentes mayoritariamente rusos, entre ellos, los productos culturales, como conciertos o películas.
Adoptando estas medidas, Costa Rica apoyará pacífica pero decididamente al pueblo ucraniano en su lucha por la supervivencia y la libertad, y se protegerá también del turbio dinero ruso y de los oligarcas tóxicos y empresarios deshonestos que deseen hacer de Costa Rica un refugio seguro para sus actividades delictivas, ya que intentan escapar de las sanciones impuestas a empresas y ciudadanos rusos en otras partes del mundo.
No debemos rendirnos ante la fuerza bruta comandada por Vladímir Putin y quienes lo apoyan.
El autor es politólogo costarricense de origen ucraniano.
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El centro comercial Retroville quedaba a cinco minutos a pie de la casa donde vive la familia Melnyk. La imagen fue tomada el 21 de marzo. (FADEL SENNA/AFP)