
La elección del papa León XIV ha sido para mí un acontecimiento salvífico muy especial y una fuente de profunda alegría. En estas líneas deseo compartir, no sin emoción, el testimonio de una amistad sincera y una fraternidad construida a lo largo de más de una década de encuentro y discernimiento compartido.
Durante 12 años (2001-2013), coincidimos en nuestros respectivos servicios: él, como prior general de la Orden de San Agustín, y yo, como superior general del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (La Salle). En ese tiempo, nos reuníamos semestralmente junto con otros superiores generales para una asamblea de reflexión fraterna.
Allí, el hoy papa León XIV se mostró siempre como un religioso profundamente espiritual, humilde, disponible y cercano.
Mi cercanía se fortaleció también a través de la Unión de Superiores Generales (USG), que tuve el honor de presidir durante dos periodos, favoreciendo el diálogo y la comunión entre diversas congregaciones. Su compromiso con una vida religiosa centrada en el ser más que en el hacer, y orientada a vivir la comunión como signo profético del Reino, sigue hoy plenamente vigente en sus primeras palabras como sucesor de Pedro.
Comparto un recuerdo muy especial: nuestra participación conjunta en el Sínodo sobre la Nueva Evangelización (2012), donde ambos fuimos elegidos entre los superiores generales participantes. El entonces prior Robert Prevost presentó una profunda reflexión sobre las características de la nueva evangelización, en perfecta sintonía con su actual magisterio.
“La Iglesia, al ser esencialmente evangelizadora, es misionera, encarnada, comunitaria, festiva, educadora de la fe, y en constante renovación y conversión”, afirmó en aquel momento el actual pontífice.
Al final de mi servicio como superior general, lo invité a predicar el retiro previo a nuestro 45.° Capítulo General. Aquel encuentro fue profundamente inspirador para todos los hermanos y, providencialmente, le permitió participar en la canonización de san Juan XXIII y san Juan Pablo II, en Roma.
En esa ocasión, nos recordó que nuestra misión en la Iglesia no se mide solo por nuestras acciones, sino por lo que somos como fraternidad viva. Una palabra que hoy, más que nunca, resuena como una exhortación a redescubrir la profundidad espiritual y el servicio humilde que deben caracterizar a nuestra vida consagrada.
Cierro este testimonio con las palabras de nuestro fundador, san Juan Bautista de La Salle, en su testamento de 1719, y que hoy resuenan con renovada fuerza: “Les recomiendo, ante todo, que tengan siempre absoluta sumisión a la Iglesia… y que, en testimonio de esta sumisión, no se separen en lo más mínimo de la Iglesia romana”.
Con profunda gratitud y esperanza, encomiendo a Dios a nuestro Santo Padre, el papa León XIV, y le aseguro mi oración y cercanía fraterna en esta nueva misión al servicio de toda la Iglesia.
El hermano Álvaro Rodríguez Echeverría: es superior general emérito del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas.