Los resultados del 6 de febrero son positivos. El alto porcentaje de abstencionismo es un dato lamentable, pero expresa el legítimo disgusto respecto a la gestión institucional y partidaria.
La capacidad de los votantes para encauzar sus preferencias a través de procesos electorales ha prevalecido una vez más, y en esta oportunidad generó un reacomodo en el paralelogramo de fuerzas políticas.
Destaca el liderazgo de Eliécer Feinzaig y el ascenso del Partido Liberal Progresista. Luego de una historia caracterizada por la incapacidad de los grupos liberales para actuar unidos, Eli —como se le conoce— ha inspirado un movimiento que hereda los ideales del liberalismo económico y político sin dogmatismos. El liberalismo social, que creo es el que expresa, puede ser el eje de la unidad de estos movimientos.
Otro hecho que cambia la dinámica política es Rodrigo Chaves y el surgimiento de un movimiento social situado al margen de la gestión tradicional. Dados los resultados electorales, es posible que el movimiento comience una transformación significativa de la vida política o incida para que eso ocurra. Existe, sin embargo, un desafío que el Partido Progreso Social Democrático (PSD) y su candidato deben enfrentar: ampliar el apoyo electoral a través de alianzas sociales y políticas que generen coherencia institucional y unidad de dirección en un eventual gobierno de Chaves. El mayor riesgo del PSD y Chaves es diluirse en alianzas que destruyan lo que explica su ascenso electoral.
La decadencia del bipartidismo y del tripartidismo (PLN, PUSC, PAC) no se detuvo esta vez. En el pasado, estos presentaron propuestas estratégicas para el desarrollo nacional, pero la orfandad intelectual que padecen y el clientelismo que los encadena les impide ser autocríticos, reinventarse y actualizarse.
José María Figueres debe inventar una capacidad nueva para hacer viable su eventual gobierno a fin de revertir el deseo de quienes no desean que el PLN vuelva al poder.
El PUSC se encontró en una posición electoral positiva, que requería mostrar nuevos liderazgos, recuperar sus raíces históricas y actualizar la oferta programática. Nada de esto ocurrió. Vacío de raíces, se entregó al provincialismo, y por esa vía no tiene futuro.
Nueva República reincidió en su incapacidad para ampliar el conglomerado electoral que le apoya debido a dos causas: la inercia de algunos sectores religiosos beneficiarios directos e indirectos del poder político y económico, y la mentalidad contraria a la modernidad cultural.
Nueva República requiere diferenciar entre modernidad y modernismo para sumar a su caudal movimientos sociales que trascienden el elemento religioso y teológico.
El Frente Amplio puede convertirse en eje articulador de un nuevo bloque social y político con capacidad de disputar el ejercicio del poder ejecutivo, pero debe transformarse en una izquierda democrática, republicana y liberal, alejada de las dictaduras latinoamericanas.
Sin esta alquimia transformadora, seguirá siendo un grupo de presión lleno de sentimientos y emociones, pero minoritario y siempre sometido al control y a la hegemonía de sus adversarios. Quizá le convenga analizar con mucha profundidad las experiencias de Chile y Uruguay.
Las preferencias de los electores se inclinaron a favor de alternativas políticas de centro, pero esa inclinación implica una exigencia que aún no se satisface: que el centro político se desligue de los feudos academicistas, sindicales, empresariales, políticos y religiosos que privatizan el Estado y al gobierno.
Incorporar los intereses creados sectoriales, pero liberarse de sus egoísmos y abusos políticos, es la vía para dinamizar un centro político plural, potente y transformador.
El autor es escritor.