El papa León XIV, en la reciente audiencia a los representantes de los medios de comunicación, nos recordaba una frase de San Agustín: “Los hombres dicen que los tiempos son malos, que los tiempos son difíciles: vivamos bien y los tiempos serán buenos. Nosotros somos los tiempos: así como nosotros somos, son los tiempos”. Esta es una reflexión que nos llena de esperanza ante un mundo que se llena de miedos en vez de ilusiones.
Afirmaba, asimismo, el Papa: “Desarmemos la comunicación de todo prejuicio, fanatismo y odio”. Las palabras son el vehículo de las ideas. Debemos cuidarlas y preguntarnos si estamos educando para la paz desde el hogar, las instituciones educativas, las empresas o desde la esfera política. ¿Somos conscientes de que es una tarea conjunta, personal y comunitaria? Recordemos que la sociabilidad debe ser un objetivo educativo ante la fragmentación y la falta de cohesión social que estamos experimentando.
Un mundo donde crece la violencia envía una señal, muestra una herida interior. Nuestros jóvenes no pueden entrar en el futuro con temor. Enseñémosles que la paz no viene impuesta por el poder de las armas. Nace del corazón, pero, sobre todo, de la voluntad de los hombres.
La diplomacia juega en estos momentos un papel clave. Muchos tienen un juicio negativo contra toda actividad pública y contra quienes la ejercen. Sin embargo, debe subrayarse la nobleza y la dignidad moral del compromiso social y político. Este ofrece grandes oportunidades para crecer cuando se ejerce con dignidad. Con prudencia, que es inteligencia.
Se dice que la dedicación a la vida política debe ser reconocida como una de las más altas posibilidades morales y profesionales. Pero, el primer y decisivo foro de la política debe ser la persona. El fundamento de la filosofía política no deben ser las estructuras de poder cuanto las personas que están implicadas.
Sin embargo, sin poder político, poco puede lograrse. Tengamos esto claro. La sociedad requiere de una comunidad política y de una autoridad pública. Sin comunidad, sin convicciones, la sociedad se debilita irremediablemente. Un verdadero orden político se sustentará siempre en una gama de principios.
El único posible vínculo de cohesión social es la ética, como afirma el filósofo español Leonardo Polo. Se dice que el mayor enemigo de la sociedad no es la carencia de medios económicos, de administración, de cultura, información o materias primas, sino el relativismo ético. Algo que conduce a la mediocridad. A la falta de miras.
La ética marca consistencia. Consistencia social. Pero ninguno de nosotros es nativamente ético; por ello, la educación es el nervio central del desarrollo. No existen actos neutros ni anónimos. Nuestra sociedad se nutre de actuaciones.
La política debe procurar la mejora de los ciudadanos. Por eso, legislar sobre la educación tiene más peso que legislar sobre el precio de la gasolina o la amplitud de una carretera. No toda decisión política tiene la misma valía. Pero mejorar a los ciudadanos no significa ponerles las cosas más fáciles. El trabajo no se entiende sin esfuerzo. Gobernar es trabajar. Trabajar en construir puentes, no muros.
No hay mejor prueba del progreso de una civilización que el poder de la cooperación, porque la participación nos engrandece a todos. La convivencia política exige interrelación, diálogo y correcciones recíprocas. Cuando las relaciones son unilaterales y las visiones individualistas, todo se paraliza, nada se puede mejorar, pues la sociedad humana es un sistema plural y abierto.
Tarde o temprano, la política deviene en economía. Así funcionan las cosas. Debemos estimular no solo las competencias técnicas, sino sobre todo las éticas, para establecer un nuevo orden social donde broten cambios institucionales y estructurales que se dirijan finalmente hacia el bien común. El bien de todos.
Una política bien fundamentada y éticamente ejercida tiene la capacidad de crear condiciones sociales dignas para llevarnos a una economía capaz de crecer en beneficio de todos.
Por otro lado, aún más importante, nuestro reto es rejuvenecer la democracia, como señalaba el filósofo español Pedro Ollana: “Ilusionarnos en el proyecto individual y colectivo de protagonizar la reconquista de la política”. A su modo de ver, el futuro de la democracia. Pues sí… ¡nosotros somos y seremos los tiempos!
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Helena Fonseca Ospina es administradora de negocios.
