
Somos muchos los costarricenses invadidos por la impotencia al ver graves indicios de un país que se deteriora en múltiples dimensiones.
Todos los días nos enteramos de nuevos asesinatos, algunos con grados de violencia y espectacularidad que Netflix envidiaría.
Luchas por territorios para la venta y distribución de drogas, delincuencia organizada armada que campea a lo largo y ancho del país. La perspectiva de delitos más sofisticados, semejantes a los que hemos visto en otros países víctimas de este flagelo, nos preocupa seriamente.
Además, enfrentamos la caída en el turismo, el deterioro en los sistemas de transporte, una Caja Costarricense de Seguro Social deficiente y una grave crisis educativa.
No vislumbramos un destello de luz al final del túnel. El escenario es gris para promover inversión, desarrollo o empleo; todo parece estar en deterioro.
¿Qué hacemos? ¿Cómo recuperamos la tranquilidad y la esperanza de un país para que siga brindando bienestar a su población?
Estas preguntas abundan en las redes sociales, acompañadas de pesimismo, incertidumbre y creciente negatividad.
No tengo la respuesta definitiva, pero estoy seguro de una cosa: la solución a este desafío complejo y sistémico no está en la cabeza de una sola persona. No hay un mesías que, solo, pueda sacar la carreta del atolladero. Quien se proclame como tal es un falso profeta que nos hundirá aún más.
Necesitamos un gran facilitador, alguien que entienda que las soluciones no vendrán de él, sino a través de él. Alguien que comprenda que solo con más democracia, diálogo y concertación, podremos resolver estos enormes desafíos.
Los pesos y contrapesos son la esencia misma de la democracia. Un Congreso difícil de navegar refleja la realidad de un país diverso, con grupos que tienen intereses legítimos y que, por tanto, deben llegar a acuerdos y transigir.
Desde los albores de nuestra historia, hemos sabido transigir. Hemos aprendido a encontrar puntos de equilibrio.
A pesar de los grandes desafíos, Costa Rica ha logrado mejorar el nivel de vida y el desarrollo humano de la mayoría.
Denigrar nuestro pasado y nuestra democracia, o pretender que se requiere una mayoría en el Congreso que pueda imponer en vez de conciliar, sería una receta peligrosa para socavar los fundamentos de nuestro camino. Con más democracia, no menos, debemos fortalecer nuestro sistema.
Es fundamental promover más diálogo y menos discusión.
El diálogo, que proviene de “dia” (a través) y “logos” (sentido), es la capacidad de compartir y entender los significados de unos y otros. La discusión, en cambio, viene de “dis” (separación) y “quatere” (sacudir, confrontar). Quien dialoga busca entender el “sentido” del otro y llegar a consensos; quien discute busca imponerse y “ganarle” al adversario.

Se requiere valor para abrir espacios de debate en el Congreso, exponer ideas, entender los puntos de vista diferentes y construir consensos. La imposición puede parecer más fácil, pero obstaculiza el camino democrático del acuerdo.
Los medios de comunicación tienen un papel fundamental en las próximas elecciones: deben propiciar el diálogo, generar debates y foros con sustancia, que permitan distinguir entre falsos profetas y verdaderos facilitadores.
Estas elecciones deben marcar un gran diálogo nacional, con la esperanza de que, desde la campaña, surjan acuerdos que prioricen el bienestar de la patria.
Que así sea.
aulloac@yahoo.com
Alberto Ulloa Castro es ingeniero químico.