
Frente a un contexto internacional cada vez más incierto y volátil, con profundos impactos para los mercados externos, el sector empresarial y los gobiernos estamos obligados a redefinir estrategias corporativas y políticas públicas.
El comercio exterior es una disciplina económica sumamente vulnerable y expuesta a múltiples disrupciones, producto de tensiones geopolíticas, conflictos armados, pandemias como la de covid-19, el cambio climático y los llamados al proteccionismo comercial. Según datos de la Organización Mundial del Comercio, el flujo diario de bienes a nivel global alcanza los $67.000 millones. Cualquier disrupción genera impactos de enorme severidad.
Costa Rica forma parte de esta economía global, y el comercio internacional –importaciones y exportaciones– representa aproximadamente un 72% de nuestro producto interno bruto. Somos una nación exportadora por excelencia, integrada exitosamente a las cadenas globales de valor. En la década de 1980, nuestras exportaciones se concentraban en torno a cuatro o cinco commodities agrícolas. Hoy llevamos al mundo más de 4.500 productos distintos, con altísimo valor agregado, como dispositivos médicos, semiconductores y productos de la industria aeroespacial. Además, seguimos liderando a nivel global las exportaciones de piña y banano, mientras nuestro café, yuca y tantos otros productos del campo y de la industria alimentaria encuentran mercado en las vitrinas más sofisticadas del mundo.
Ni qué decir de nuestra creciente oferta de servicios, cada vez más sofisticada, que incluye desarrollo de software, servicios TIC, ciberseguridad y servicios financieros, entre otros. No es casualidad que la trayectoria del sector servicios en nuestra balanza comercial sea cada vez más relevante. Lo anterior encuentra respuesta en nuestro principal activo: el capital humano costarricense.
Siendo un mercado interno pequeño, con apenas cinco millones de personas, el comercio exterior ha sido crítico no solo para nuestros productores, sino también para los consumidores. Nuestra participación en los mercados externos se ha amparado, en un primer orden, en las reglas definidas por el Mercado Común Centroamericano y el sistema multilateral de comercio, encarnado en la OMC.
Posteriormente, en la década de 1990, abrazamos al mundo con un acertado y necesario modelo de apertura comercial, mediante la suscripción de acuerdos bilaterales o plurilaterales que hoy nos brindan acceso preferencial a dos tercios del PIB mundial y a un tercio de la población global.
El comercio trajo consigo crecimiento económico, diversificación y sofisticación de nuestra oferta exportable, atracción de inversión extranjera, generación de empleos y reducción de la pobreza.
No obstante, por diferentes razones, el propio sistema internacional que pacificó al mundo y trajo bienestar y prosperidad a millones de hogares ha presentado síntomas de agotamiento. Son múltiples los pecados y los pecadores que han contribuido a la erosión del orden internacional basado en reglas; un orden del cual Costa Rica ha sacado provecho, encontrando un marco de certidumbre y predictibilidad para nuestros operadores económicos. Las economías pequeñas y abiertas, como la costarricense, serán las huérfanas de un sistema venido a menos.
Ante esta nueva realidad, nos encontramos ante el desafío de redefinir nuestra política comercial. Los retos que enfrentamos no han surgido de la noche a la mañana; por ello, el Gobierno de la República emprendió, desde su inicio, una clara estrategia: llevar más Costa Rica al mundo y traer más mundo a Costa Rica, aprendiendo de las experiencias más dolorosas y anticipándonos a potenciales nuevas disrupciones.
Iniciamos el camino con los acuerdos comerciales con Ecuador y los Emiratos Árabes Unidos, seguido de la satisfactoria conclusión de las negociaciones del Acuerdo de Comercio, Cambio Climático y Sostenibilidad (ACCTS) con Nueva Zelanda, Islandia y Suiza; el Acuerdo de Asociación de Economía Digital (DEPA) con Singapur, Chile, Corea del Sur, Nueva Zelanda y otros en proceso de adhesión; el recientemente concluido acuerdo comercial con Israel; y el proceso de incorporación al Acuerdo Integral y Progresista de Asociación Transpacífico (CPTPP), cuyo nivel de avance es alto.
A ello se suma la aspiración de Costa Rica de sumarse a la Alianza del Pacífico; sin embargo, este proceso se encuentra en suspenso debido a tensiones diplomáticas entre algunos socios del bloque.
En conclusión, ante un entorno internacional tan incierto, el creciente debilitamiento del sistema multilateral de comercio y el nuevo paradigma derivado de la política arancelaria adoptada por la principal economía del mundo, la diversificación de mercados y la expansión de nuestra presencia en regiones antes ignoradas o subexplotadas, como Oriente Medio, el Golfo y la región de Asia-Pacífico, debe ser el camino por seguir.
No solo se abren nuevos mercados para nuestros exportadores, sino también mayores opciones de importación de insumos de producción y bienes y servicios de consumo. Asimismo, se abren puertas a más fuentes de inversión, generando empleos dignos para los costarricenses.
En este vasto océano, Costa Rica per se no podrá navegar sola, y la integración en bloques comerciales como el CPTPP representa un refugio de excelencia. Este bloque, integrado por 12 economías de Europa, Asia, Oceanía y América, es ya el tercer mercado global en términos de PIB.
Recientemente, en su reunión ministerial celebrada en Melbourne, se dio luz verde al proceso de incorporación de Uruguay, seguido por los Emiratos Árabes Unidos, Filipinas e Indonesia. A ello se suma el interés de la Unión Europea de asociarse al grupo. También aspiran a unirse Corea del Sur, Ecuador y Ucrania. Por su parte, Taiwán y la República Popular China mantienen sus propias aspiraciones, aunque sus candidaturas presentan complejidades geopolíticas particulares.
Costa Rica tiene delante suyo el reto de adaptar su política comercial a este nuevo panorama internacional, o quedarse atrás.
Manuel Tovar es ministro de Comercio Exterior.