
Iba camino al consultorio cuando pensé que debí escribir esto desde hace unos 15 días. No lo hice. Se me pasó, en medio del “corre corre” del trabajo y los enredos.
En fin… el Día del Padre quedó atrás. Debo confesar que recordé mucho a mi tata. Él siempre decía con su tono irónico característico: “¡Hoy es otro feliz día del comercio!”.
Evocar a mi tata siempre me devuelve a mis mejores recuerdos de infancia, los que inevitablemente me llevan al Autódromo La Guácima. Cuando estaba en la escuela (y mi hermano Alejandro, en el kínder), nos llevaba en el bus de Sacsa de Cartago a San José, que llegaba hasta la esquina donde hoy está el Museo de Jade del INS.
De ahí, caminábamos hasta la parada de Tuasa y tomábamos el bus a Alajuela. Luego nos tocaba buscar la parada de los buses que iban a la Guácima (¡y siempre nos perdíamos!). El bus lo dejaba a uno aproximadamente a dos kilómetros de la entrada del autódromo y había que caminar sobre una calle empolvada, sin aceras.
Recuerdo perfectamente que en ese trayecto, de la parada de bus hasta la pista, cuando encendían los carros y los escuchábamos a lo lejos, Johnny Arley se ponía como loco. ¡Esa sonrisa de mi tata me hacía tan feliz!
Salíamos de Cartago con una hielera de estereofón metida en un salveque, los sanguchitos de huevo con frijoles y el infaltable fresco de sirope. Tampoco faltaba nunca la cámara Kodak 110, con 12 exposiciones (¡24, si nos iba muy bien!).
No recuerdo que tuviéramos bloqueador solar en aquella época, así que regresábamos todos quemados a Cartago, pero siempre felices. Para una edición de “Las Tres Horas de Costa Rica”, mi tata me fue a sacar de las clases de catequesis antes de que terminaran y nos fuimos a ver la prueba de clasificación.
Recuerdo que estábamos cerca de una curva de las famosas “eses” y vimos derrapar al BMW tipo M de Francisco Miguel Fomfor. Mi tata tocó el cielo cuando el carro aceleró, saliendo de la curva.
Terminada la jornada, nos metimos a los pits y, con mi cuaderno de catequesis en mano, fui a pedirles los autógrafos a los pilotos. Hoy, esas firmas están enmarcadas en mi casa, junto al afiche de la carrera y, por supuesto, ¡es una joya!
En esa época, cuando no había televisión por cable ni Internet, nuestra fuente de información era el suplemento “Motorismo” de La Nación. Por ahí, nos enterábamos de la carrera de la Fórmula 1 del día anterior y de las incidencias de los deportes de motor en nuestro país. Supe que existían algunos apellidos muy famosos como Senna, Prost, Mansell, Piquet o Lauda.
Seguíamos la evolución de los equipos y los motores de la época. Debo decir que conservo una muy buena cantidad de recortes de los periódicos de entonces, metidos en un álbum de recuerdos y guardados como un tesoro.
Mi papá falleció hace 25 años. Mi hermano Alejandro y yo seguimos yendo a La Guácima. Con los años, se nos unieron los demás hermanos. La Guácima murió como la conocimos, pero se transformó posteriormente en Parque Viva.
Los carros “grandotes” dejaron de venir por muchos años. El autódromo ya no es el mismo de antes, porque ahora es un circuito más corto. Sin embargo, en los últimos años regresaron las queridas “Tres Horas de Costa Rica” y ¡nos volvió la sonrisa!
Hay algo que me deja muy tranquilo y es que mi tata pudo ver los Porsche Turbo, BMW, Corvette, Camaro, Toyota, Nissan y los Oldsmobile Cutlass Supreme (¡que sonaban como los coros celestiales!) de la época de esplendor del automovilismo costarricense.
Merecido homenaje a don Carlos Kikos Fonseca, Roy Valverde, Javier y Amadeo Quirós, Luis Rafael y Tomás Méndez, John Josey y otras tantas glorias (perdón si se me escapan algunos nombres) que nos hicieron delirar de felicidad en su momento.
Mi tata amaba los carros, pero, por las carencias de la época, no pudo tener uno. Nunca pudo correr en un autódromo, no logró subirse a un carro de carreras y siempre quiso ir a ver un Gran Premio de Fórmula 1. Estoy seguro de que le hubiera encantado.
Es facilísimo entender por qué se me salen algunas lágrimas cada vez que estoy en un autódromo. Es inevitable dejarse llevar por las emociones y la pasión por los carros, heredada en ese apellido Arley.
Papá, mis lágrimas de 2005, cuando fui a ver la Fórmula 1 por primera vez, eran para vos. No importa si ya pasó el Día del Padre. Siempre es un buen momento para recordar cuán importantes son estas personas en nuestras vidas.
Lo material es insignificante. Él me dejó lo mejor: recuerdos inolvidables, experiencias, momentos para atesorar. Por eso, nunca lo olvidamos... por eso todavía vive. Mi tata, gracias por tu legado.
aarley@medicos.cr
Andrés Arley Vargas es médico urólogo y presidente de la Asociación Costarricense de Cirugía Urológica.