El 28 de setiembre de 1821 se firma en León, Nicaragua, la declaración dirigida a las provincias de Nicaragua y Costa Rica, que sería posteriormente conocida como el Acta de los Nublados. Esta declaración fue una reacción inicial a la independencia del reino de España, firmada el 15 de setiembre del mismo año.
Aunque la provincia de Costa Rica dependía administrativamente de la Intendencia de León, el Acta de los Nublados se convirtió en parte integral de la identidad costarricense. Se puede interpretar como una actitud conservadora, de no reaccionar precipitadamente ante ciertos acontecimientos mundiales o internos y para dar espacio a la búsqueda de consenso en la toma de decisiones.
Esta visión contribuyó a forjar un Estado costarricense que supo diferenciarse de la región, y gracias a lo cual hoy disfrutamos logros sobresalientes, por ejemplo, sólida democracia, sistema educativo y seguro social de amplia cobertura, la abolición del ejército y la conservación ambiental.
Esto ha propiciado, a su vez, un ambiente favorable para la atracción de inversiones de gran valor agregado y el desarrollo de una industria turística de renombre mundial. Sin lugar a dudas, la marca país está hoy en su punto más alto.
Sin embargo, a 200 años de la fundación de la república independiente, el planeta nos enfrenta a nuevos nublados, a una situación todavía convulsa debido a la pandemia de covid-19 y las crecientes consecuencias del calentamiento global. La crisis pone a prueba la capacidad de los gobiernos para garantizar el bienestar de su población y la resiliencia de economías y empresas. El impacto también ha sido fuerte en el bienestar emocional de las personas, ya sea por las limitaciones impuestas por el confinamiento o por la simple desesperanza con respecto al futuro.
Dentro de este panorama, debemos prestar especial atención a la generación Z, compuesta por los nacidos entre 1996 y el 2012. A diferencia de los «millennials» —que los precedieron—, están creciendo con una gran sensibilidad y preocupación por los problemas mundiales.
Aunque la mayoría no ha experimentado una guerra en carne propia, durante 18 meses han visto limitadas sus opciones de desplazamiento, no han podido socializar adecuadamente y a diario observan noticias sobre olas insólitas de calor, incendios masivos, huracanes e inundaciones.
En nuestro país, muchos jóvenes debieron interrumpir sus estudios o perdieron sus trabajos. Hoy no es poco común que manifiesten que no planean traer hijos a este mundo cuando sean mayores.
Nuestra responsabilidad como miembros de las generaciones anteriores es infundirles esperanza y optimismo en cuanto a un mañana mejor. Para tener éxito, no debemos esperar que los nublados del día se aclaren. Debemos tomar ahora las decisiones que requiere nuestro país para mantener los logros de antaño, recuperarnos del rezago educativo y adecuarlos a las necesidades del futuro.
Tales decisiones implican eliminar o desinvertir en las instituciones estatales que se han vuelto un fin en sí mismo, y que ya no cumplen su objetivo social. También, significa invertir más y reestructurar las entidades fundamentales para el porvenir, sobre todo las que están relacionadas con la educación (escuelas, colegios, universidades y el INA).
Hoy más que nunca la educación es la clave de la movilidad social, y es la herencia más valiosa que podemos heredar a nuestros hijos. Deben proliferar los colegios técnicos y científicos, a fin de preparar mejor a los jóvenes para que ingresen en el mercado laboral.
Las universidades y el INA deben descontinuar las carreras o cursos con poco valor agregado o bajo potencial de empleo. Las prioridades educativas nunca han sido tan claras: un segundo idioma y enfoque en carreras STEM y en capacidades digitales.
A escala internacional, Costa Rica debe ser más ambiciosa y extender su liderazgo más allá de la defensa de la democracia y los derechos humanos. Ya se ha desarrollado la tecnología para contribuir a frenar la causa de muchos de los problemas ambientales que afectan a nuestro planeta, pero hay intereses que impiden la ejecución. Un ejemplo obvio es el hidrógeno frente a los combustibles fósiles. Por otra parte, hay alternativas para reemplazar la producción de plásticos que inundan nuestros océanos.
Costa Rica también es testigo de la capacidad asombrosa de regeneración que posee la naturaleza. En cuestión de una generación, la cobertura boscosa pasó de un 47 % a un 60 % gracias a una política clara de conservación. El avance es replicable en otros países y, particularmente, en los océanos, pero para eso es preciso promover una robusta agenda mundial de conservación.
Debemos contribuir a evolucionar de la concepción de bienestar a una basada en un balance social, ambiental y económico, en la cual los tres pilares son igualmente fundamentales. Para ello, debemos pensar en el bienestar de nuestro hijos por encima de la generación que representamos.
El autor es empresario.