Fue una conversación extraoficial a través de internet sobre el estado del mundo. Premios nobel, exfuncionarios de Gobierno y gestores de fondos de inversión se explayaron sobre geoeconomía, guerra, inteligencia artificial, inversiones verdes, cómo evitar la próxima pandemia y otros grandes asuntos. Pero hubo algo que me sorprendió: habían pasado dos horas de debate y nadie había tan siquiera pronunciado las palabras “mercados emergentes”.
De China se habló, por supuesto, pero solo en relación con lo que pueda sucederle a Taiwán si Donald Trump vuelve a la Casa Blanca. Del presunto milagro de crecimiento de la India durante el año pasado no se dijo nada. A Turquía solo se le mencionó en el contexto de la política de Oriente Próximo. ¿Sudáfrica? Nada. ¿Brasil? Que alguien me lo recuerde, ¿dónde era que quedaba Brasil?
Qué contraste con el espíritu de hace apenas unos años. Recuerdo una cena durante la reunión anual del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, en la que varios ministros europeos de Finanzas se tuvieron que quedar mirando sus ensaladas y fingiendo paciencia mientras una figura de segundo nivel del Banco Popular de China recibía todas las preguntas de los inversionistas.
En aquel tiempo, todos querían hablar de los mercados emergentes, cuyo crecimiento mantuvo a flote la economía mundial cuando las de los países ricos se derrumbaron en el 2008 y de nuevo en el 2020.
Eso quedó atrás. Hoy, la suerte de la economía mundial está atada a la de los Estados Unidos, mientras los eternos rezagados Japón y Europa no salen de un deslucido papel secundario. Y los mercados emergentes son una nota al pie, en el mejor de los casos.
Políticas erradas
Una de las pocas “leyes de hierro” que los economistas podemos pronunciar con seguridad es esta: cuanto más rico el país, menor su tasa media de crecimiento. De modo que era esperable que las Chinas, las Indonesias, las Turquías y los Brasiles del mundo se corrieran del centro de la escena, al haberse vuelto más ricos y desacelerarse su crecimiento. Los economistas lo llamamos “convergencia”.
Pero lo que hoy sucede es otra cosa. Las economías de ingresos medios se están frenando mucho antes de llegar al nivel de altos ingresos. Y, en la mayoría de los casos, es por culpa de sus propias políticas erradas.
El ejemplo más obvio es China. El presidente Xi Jinping, puesto a elegir entre la economía y el Partido Comunista, siempre opta por el partido. Y no es porque la estabilidad política sea esencial para un crecimiento sostenido. Por el contrario, es porque un crecimiento sostenido puede plantear desafíos (reales o imaginarios) a su control del país.
Un lugar donde hay que temer que a uno le intervengan el correo electrónico o las llamadas telefónicas o lo vigilen durante un paseo por el parque no es un lugar donde los inversionistas del mundo quieran llevar fortunas. Los investigadores chinos podrán estar muy avanzados en algunos aspectos de la IA, pero el furor por invertir en IA es en Silicon Valley, no en Pekín.
La India es un caso aparte. Cuando a finales del año pasado estuve en Nueva Deli, flotaba en el ambiente la efervescencia típica de un mercado alcista. Una atmósfera que se mantiene y a la que sin duda contribuyeron las afirmaciones oficiales respecto de que la economía creció un 7 % y más durante el tercer trimestre.
Pero esta historia feliz tiene por lo menos dos defectos. En primer lugar, las cifras de crecimiento no son creíbles, como Ashoka Mody muy bien ha demostrado. En segundo lugar, el primer ministro Narendra Modi está debilitando en forma lenta, pero decidida, los fundamentos seculares y liberales de la democracia india.
El último ejemplo ha sido el espectáculo de masas que encabezó para la consagración del templo de Rama en Ayodhia, en el mismo lugar donde antes había una mezquita que en 1992 fue destruida por fanáticos hinduistas (un hecho que provocó disturbios en los que murieron dos mil personas).
Inversión y crecimiento a largo plazo
Otra lección que los economistas repetimos con razonable certeza es que eliminar la igualdad ante la ley no les hace bien a la inversión y al crecimiento a largo plazo. Y esto es aplicable cada vez más a la India.
Tampoco se hallarán ejemplos de crecimiento convincentes en los dos mayores mercados emergentes de América Latina: Brasil y México. Polonia, que fue la economía estrella de Europa central y del este, apenas creció en el 2023.
Indonesia y las Filipinas crecen a un respetable 5 %, pero en ambos casos se prevé que la cifra se reduzca; esto resalta la diferencia entre gestión macroeconómica a corto plazo (algo que ha mejorado en la mayoría de los mercados emergentes) y estrategia de crecimiento a largo plazo (donde casi ninguno pasa el examen).
Por supuesto que hay excepciones a la regla, pero incluso estas apuntan a un abandono general de las políticas monetarias y fiscales de gastar y emitir dinero de las últimas décadas. Hasta la elección de mayo del 2023, Turquía todavía experimentaba con la extravagante idea de que para combatir la inflación hay que reducir los tipos de interés. Pero tras conseguir otro mandato, el presidente Recep Tayyip Erdogan designó a un ministro de Finanzas serio, y el país viró hacia una política de sentido común. Como era previsible, las bolsas subieron.
En Brasil, el ministro de Finanzas Fernando Haddad tiene problemas para alcanzar sus ambiciosas metas fiscales, pero el mero hecho de que el presidente Luiz Inácio Lula da Silva (con su lamentable política exterior, basta con pensar en Rusia y Ucrania) tenga que aceptar que Haddad se plantee metas fiscales ambiciosas es un avance. E incluso Argentina con el presidente Javier Milei está tratando de reducir el déficit fiscal (aunque es posible que Milei no consiga los votos que necesita en el Congreso para hacerlo).
Un enorme aporte ha sido el de los bancos centrales independientes, que han actuado a tiempo y con la firmeza necesaria para combatir la inflación, incluso confrontándose a presidentes populistas (como en Brasil, Colombia, México y Sudáfrica). Durante el reciente ciclo inflacionario, las mayores economías latinoamericanas empezaron a endurecer la política monetaria un año antes que Estados Unidos, y ahora ya están en la etapa de flexibilización, con la inflación (en general) controlada.
Así que para los mayores mercados emergentes se abre un panorama de cifras de crecimiento mediocres y estancamiento del salario real (en vez de crisis de deuda espectaculares). Lo que está en juego ahora es la convergencia a la condición de países de altos ingresos.
Está de moda decir que el mundo se está volviendo más desigual. Pero en realidad, aunque tal vez se aplique a Estados Unidos o al Reino Unido, el mundo como totalidad se ha vuelto muchísimo más igualitario, conforme el crecimiento acelerado en China, la India y otras economías emergentes sacó a miles de millones de personas de la pobreza. Esa bienvenida tendencia estará en peligro si los mercados emergentes ingresan a un período sostenido de desaceleración, como ya parece probable.
Andrés Velasco, exministro de Finanzas de Chile, es decano de la Escuela de Políticas Públicas en la London School of Economics and Political Science.
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