
Desde Nixon y su acercamiento a la República Popular China, luego de años de impasse y al interiorizar que los nacionalistas nunca lograrían retomar “el continente”, el realismo político se impuso.
Las relaciones sino-estadounidenses evolucionaron hasta lograr una profunda integración e interdependencia económica y comercial como resultado del acceso de China a la Organización Mundial del Comercio promovida por Bill Clinton.
Desde esos momentos y hasta la llegada de Donald Trump y las guerras comerciales, todo fue viento a favor en esa relación comercial que para muchos se convirtió en simbiótica, pero que con el paso de los años –y, sobre todo, del impresionante crecimiento de China– dio cabida al recelo, la suspicacia y, por qué no decirlo, la envidia entre las dos naciones.
La integración económica entre China y Estados Unidos (las dos economías más grandes del mundo) salta a la vista de manera obvia. Cientos de empresas estadounidenses mantienen una importante presencia en el mercado chino, tanto para la producción y venta a nivel local, como para la exportación.
Una empresa como Tesla, por ejemplo, del magnate Elon Musk –ficha clave en la campaña republicana que llevó al poder a Trump– mantiene una de sus “gigafábricas” en Shanghái, donde ha invertido más de $7.000 millones desde 2018.
Si bien las ventas han caído en el último año debido, entre otras razones, a la fuerte competencia local, China continúa siendo el segundo mercado más importante de la empresa a nivel global, solo después de Estados Unidos.
En 2024, 37% de los vehículos Tesla vendidos en el mundo se colocaron en China, por lo que se estima que al menos un tercio de las ganancias de la corporación provienen de ese mercado.
Musk mantiene una relación especialmente cercana con los altos funcionarios de Partido Comunista Chino. Incluso ha recibido mejor trato en sus viajes a ese país que varios altos funcionarios del gobierno estadounidense. A nivel local, la empresa de Musk ha ganado múltiples batallas legales, cosa poco común en una China cuyo sistema legal usualmente se decanta por fallar a favor de los nacionales.
Empero, los lazos de Musk con el Partido Comunista Chino son tan sólidos y profundos que muchos asocian sus éxitos judiciales y comerciales en China con estos.
Otro ejemplo de muchísimos más que se pueden citar es el de Apple, cuya presencia en China es notoria por el ensamblaje de sus productos, que son vendidos localmente y también exportados con el sello “made in China” al resto del mundo. Se estima que el mercado chino representa entre un 20% y un 25% de las ventas globales totales de Apple.
También se calcula que los socios de Apple en China, que son los que implementan sus operaciones, tienen a cerca de 200.000 personas en planilla. Foxconn, sin duda, es uno de los más sobresalientes y cuestionados por sus prácticas laborales y los múltiples escándalos que ha enfrentado en ese ámbito.
La lista es larga y la profundidad de los lazos no tiene parangón con otro país. Starbucks, McDonalds, KFC, Microsoft, Disney, BlackRock, entre muchas otras, son parte del grupo de megacorporaciones globales estadounidenses que se convierten en una “piedra en el zapato” de Washington para avanzar con sus guerras comerciales.
El balance es tan delicado que las negociaciones con China han tenido un lugar superprivilegiado si se les compara con las del resto de los socios comerciales que han debido dar su brazo a torcer y aceptar los aranceles impuestos de forma unilateral desde el principio. Mientras los socios ideológicamente más cercanos a Estados Unidos sucumben a la presión, a China se le han otorgado dos prórrogas desde el llamado “Día de la Liberación”, con el fin de lograr a toda costa, la tan deseada negociación que espera Washington con el Partido Comunista Chino.
De forma paralela, el Departamento de Estado promueve una política de aislamiento de China, presionando a los Gobiernos que quieran acercarse a Pekín. Para ello, argumentan el alto riesgo de la infiltración que sugiere la expansión de China en otras latitudes.
Mientras tanto, muchas empresas multinacionales estadounidenses que operan en China deben permitir la formación de células del Partido Comunista Chino en sus estructuras, que podrían estar influenciando cursos empresariales y transferir informaciones clave al gobierno de Xi Jinping.
También deben mantener los datos de millones de usuarios en servidores ubicados en China, así como utilizar la infraestructura de comunicaciones disponible, que es la que brindan las grandes empresas estatales chinas de telecomunicaciones.
Se ha reportado que Apple, por ejemplo, ha cedido varias veces a las presiones del Partido Comunista en la aplicación de censura de aplicaciones en el Apple Store, y accedido incluso ante petitorias que han facilitado la persecución de disidentes.
Esa curiosidad del impacto del Partido Comunista Chino en todo el tejido empresarial extranjero que opera en su país podría ser no más que anecdótico, pues en realidad, son los mismos líderes políticos y empresariales los que constantemente buscan cómo congraciarse con el Partido Comunista Chino, para buscar su favor y lograr mejores tratos para sus operaciones y negocios en ese vasto mercado.
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José Pablo Rodríguez es experto en Comercio Internacional y Relaciones Gubernamentales. Actualmente, es árbitro y mediador en la Comisión de Arbitraje Económico y Comercial de Shanghái y en la Corte Internacional de Arbitraje Comercial de Shenzhen.